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Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve.
Me seguía pareciendo un hombre cansado, alguien que se gastó antes de tiempo.
Al principio la tierra es fría, pero en la mano y después en la boca entra en calor. Separé un poco y lo levanté. Me lo llevé a la boca. Tragué. Cerré los ojos, sintiendo cómo la tierra se calentaba, cómo me quemaba adentro, y volví a comer un poco más. La tierra era el veneno necesario para viajar hasta el cuerpo de María y yo tenía que llegar.
Yo vine a comer la tierra de su hija –dije, y me levanté para salir sola a la intemperie a buscar una vida.
Seguí comiendo, borracha de tierra.

