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muchos de sus críticos acabaron detestando su manera de decir que lamentaba lo ocurrido «pero»…
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Hughes era muy consciente de que su rol como icono republicano —Hughes
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Oscuro, el Huelguista de Hambre— podía ser ampliamente utilizado como mercancía política.
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El idilio romántico de un movimiento revolucionario perdura más fácilmente
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cuando no existe el peligro de que algún miembro de tu familia salga volando por los aires cuando va a comprar a la tienda de la esquina.
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A veces, Hughes se preguntaba si, como puro soldado que era, no habría sido superado por la historia; si no estaría pasado de moda.
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Se había derramado mucha sangre a lo largo de un cuarto de siglo en nombre de una escueta e incondicional
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ambición: Fuera los británicos.
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Moloney acabó convencido de que Adams estaba engañando conscientemente a la tropa del IRA; se olió que Adams tenía previsto entregar las armas
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en interés del proceso de paz, pero que él y su círculo de íntimos habían guardado celosamente el secreto.
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Dada la tradicional prohibición de hablar sobre actividades paramilitares, los pormenores de muchos de los momentos clave del conflicto estaban envueltos en una espesa niebla de reticencia.
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manera de entrevistar a gente con la promesa de que su testimonio no vería la luz pública hasta después de su muerte.
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Paul Bew le entusiasmó la idea de Moloney. Habló de «guardar las cintas en bodega» como si fueran botellas de vino de Burdeos.
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plan era entrevistar a antiguos paramilitares, tanto del bando republicano como del lealista. (En un principio, Moloney había querido incluir también a miembros de las fuerzas policiales, pero al final desecharon esa idea.)
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que se sobrentendía en ese caso era que había un intercambio: tú contabas la verdad, y eso te daba derecho a la inmunidad legal.
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Tom Hachey, catedrático de estudios irlandeses en el Boston College,
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sino que se trataba de crear un corpus de material sobre
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el que generaciones futuras pudieran reflexionar; un estudio —según lo expresó con cierta grandilocuencia— de «la fenomenología de la violencia sectaria».
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Para ser un grupo clandestino, el IRA incurría en el chismorreo con cierta frecuencia. De hecho, no es que nadie hablara, es que hablaba todo el
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mundo, del primero al último. Simplemente solían hacerlo entre ellos, nada más. El
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Este
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tipo de fundamentalismo formaba el meollo de la mitología republicana: la idea de que aceptar cualquier tipo de cambio gradual equivalía a una traición.
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Según lo expresó él mismo, «de la cárcel nunca acaba uno de salir».
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Pero Hughes tenía que aguantar asimismo la sensación de que, a diferencia de lo ocurrido con la revolución en Cuba, la emprendida por
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Hughes y Gerry Adams en Irlanda del Norte había fracasado.
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Era un juego de manos estratégico que le afectaba mucho, no en vano Hughes culpaba de ello a su más querido camarada, Gerry Adams.
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Tirando de humor negro, Hughes empezó a decir que con él habían hecho lo mismo que con las armas del IRA: usar y tirar.
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Para quienes le apoyaban, Adams era una figura histórica, un visionario, un candidato verosímil al premio Nobel de la Paz.
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Hughes, sin embargo, le parecía que Gerry Adams se había dejado embaucar tal vez por su propia ambición; o, peor aún, que los británicos lo habían manipulado.
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Hughes habría podido justificar, para sus adentros, las cosas que había hecho, pero sentía que le robaban todo argumento para su absolución.
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«Tal como ha ido todo —dijo—, no ha habido ni una sola muerte que valiera la pena.»
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—gente «que nunca disparó un tiro», gente que «nunca se implicó verdaderamente en la revolución sino que se aprovechó de los voluntarios muertos»— afianzarse como personas con poder e influencia en el Belfast de posguerra.
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No
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me gustaría nada que los jóvenes de ahora se tragaran esa versión romántica de lo que ocurrió entonces. —Y añadió—: La verdad dista mucho de ser esa, y supongo que yo soy una prueba viviente.»
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Pero la respuesta que les llegó de fuera —concretamente de Gerry Adams— fue que lo que proponía Thatcher no era suficiente y que los huelguistas debían mantenerse firmes.
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En términos de política republicana, la huelga de hambre marcó el «punto de fisión del átomo»,
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huelga de hambre hizo posible el éxito de la incursión del Sinn Féin en la arena parlamentaria: la tensión subsiguiente entre la lucha armada del IRA y la
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política del Sinn Féin dio como resultado el proceso de paz y, en definitiva, el fin del conflicto.
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«Psicópatas los hay en todos los ejércitos», solía decir Brendan Hughes.
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«Solo hubo un hombre que diera la orden para que esa mujer fuera ejecutada —le dijo a Mackers—. Y ese hombre ahora es el puto jefe del Sinn Féin.»
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En psicología existe el concepto de «daños morales», diferente de la noción de trauma; tiene que ver con la manera en que un exsoldado asimila las cosas socialmente transgresoras que ha hecho en tiempo de guerra.
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Price se levantó para anunciar que le parecía «una pasada« oír decir a ciertas personas que jamás habían estado en el IRA. «Gerry fue mi inmediato superior», exclamó.
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«Quisiera pensar que lo
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que hice fue dar a conocer al mundo la capacidad de cualquier ser humano normal de ir hasta el límite, tanto física como mentalmente, movido por algo en lo que cree profundamente».
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Por ello mismo, lo más cruel de la desaparición forzosa como instrumento de guerra es probablemente que niega a los allegados esa ceremonia final, relegándolos a un permanente limbo de incertidumbre.
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Tratar de desenmascarar a un topo puede ser un trabajo de locura, un empeño paranoide y autodestructivo, que el propio Angleton supo definir con elegancia cuando dijo que el contraespionaje era un «desierto de espejos».
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Era lo que se llama un «huevo de oro». No,
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Stakeknife no era Gerry Adams; era Freddie Scappaticci.
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La paradoja, en lo que respecta al IRA, fue demoledora: el hombre encargado por la organización de desenmascarar topos era también él un topo.
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única idea preconcebida que tenía el IRA era que si estás sucio, es decir, si has matado a alguien, no puedes ser agente —subrayó en una ocasión Ian Hurst, responsable de la inteligencia militar—. Para Scappaticci —añadió—, la mejor protección puede haber sido simplemente seguir matando.»