El infinito en un junco
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Read between October 20 - December 6, 2022
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Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.
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En la época del gran proyecto alejandrino, no existía nada parecido al comercio internacional de libros. Estos se podían comprar en ciudades con una larga vida cultural, pero no en la joven Alejandría. Los textos cuentan que los reyes usaron las enormes ventajas del poder absoluto para enriquecer su colección. Lo que no podían comprar, lo confiscaban. Si era preciso rebanar cuellos o arrasar cosechas para hacerse con un libro codiciado, darían la orden de hacerlo diciéndose que el esplendor de su país era más importante que los pequeños escrúpulos.
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El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo.
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Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.
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Lo curioso es que aún podemos leer un manuscrito pacientemente copiado hace más de diez siglos, pero ya no podemos ver una cinta de vídeo o un disquete de hace apenas algunos años, a menos que conservemos todos nuestros sucesivos ordenadores y aparatos reproductores, como un museo de la caducidad,
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La lengua griega tiene una palabra para describir su obsesión: póthos. Es el deseo de lo ausente o lo inalcanzable, un deseo que hace sufrir porque es imposible de calmar. Nombra el desasosiego de los enamorados no correspondidos y también la angustia del duelo, cuando añoramos de manera insoportable a una persona muerta. Alejandro no encontraba reposo en sus ansias de ir siempre más allá para escapar al aburrimiento y la mediocridad.
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el triunfo es un pasaporte al que nadie pone objeciones.
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Si no consigues entender los símbolos, invéntate otros.
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La pasión del coleccionista de libros se parece a la del viajero. Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad.
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En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo.
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La Biblioteca de Alejandría era una enciclopedia mágica que congregó el saber y las ficciones de la Antigüedad para impedir su dispersión y su pérdida. Pero también fue concebida como un espacio nuevo, del cual partirían las rutas hacia el futuro.
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La Biblioteca hizo realidad la mejor parte del sueño de Alejandro: su universalidad, su afán de conocimiento, su inusual deseo de fusión. En los anaqueles de Alejandría fueron abolidas las fronteras, y allí convivieron, por fin en calma, las palabras de los griegos, los judíos, los egipcios, los iranios y los indios. Ese territorio mental fue tal vez el único espacio hospitalario para todos ellos.
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En el tercer milenio a. C. los egipcios descubrieron que con aquellos juncos podían fabricar hojas para la escritura, y en el primer milenio ya habían extendido su hallazgo a los pueblos de Próximo Oriente. Durante siglos, los hebreos, los griegos y luego los romanos escribieron su literatura en rollos de papiro. A medida que las sociedades mediterráneas se alfabetizaban y se volvían más complejas, necesitaban cada vez más papiro, y los precios subían al calor de la demanda. La planta era muy escasa fuera de Egipto y, como el coltán de nuestros teléfonos inteligentes, se convirtió en un bien ...more
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El rollo de papiro supuso un fantástico avance. Tras siglos de búsqueda de soportes y de escritura humana sobre piedra, barro, madera o metal, el lenguaje encontró finalmente su hogar en la materia viva. El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática. Y, frente a sus antepasados inertes y rígidos, el libro fue desde el principio un objeto flexible, ligero, preparado para el viaje y la aventura.
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poseer libros es un ejercicio de equilibrio sobre la cuerda floja. Un esfuerzo por unir los pedazos dispersos del universo hasta formar un conjunto dotado de sentido. Una arquitectura armoniosa frente al caos. Una escultura de arena. La guarida donde protegemos todo aquello que tememos olvidar. La memoria del mundo. Un dique contra el tsunami del tiempo.
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Esa primitiva globalización se llamó «helenismo». Costumbres, creencias y formas de vida comunes arraigaron en los territorios conquistados por Alejandro desde Anatolia hasta el Punyab. La arquitectura griega era imitada en lugares tan remotos como Libia o la isla de Java. El idioma griego servía para comunicarse a asiáticos y africanos. Plutarco asegura que en Babilonia leían a Homero, y que los niños de Persia, de Susa y de Gedrosia —región hoy repartida entre Pakistán, Afganistán e Irán— cantaban las tragedias de Sófocles y Eurípides. Por los caminos del comercio, la educación y el ...more
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Los cambios provocaban ansiedad. Muchos griegos que durante siglos habían vivido en pequeñas ciudades administradas por sus propios ciudadanos de pronto se vieron incorporados a extensos reinos. Empezó a cundir el desarraigo, la sensación de estar desplazados, de vivir perdidos en un universo demasiado grande, gobernados por poderes lejanos e inaccesibles. Se desarrolló el individualismo; se agudizó la sensación de soledad. La civilización helenística —angustiada, frívola, teatral, convulsa, aturdida por las rápidas transformaciones— albergaba impulsos contradictorios.
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Leer es un ritual que implica gestos, posturas, objetos, espacios, materiales, movimientos, modulaciones de luz. Para imaginar cómo leían nuestros antepasados necesitamos conocer, en cada época, esa red de circunstancias que rodean el íntimo ceremonial de entrar en un libro.
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Leer construye una comunicación íntima, una soledad sonora
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Dentro de las cabezas de la gente, las frases leídas resuenan como un canto a capela, como una plegaria.
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Desde los primeros siglos de la escritura hasta la Edad Media, la norma era leer en voz alta, para uno mismo o para otros, y los escritores pronunciaban las frases a medida que las escribían escuchando así su musicalidad. Los libros no eran una canción que se cantaba con la mente, como ahora, sino una melodía que saltaba a los labios y sonaba en voz alta. El lector se convertía en el intérprete que le prestaba sus cuerdas vocales.
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Inventados hace cinco mil años, los libros de los que estamos hablando, en realidad los antepasados de los libros —y de las tabletas—, eran tablillas de arcilla. En las riberas de los ríos de Mesopotamia no había juncos de papiro, y escaseaban otros materiales como la piedra, la madera o la piel, pero la arcilla era abundante. Por eso los sumerios empezaron a escribir sobre la tierra que sostenía sus pasos. Conseguían una superficie para escribir modelando pequeñas masas de arcilla de unos veinte centímetros de longitud, con forma rectangular y aplanada, parecidas a nuestras tabletas de siete ...more
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La invención del libro es la historia de una batalla contra el tiempo para mejorar los aspectos tangibles y prácticos —la duración, el precio, la resistencia, la ligereza— del soporte físico de los textos. Cada avance, por ínfimo que pudiera parecer, incrementaba la esperanza de vida de las palabras.
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los manuscritos más lujosos del medievo exigían considerables dosis de sadismo. Existieron ejemplares bellísimos fabricados con pieles de color blanco profundo y textura sedosa, llamadas «vitelas», que procedían de crías recién nacidas o incluso de embriones abortados en el seno de su madre. Imagino los gemidos de los animales y su sangre derramada durante siglos para que las palabras del pasado hayan llegado hasta nosotros. Detrás del exquisito trabajo del pergamino y la tinta se esconden, como hermanos gemelos rechazados, la piel herida y la sangre —la barbarie que acecha en los ángulos ...more
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la humilde, imperfecta y efímera vida humana merece la pena, a pesar de sus limitaciones y sus desgracias, aunque la juventud se esfume, la carne se vuelva flácida y acabemos arrastrando los pies.
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A diferencia de nosotros, los habitantes del mundo antiguo creían que lo nuevo tendía a provocar más degeneración que progreso. Algo de esa reticencia ha perdurado en el tiempo; todos los grandes avances —la escritura, la imprenta, internet…— han tenido que enfrentarse a detractores apocalípticos.
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Toda sociedad aspira a perdurar y ser recordada. El acto de escribir alargaba la vida de la memoria, impedía que el pasado se disolviera para siempre. En los primeros tiempos, los poemas aún nacían y viajaban por cauces orales, pero algunos bardos aprendieron el trazado de las letras y empezaron a transcribirlos en hojas de papiro (o los dictaron) como pasaporte hacia el futuro. Quizá entonces algunos empezaron a tomar consciencia de las inesperadas implicaciones de aquella osadía. Escribir los poemas significaba inmovilizar el texto, fijarlo para siempre.
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En su esfuerzo por perpetuarse, los habitantes del mundo oral se dieron cuenta de que el lenguaje rítmico es más fácil de recordar, y en alas de ese descubrimiento nació la poesía. Al recitar versos, la melodía de las palabras ayuda a repetir el texto sin alterarlo, porque la música se quiebra cuando la secuencia falla.
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Al abandonar la oralidad, el lenguaje experimentó reajustes arquitectónicos: la sintaxis desplegó nuevas estructuras lógicas, y el vocabulario se volvió más abstracto. Además, la literatura encontró nuevos caminos fuera de la disciplina del verso.
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La prosa se convirtió en el vehículo de un sorprendente universo de hechos y teorías. Los enunciados innovadores ensancharon el espacio del pensamiento.
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Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida. Mientras escuchas con soñadora atención, el narrador y el libro se funden en una única presencia, en una sola voz.
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Sócrates temía que, por culpa de la escritura, los hombres abandonasen el esfuerzo de la propia reflexión. Sospechaba que, gracias al auxilio de las letras, se confiaría el saber a los textos y, sin el empeño de comprenderlos a fondo, bastaría con tenerlos al alcance de la mano. Y así ya no sería sabiduría propia, incorporada a nosotros e indeleble, parte del bagaje de cada uno, sino un apéndice ajeno.
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Los científicos denominan «efecto Google» a este fenómeno de relajación memorística. Tendemos a recordar mejor dónde se alberga un dato que el propio dato. Es evidente que el conocimiento disponible es mayor que nunca, pero casi todo se almacena fuera de nuestra mente.
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¿Somos en el fondo más ignorantes que nuestros memoriosos antepasados de los viejos tiempos de la oralidad?
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El alfabeto fue una tecnología aún más revolucionaria que internet. Construyó por primera vez esa memoria común, expandida y al alcance de todo el mundo. Ni el saber ni la literatura completa caben en una sola mente pero, gracias a los libros, cada uno de nosotros encuentra las puertas abiertas a todos los relatos y todos los conocimientos.
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«De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación».
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todos los lectores llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas de palabras que nos han dejado huella.
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el deseo patológico de popularidad ha venido a llamarse síndrome de Eróstrato.
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las librerías sedentarias son una anomalía moderna en una tradición sobre todo nómada y poética. Fueron viajeros quienes nutrieron de manuscritos la Biblioteca de Alejandría; mercaderes de tinta y papel quienes empujaron ideas como ruedas por la Ruta de la Seda; vendedores ambulantes de libros usados —entre otras mercancías— quienes se instalaban en posadas y en ferias hasta ayer mismo, después de recorrer grandes distancias cargados con baúles, cajas voluminosas y tenderetes de quita y pon. Hoy son los bibliobuses y los biblioburros —dependiendo de la geografía— los que mantienen viva la ...more
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«Cuando le vendes un libro a alguien, no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra,
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Foucault dijo: «Me llama la atención el hecho de que en nuestra sociedad el arte se haya convertido en algo que atañe a los objetos y no a la vida ni a los individuos. ¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una casa pueden ser obras de arte y no puede serlo mi vida?».
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en la época helenística se convirtió en un refugio para los desorientados huérfanos de las libertades perdidas. En ese periodo, la paideía —en griego, «educación»— se transforma para algunos en la única tarea a la que merece la pena consagrarse en la vida. El significado de la palabra se va enriqueciendo, y, cuando romanos como Varrón o Cicerón necesitan traducirla al latín, eligen el término humanitas. Es el punto de partida del humanismo europeo
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esta antigua fe en la cultura nació como un credo religioso, con su lado místico y su promesa de salvación.
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«Lo único que merece la pena es la educación —escribe en el siglo II un seguidor de este culto—. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. La riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. La gloria es inestable. La belleza es efímera; la salud, inconstante. La fuerza física cae presa de la enfermedad y la vejez. La instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la ...more
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Nos pasamos la vida haciendo listas, leyéndolas, memorizándolas, rompiéndolas, arrojándolas a la basura, tachando los objetivos cumplidos, aborreciéndolas y amándolas. Las mejores son las que conceden importancia a lo que enumeran y tratan de darle sentido. Las que acarician los detalles y la singularidad del mundo, impidiendo que perdamos de vista aquello que es valioso.
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En los escenarios de Atenas se escucharon palabras asombrosas. Desde allí hablaron mujeres desesperadas, parricidas, enfermos, locos, esclavos, suicidas y extranjeros. El público no podía apartar los ojos de aquellos personajes insólitos. Precisamente, «teatro» significaba en griego «lugar para mirar». Los griegos habían escuchado relatos durante generaciones, pero asomarse a una historia mirándola como espías tras la rendija de una puerta era una experiencia muy distinta, de una extraña intensidad. Allí empezó a triunfar el lenguaje audiovisual que aún nos hipnotiza.
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Heródoto se esforzó por derribar los prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo. Es curioso comprobar que tantos siglos después de que Heródoto escribiese su obra el primer libro de historia empieza de forma rabiosamente actual: hablando de guerras entre orientales y occidentales, de secuestros, de acusaciones cruzadas, de distintas versiones sobre los mismos acontecimientos, de hechos ...more
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Milenios antes del multiperspectivismo contemporáneo, el primer historiador griego comprendió que la memoria es frágil, evanescente, y que cuando alguien evoca su pasado deforma la realidad para justificarse o encontrar alivio.
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Necesitamos conocer culturas alejadas y diferentes, porque en ellas contemplaremos reflejada la nuestra. Porque solo entenderemos nuestra identidad si la contrastamos con otras identidades. Es el otro quien me cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo.
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lo que las comunidades humanas tienen en común es aquello que inevitablemente las enfrenta: la tendencia a creerse mejores. Como descubrió la mirada irónica del griego nómada, todos estamos muy dispuestos a considerarnos superiores. En eso somos iguales.
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