Un cerebro eficiente requiere menos espacio, lo que se traduce en una cabeza más pequeña que facilita el parto y provoca menos mortalidad infantil y de las madres. Un cerebro eficiente también nos permite dejar de pensar constantemente en comportamientos básicos como caminar o decidir qué comer, de modo que podemos dedicar nuestra energía mental a inventar lanzas, sistemas de irrigación y, a la larga, aviones y videojuegos.