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Pero la culpa la tuvimos nosotros, los mayores, convencidos de que hacíamos lo mejor, que este era el sistema perfecto, controlar todo para que todo funcionara mejor. ¡Qué error, qué grandísimo error! Perseguimos una utopía y caímos de bruces en ella, nos hemos roto la cara y ahora no sabemos qué somos ni qué lugar ocupamos en un país que nos considera de segunda clase. La libertad es lo único valioso…
La sospecha de Sofía
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