El infinito en un junco
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Read between September 26, 2020 - February 5, 2021
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El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática.
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Y, frente a sus antepasados inertes y rígidos, el libro fue desde el principio un objeto flexible, ligero, preparado para el viaje y la aventura. Rollos
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nuevo encargado de la adquisición y el orden de los libros se llamaba Demetrio de Falero. Él inventó el oficio, hasta entonces inexistente, de bibliotecario.
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En la Antigüedad, cuando los ojos reconocían las letras, la lengua las pronunciaba, el cuerpo seguía el ritmo del texto, y el pie golpeaba el suelo como un metrónomo. La escritura se oía. Pocos imaginaban que fuera posible leer de otra manera.
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No hay que imaginar los pórticos de las bibliotecas antiguas en silencio, sino invadidos por las voces y los ecos de las páginas.
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Mira, no hay profesión que esté libre de director, excepto la de escriba. Él es el jefe. Si conoces la escritura, te irá mejor que en las profesiones de las que te he hablado.
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A diferencia de nosotros, los habitantes del mundo antiguo creían que lo nuevo tendía a provocar más degeneración que progreso.
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Cuando la musa aprendió a escribir —en palabras de Havelock—, se desencadenaron cambios asombrosos. Los nuevos textos pudieron empezar a multiplicarse en infinita variedad porque ya no estaban sujetos a la economía de la memoria.
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Era un formidable conversador que siempre se negó a poner por escrito sus enseñanzas. Acusaba a los libros de obstaculizar el diálogo de ideas, porque la palabra escrita no sabe contestar a las preguntas y objeciones del lector.
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dejar de dibujar las cosas y las ideas, que son infinitas, para empezar a dibujar los sonidos de las palabras, que son un repertorio limitado.
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vas a los tribunales nativos y miras los libros de los escribanos de hace veinte años o más, están todavía como el día que los escribieron. No dicen una cosa hoy y otra mañana, o una cosa este año y otra el que viene.
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Los expertos piensan que la invención del alfabeto griego no fue un proceso anónimo a cargo de una colectividad sin nombre ni rostro. Fue un acto individual, deliberado e inteligente que exigió una gran sofisticación auditiva para identificar las partículas básicas —consonantes y vocales— que componen las palabras.
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Las versiones escritas de los libros eran solo un seguro contra el olvido.
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palabra escrita parece hablar contigo como si fuera inteligente, pero si le preguntas algo, porque deseas saber más, sigue repitiéndote lo mismo una y otra vez. Los libros no son capaces de defenderse».
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Cuando se reúne un grupo de gente, suele haber alguien que se lanza a comprobar los datos de la conversación con su teléfono inteligente. Se zambulle en la pantalla como un ave acuática y, tras una consulta rápida, emerge con el pez en el pico, aclarando todas las dudas sobre el nombre de aquel actor o cuáles son los días perfectos para pescar el pez plátano.
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Se considera a Calímaco el padre de los bibliotecarios.
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Según datos del año 2014 en España, el 97 por ciento de la población dispone de al menos una biblioteca pública en el lugar donde vive
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Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia.
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línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo.
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Necesitamos conocer culturas alejadas y diferentes, porque en ellas contemplaremos reflejada la nuestra. Porque solo entenderemos nuestra identidad si la contrastamos con otras identidades. Es el otro quien me cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo.
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Durante el reinado de Darío, este monarca convocó a los griegos que estaban en su corte y les preguntó por cuánto dinero accederían a comerse los cadáveres de sus padres. Ellos respondieron que no lo harían a ningún precio. Acto seguido Darío convocó a los indios llamados calatias, que devoran a sus progenitores, y les preguntó, en presencia de los griegos, que seguían la conversación por medio de un intérprete, por qué suma consentirían en quemar en una hoguera los restos mortales de sus padres; ellos entonces se pusieron a vociferar, rogándole que no blasfemara.
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Como explica Milan Kundera en su novela La broma, la risa tiene una enorme capacidad de deslegitimar el poder, y por eso inquieta y es castigada.
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Nació entonces la comedia nueva, sentimental, costumbrista, de enredo, el tipo de humor en el que pensaba Ortega y Gasset al escribir: «la comedia es el género literario de los partidos conservadores».
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habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien: «los libros hacen los labios», decía un refrán romano.
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hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio. Podemos
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Lo que distinguió a la Gran Biblioteca en su tiempo, como hoy a internet, fueron sus técnicas simplificadas y avanzadísimas para encontrar la hebra buscada en la caótica maraña de la sabiduría escrita.
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Fue un profesor de lenguas clásicas de la Sorbona, Jacques Perret, quien propuso en 1955 a los directivos franceses de IBM, en vísperas de lanzar al mercado las nuevas máquinas, sustituir el nombre anglosajón computer, que alude solo a las operaciones de cálculo, por ordinateur, que incide en la función —mucho más importante y decisiva— de ordenar los datos.
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El alfabeto de mi infancia, el que me observa ahora mismo desde las hileras oscuras del teclado de mi ordenador, es una constelación de letras errantes que los fenicios embarcaron en sus naves.
Ernesto
Extraordinario uso de las palabras en una frase que resume la historia del alfabeto.
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los habitantes de la civilización grecolatina consideraban apropiado que sus esclavos se encargasen de los trabajos de copia, escritura y documentación, por razones que hoy resultan, cuando menos, sorprendentes.
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Leer uno mismo es prestar el cuerpo a un escritor desconocido, un acto audazmente promiscuo. No se consideraba del todo incompatible con el rango de ciudadano, pero los bienpensantes de la época proclamaban que debía practicarse con cierta moderación, para que no se convirtiese en vicio.
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Los libros servían, sobre todo, para crear o afianzar el prestigio de ciertas personas. La literatura circulaba libre y voluntariamente, en calidad de regalo o préstamo personal, de unas manos a otras, entre individuos interesados, ayudando a demarcar un pequeño grupo de élite cultural, una comunidad íntima de gente rica donde se admitía, por su talento, a algunos protegidos de origen humilde o esclavo.
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pretender ganarse la vida con las letras era un afán poco decoroso para la gente de bien.
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Un personaje del Satiricón de Petronio arremete contra las costumbres depravadas y blandengues de su época —el reinado de Nerón, en el siglo I—, y anuncia la decadencia inminente de Roma si —¡habrase visto!— los niños estudian jugando.
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Transcurrieron largos siglos en los que, a falta de bibliotecas públicas en la Urbe, solo podías posar los ojos en los libros si poseías un gran patrimonio, o si tenías habilidad para la adulación.
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regalar una novela o un poemario a alguien que nos importa, sabemos que su opinión sobre el texto se reflejará sobre nosotros.
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Mientras que el bibliotecario acumula, atesora, a lo sumo presta temporalmente la mercancía, el librero adquiere para librarse de lo adquirido, compravende, pone en circulación.
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El éxito del mecanismo represor estriba precisamente en extender la amenaza de represalias, multas o cárcel a todos los eslabones de la cadena de difusión (desde los amanuenses o impresores de antaño, al administrador de un foro o proveedor de internet).
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Como escribe Jorge Carrión, quienes diseñaron los mayores sistemas de control, represión y ejecución del mundo contemporáneo, quienes demostraron ser los más eficientes censores de libros, eran también estudiosos de la cultura, escritores, grandes lectores.
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Desde luego, no bastan números de clientes y ventas, ni cifras de negocios, porque el influjo de la librería en la ciudad es sutil, secreto, inaprensible».
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Pero, en la realidad, los clientes no eran tan excéntricos y adorables como Eric Blair —el verdadero nombre de Orwell— hubiera deseado, y el escritor rechinaba de dientes en su puesto viendo cómo los títulos que él amaba languidecían sin encontrar
Ernesto
Igual que yo
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libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas. Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida.
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los antiguos solían recurrir a las tablillas. El lector que quería consultarlas en un orden determinado las conservaba en cajas o bolsas, o bien las agujeraba en la esquina y las enlazaba juntas con anillas o correas. «Códices»
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Corán describirá a los cristianos como «gentes del libro» (ahl al-kitâb), con una mezcla de respeto y asombro.
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No deberíamos olvidar que el libro de páginas triunfó, en gran medida, porque favorecía las lecturas clandestinas, negadas,
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Las termas de Caracalla, inauguradas en el año 212, incluían gimnasios, espacios para la lectura, salas para la conversación, un teatro, los propios baños, jardines, espacios destinados al ejercicio o el juego, establecimientos para comer y biblioteca griega y latina separadas; todo pagado por el Estado.
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Con el paso de los siglos, las cerradas junglas de letras por las que se avanzaba sudoroso, machete en mano, se fueron convirtiendo en ordenados jardines de palabras para tranquilos paseantes.
Ernesto
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Cada cabeza de familia debía concurrir obligatoriamente —con el resto de su cuerpo—
Ernesto
Ja ja ja
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Twain proponía una definición irónica: «Clásico es un libro que todo el mundo quiere haber leído pero nadie quiere leer».
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A lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres las encargadas de desovillar en la noche la memoria de los
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cuentos.
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