Kindle Notes & Highlights
Voluntad. —Energía. —Ejemplo. —Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar… Sin miramientos…
18 Te empeñas en ser mundano, frívolo y atolondrado porque eres cobarde. ¿Qué es, sino cobardía, ese no querer enfrentarte contigo mismo?
19 Voluntad. —Es una característica muy importante. No desprecies las cosas pequeñas, porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas —que nunca son futilidades, ni naderías— fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!…, que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio.
32 Tú no serás caudillo si en la masa sólo ves el escabel para alcanzar altura. —Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas. No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz.
¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia?
Poco recio es tu carácter: ¡qué afán de meterte en todo! —Te empeñas en ser la sal de todos los platos… Y —no te enfadarás porque te hable claro— tienes poca gracia para ser sal: y no eres capaz de deshacerte y pasar inadvertido a la vista, igual que ese condimento. Te falta espíritu de sacrificio. Y te sobra espíritu de curiosidad y de exhibición.
Cállate. —No me seas “niñoide”, caricatura de niño, “correveidile”, encizañador, soplón. —Con tus cuentos y tus chismes has entibiado la caridad: has hecho la peor labor, y… si acaso has removido —mala lengua— los muros fuertes de la perseverancia de otros, tu perseverancia deja de ser gracia de Dios, porque es instrumento traidor del enemigo.
Eres curioso y preguntón, oliscón y ventanero: ¿no te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco masculino? —Sé varón: y esos deseos de saber de los demás trócalos en deseos y realidades de propio conocimiento.
¿Por qué, al juzgar a los demás, pones en tu crítica el amargor de tus propios fracasos?
El Sacerdote —quien sea— es siempre otro Cristo.
72 No me pongas al Sacerdote en el trance de perder su gravedad. Es virtud que, sin envaramiento, necesita tener. ¡Cómo la pedía —¡Señor, dame… ochenta años de gravedad!— aquel clérigo joven, nuestro amigo! Pídela tú también, para el Sacerdocio entero, y habrás hecho una buena cosa.
Si no tienes un plan de vida, nunca tendrás orden.
Eso de sujetarse a un plan de vida, a un horario —me dijiste—, ¡es tan monótono! Y te contesté: hay monotonía porque falta Amor. 78 Si no te levantas a hora fija nunca cumplirás el plan de vida. 79 ¿Virtud sin orden? —¡Rara virtud!
Cuando tengas orden se multiplicará tu tiempo, y, por tanto, podrás dar más gloria a Dios, trabajando más en su servicio.
90 ¿Que no sabes orar? —Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: “Señor, ¡que no sé hacer oración!…”, está seguro de que has empezado a hacerla.
103 Esas palabras, que te han herido en la oración, grábalas en tu memoria y recítalas pausadamente muchas veces durante el día.
Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia. —Y esa cruzada es obra vuestra.
Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal.
124 Me escribías, médico apóstol: “Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”.
126 La gula es la vanguardia de la impureza.
No tengas la cobardía de ser “valiente”: ¡huye!
133 Los santos no han sido seres deformes; casos para que los estudie un médico modernista. Fueron, son normales: de carne, como la tuya. —Y vencieron. 134 Aunque la carne se vista de seda… —Te diré, cuando te vea vacilar ante la tentación, que oculta su impureza con pretextos de arte, de ciencia…, ¡de caridad! Te diré, con palabras de un viejo refrán español: aunque la carne se vista de seda, carne se queda.
142 «Domine!» —¡Señor!— «si vis, potes me mundare» —si quieres, puedes curarme. —¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: «volo, mundare!» —quiero, ¡sé limpio!
161 Haces un derroche de ternura. —Y te digo: caridad con tus prójimos, sí: siempre. —Pero —óyeme bien, alma de apóstol—, es de Cristo, y sólo para El, ese otro sentimiento que el Señor mismo ha puesto en tu pecho. —Además…, ¿no es cierto que al descorrer algún cerrojo de tu corazón —siete cerrojos necesitas— más de una vez quedó flotando en tu horizonte sobrenatural la nubecilla de la duda…, y te preguntas, atormentado a pesar de tu pureza de intención: no habré ido demasiado lejos en mis manifestaciones exteriores de afecto?
El corazón, a un lado. Primero, el deber. —Pero, al cumplir el deber, pon en ese cumplimiento el corazón: que es suavidad.
165 Tú… que por un amorcillo de la tierra has pasado por tantas bajezas, ¿de veras te crees que amas a Cristo y no pasas, ¡por El!, esa humillación?
Te acogota el dolor porque lo recibes con cobardía. —Recíbelo, valiente, con espíritu cristiano: y lo estimarás como un tesoro.
172 Si no eres mortificado nunca serás alma de oración.
173 Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes… Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior.
174 No digas: esa persona me carga. —Piensa: esa persona me santifica.
175 Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. —Niégate. —¡Es tan hermoso ser víctima!
178 Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor… y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo…, que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú. 179 Busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás. 180 Donde no hay mortificación, no hay virtud.
183 ¡Los ojos! Por ellos entran en el alma muchas iniquidades. —¡Cuántas experiencias a lo David!… —Si guardáis la vista habréis asegurado la guarda de vuestro corazón.
186 Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto.
189 Todo lo que no te lleve a Dios es un estorbo. Arráncalo y tíralo lejos.
190 Le hacía el Señor decir a un alma, que tenía un superior inmediato iracundo y grosero: Muchas gracias, Dios mío, por este tesoro verdaderamente divino, porque ¿cuándo encontraré otro que a cada amabilidad me corresponda con un par de coces?
191 Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza. Si, con la ayuda de Dios, te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada. ¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!
193 No me seas flojo, blando. —Ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo.
195 Tuvo acierto quien dijo que el alma y el cuerpo son dos enemigos que no pueden separarse, y dos amigos que no se pueden ver.
196 Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición.
198 Estos son los frutos sabrosos del alma mortificada: comprensión y transigencia para las miserias ajenas; intransigencia para las propias.
206 El minuto heroico. —Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y… ¡arriba! —El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza.
207 Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento que sientes de ti mismo.
208 Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor!
Aprende a sacar, de las caídas, impulso: de la muerte, vida.
214 Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo.
217 Te quiero feliz en la tierra. —No lo serás si no pierdes ese miedo al dolor. Porque, mientras “caminamos”, en el dolor está precisamente la felicidad.
218 ¡Qué hermoso es perder la vida por la Vida!
219 Si sabes que esos dolores —físicos o morales— son purificación y merecimiento, bendícelos.
221 Si somos generosos en la expiación voluntaria, Jesús nos llenará de gracia para amar las expiaciones que El nos mande.