Stephen se sentó en la cama con una alegría que nunca le había visto, y abrazó a Juan con la ternura que compartían. Reprimí una inesperada oleada de celos que me agrió la boca. De todos modos me excitaba bastante verlos besarse sin pudor, con esa incomodidad de los besos entre hombres que al principio se parece a una pelea y después se desborda hacia una emoción que yo no comprendía, una fraternidad perdida y recuperada.

