Don Lorenzo había puesto todo su entusiasmo en la pared de la sacristía. Ahí montó su obra maestra, el motivo del miedo de los vecinos y posiblemente la razón por la que la iglesia no había logrado ser aceptada por la Curia. La talla de madera se conservaba bien a pesar del paso del tiempo y el desgaste de algunos colores. Era una visión del infierno, un retablo de advertencia: niños de cabeza desproporcionadamente grande y piernas retorcidas bailando danzas rituales alrededor de fogatas, jugando con dragones y víboras. Mujeres desnudas, con la cintura encadenada por serpientes. Entre ellos
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