Cuando se hacía de noche fumaba en silencio y solía mirar las luciérnagas, que se asomaban entre los eucaliptos y sobre el camino de tierra que llevaba a las piletas y las canchas de tenis y de rugby. Eran más lindas cuando todavía había un poco de luz: al atardecer parecían chispas desprendidas del sol. Pero, ya de noche, Gaspar no sabía bien si le gustaban o no: lo hacían pensar en ojos que parpadeaban y de pronto no estaban más o se le acercaban demasiado. Y sin embargo eran hermosas, mezcladas entre los pastos altos y los troncos.

