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December 1, 2020 - January 2, 2021
Una mujer bajita con nada más que sus propias agallas como apoyo, tendría que defenderse sola.
La historia la escriben los vencedores, lo que significa que deberíamos cuestionar la versión de la historia que nos han legado los maestros, los medios y las figuras de autoridad.
Elige tu pasión y tu futuro, o tu país y el pasado.
No éramos estadounidenses, pero si manteníamos la boca cerrada, quizás a veces podríamos pasar por serlo.
En cuanto al clan Hinojosa muy pronto el coche nuevo empezó a cambiar muchas cosas. Significaba movilidad para nosotros pues manejábamos sin temor por todo Chicago a 60 kilómetros por hora y veíamos cómo se manifestaba la segregación por toda la ciudad.
Fue en la cocina con su empapelado loco como nuestro telón de fondo en donde pasamos la mayor parte del tiempo juntos como familia, sentados a la mesa con espacio para seis. Y ahora que podíamos hacerlo, nos convertimos en aquello que tanto temíamos: una familia que veía la televisión mientras comía. Las familias mexicanas, nuestra familia en México, no tenían televisiones en la cocina, mucho menos en el comedor. ¿Qué podría ser más ofensivo y más gringo que eso?
Fue en la cocina con su empapelado loco como nuestro telón de fondo en donde pasamos la mayor parte del tiempo juntos como familia, sentados a la mesa con espacio para seis. Y ahora que podíamos hacerlo, nos convertimos en aquello que tanto temíamos: una familia que veía la televisión mientras comía. Las familias mexicanas, nuestra familia en México, no tenían televisiones en la cocina, mucho menos en el comedor. ¿Qué podría ser más ofensivo y más gringo que eso?
Estábamos despabilados e informados, y eso es lo que se hace en este país, según entendíamos. Porque para participar en la democracia, teníamos que saber qué estaba pasando.
Las mujeres mexicanas eran listas, pero también tenían mucha vivacidad en sus cuerpos.
La agradecida inmigrante mexicana, que de alguna forma había logrado entrar a los salones de una institución de élite en donde no había otros mexicanos, estaba viva y muy dentro de mí. Yo comprendía que para mis padres haberme mandado a la Lab School había sido una elección. Eso podía acabar en cualquier momento. Les agradecía que hubieran pagado para que estudiara allí aunque había una escuela gratuita muy cerca de la casa. Pero este lugar también estaba cristalizando muchas contradicciones de clase para mí; de hecho, eran tantas que empecé a entender el término clase y todo lo que implicaba.
pero alegaban que “la gente de los montes” de Laos también necesitaba ser reubicada.
El consejo argumentaba que los estadounidenses de bajos ingresos se enfrentaban a una competencia cada vez mayor con los trabajadores indocumentados por los puestos de trabajo y que era probable que aumentara la presión sobre la asistencia social y otros servicios sociales. Pero al mismo tiempo, reconocían que “la deportación masiva de extranjeros ilegales es tanto inhumana como impráctica”, lo que llevó al consejo a concluir que las medidas preventivas para bloquear y desalentar a los inmigrantes indocumentados de entrar al país serían el procedimiento más eficaz.
Ser binacional requería de una práctica constante de jiu-jitsu para sortear las expectativas de los demás, y era agotador.
Era el hijo de Mamá que todavía vivía con sus padres a los veinticuatro años y los acompañaba en sus vacaciones. No estoy segura de que trabajara. Pero era mexicano y, ¡Dios!, esa música disco realmente me subió la cachondez, con el océano de fondo, las sombras de los peñascos y ese cielo azul intenso con el reflejo de la luna. Gloria Gaynor tenía tanta razón, I will survive.
No había conquistado nada de México. Una vez más, México me había conquistado a mí.
Verás, no eres tan blanca ni tan mexicana, no eres tan alta ni tan bajita, no tienes una apariencia tan callejera pero tampoco eres sofisticada, no eres lo suficientemente vivaz ni sombría.
Corpus Christi había sido un lugar importante de reubicación para miles de refugiados vietnamitas después de la guerra de Vietnam.
Eran personas intrínsecamente estadounidenses, que sacrificarían todo para conseguir una vida mejor para ellos y sus familias.
Los activistas querían que los medios de comunicación dejaran de utilizar la palabra amnistía y lo llamaran legalización.
Scott me enseñó lo importante que era el toque humano para hacer que el entrevistado se sintiera cómodo y seguro.
Yo sabía qué quería ser de grande: una corresponsal para NPR con base en la ciudad de Nueva York. Por fin tenía una meta profesional clara.
Tenía éxito, pero no me sentía orgullosa.
¿Por qué no? Tú me caes bien. Y nada más es sentarte aquí un segundo. No es gran cosa —insistió con suavidad. Dudé hasta que la atracción de su tranquila belleza y brazos fuertes fue demasiado. Me acerqué y me senté en sus piernas. No dije nada y él tampoco. Gérman parecía satisfecho con solo estar allí, pero yo tenía tanta conciencia de mi energía eléctrica interna que me empecé a asustar de tener un cortocircuito y quedarme pegada a este señor. Salté como si alguien hubiera encendido un cerillo debajo de mí.
lo cual por lo general significaba que bailaba sola en ropa interior al ritmo de Earth, Wind & Fire o Rubén Blades.
Logré regresar de El Salvador y de lo que acabó siendo una ofensiva sangrienta, aunque fallida, justo a tiempo para alzar mi mano derecha y jurar levantarme en armas por los Estados Unidos de América. Ojalá pudiera decir que me convertí en una ciudadana por un sentido de deber patriótico, pero no fue así. Me convertí en ciudadana por miedo.
La antigua sala de madera en el juzgado de distrito del centro de Manhattan, donde se llevó a cabo la ceremonia de naturalización, era enorme y tenía capacidad para cientos de personas. Había gente de todas partes del mundo felices de que por fin habían llegado a este punto. Para algunos, el proceso pudo haber durado años. Yo tuve que renunciar a mi ciudadanía mexicana y devolver mi pasaporte mexicano en un acto de humildad y vergüenza porque en aquella época no se podía tener dos ciudadanías. Me sentí aliviada de haberlo hecho, pero no tenía idea de que mi ciudadanía algún día iba a cambiar
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Mi cuerpo se sobresaltó como si hubiera recibido un impulso eléctrico, atraído irresistiblemente a este hombre.
Tan solo escuchar su voz me atraía hacia él, como un imán. Como un chicle.
Me derretí todavía más. Este hombre tenía ganas. Cortó de tajo con lo que tenía seguro por su anhelo para pintar y ser un artista. Ese era el tipo de hombre que yo quería, alguien que supiera quién era y que no tuviera que depender de una mujer para nada que no fuera amor.
Sentí que me fusionaba con él. Con cada pasito, mi cuerpo se adaptaba al suyo, mi diminuta talla cabía perfectamente en la suya, mi rostro a la altura de su pecho, mis mejillas contra su camisa de lino, su mano sobre mi espalda baja, haciendo conexión conmigo como debe hacer un buen bailarín, a su ritmo interno.
A fines del siglo XX, sería el Partido Republicano, dirigido por un antiguo director de la CIA, el que establecería una política de inmigración de brazos abiertos, y no los demócratas “liberales”.
Yo siempre había imaginado diseñar un espacio bohemio en el que personas de todos los orígenes pudieran juntarse en una fiesta.
Gérman se definía a sí mismo como feminista y se esforzó en serlo, así que trataba de no exigirme nada. Yo luchaba con la feminista dentro de mí. A veces sentía que era una estadounidense gringa cabrona que esperaba que su hombre se cuidara a sí mismo para dejarme a mí hacer lo que yo quería, enfocarme exclusivamente en mi carrera y en el maldito trabajo de tiempo completo. Yo llegaba tarde a casa, no hacía la cena y a veces seguía trabajando. Aunque él nunca dijo nada, yo me preguntaba si a Gérman le habría gustado otro tipo de mujer. Una mujer para la que él fuera lo primero. Yo no entendía
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Cuando era estudiante universitaria, creía que Cuba era un intento genuino para crear una sociedad justa y educada con El Nuevo Hombre. Pero en este viaje, el hombre que me sirvió el desayuno en la Habana me dijo, “No, chica, eso del nuevo hombre se acabó hace mucho tiempo”. Esa visión esperanzadora de Cuba que tenía en mi juventud murió cuando escuché a una niña de diez años decir que quería ser una extranjera o una “jinetera” (lo que significa “una jinete de caballos”, pero en realidad se refería a ser una trabajadora sexual) cuando fuera grande. La isla de la música de protesta y el ron se
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Las políticas de Cuba con respecto al sida obligaban a que cualquier persona que estuviera infectada fuera trasladada a una comunidad especial. Muchos decían que esto era ostracismo o una cuarentena forzada, pero muchos otros, sobre todo la gente infectada, agradecían que el gobierno hubiera asumido sus cuidados. Vivían en sanatorios con aire acondicionado en donde recibían alimentos y alojamiento, todo gratis. Una vez que estabas adentro, el gobierno te dejaba en paz. Por ejemplo, si eras gay, por fin podías salir del clóset y la policía no podía hacer nada.
Corría el año 1994, el año de Selena, la cantante mexicoamericana de Corpus Christi, Texas, que cantaba en español y catapultó a la música texana, un género dominado por hombres, hasta los primeros lugares de las listas de popularidad.
Decía que el miedo está en la boca, que podemos distinguir su sabor, pero que si simplemente lo tragamos, desaparece. No queda ningún sabor después. El miedo desaparece de un trago y así podemos quitárnoslo de encima, hacerlo invisible.
Los chicos McKinsey que Time Warner había contratado ya habían llegado y se paseaban por la oficina como si fueran los dueños del lugar.
Ese shock que tuve me hizo menos dura, me hizo juzgar menos a la gente y me ayudó a conectarme con mis temas en un nivel más profundo, y eso se veía en mis textos y en mis reportajes.
Antonio no podía creerlo (¡un restaurante que estaba sobre cien pisos!), pero él tenía este lema: No dejes que te lo cuenten; hazlo tú mismo.
Estaba a punto de salir al aire y tenía que verme bien porque era una profesional. Las emociones son secundarias.
Yo soy la inmigrante mexicana que siempre busca a otras personas similares a mí por todas partes, que busca su visibilidad en los otros.
Fue a hablar con mi terapeuta, Andaye, que era amiga de los dos. La primera vez que habíamos ido a verla antes de casarnos fue cuando Gérman quería que yo entendiera que, como mi compañero de vida, era mi prioridad: no mis amigos ni mi trabajo. Y al mismo tiempo, él me hizo su prioridad número uno. Las relaciones son como calles de doble sentido. Pero mi alma feminista inherentemente resintió esa idea. A la larga, Andaye logró hacerme ver que en una pareja sí tienes que poner en primer lugar a tu amado. Mi pareja tenía que ser mi prioridad y eso tenía que ser por amor, no por un compromiso
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Recuerdo que pensé, Solo puedes odiar aquello que amas, porque en ese momento odiaba todo, a mi marido y mi vida. ¿Cómo podía hacerme eso?
No puedes tener todo en la vida, me repetía yo sola. Las mujeres, mis colegas latinas, me veían como un ejemplo de alguien que podía tener todo y sí lo tenía. Sin embargo, estaba a punto de perder a mi marido, a mis hijos y mi trabajo al mismo tiempo. También sentía que estaba perdiendo la razón.
mi equipo, tres hombres blancos de mediana edad, y yo.
Hay que tener mucho cuidado con lo que uno desea.
A toda acción corresponde una reacción opuesta y de igual magnitud.
comprendió lo que hacíamos estando juntas: crear un espacio seguro para periodistas latinas en el que podíamos bajar la guardia y sentirnos escuchadas, vistas y validadas. Y amadas. No esperábamos ni exigíamos nada de nadie. Contábamos chistes colorados, nos reíamos juntas, nos emborrachábamos un poquito, bailábamos y hablábamos del sexo, el amor, el matrimonio, la salud, las finanzas, el trabajo y de nuestros hijos.
era difícil competir con los vestidos en la gala porque mis colegas latinas nunca pierden la oportunidad de arreglarse para verse como diosas.

