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—Inspector —llama. —Señora. —¿Va usted armado? —Sí, señora. —Si le mete una bala en la cabeza a ese hijo de la gran puta, ni a usted ni a nadie de su familia les faltará nunca de nada. Espera a que se hayan ido para permitirse llorar. No lo consigue.
Cleo, que aún está viajando hacia el suelo arrojada por la explosión —contar esto lleva tiempo—, se salva de la mayor parte de la metralla, que impacta en el escudo.
—Es el hombre más peligroso que existe, Jon. Diabólico —insiste ella—. Y quiero que me ayudes a cazarlo. —¿Cómo se llama? —Su nombre real no lo sé. Nadie lo sabe. Antonia duda un momento. Y finalmente dice el nombre, el nombre que no ha vuelto a pronunciar en voz alta desde hace tres años. Desde que entró en su casa, desde que le disparó a ella, desde que dejó a Marcos en coma. Desde que se lo robó todo. —Se hace llamar señor White.