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June 20, 2023
La primera de estas moléculas fue un hallazgo accidental de la ciencia.[1] La dietilamida de ácido lisérgico, comúnmente conocida como LSD, fue sintetizada por Albert Hofmann en 1938, poco antes de que los físicos dividieran un átomo de uranio por primera vez. Hofmann, que trabajaba para la empresa farmacéutica suiza Sandoz, buscaba un medicamento para estimular la circulación, no un compuesto psicoactivo. De hecho, no sería hasta cinco años después, al ingerir de forma accidental una cantidad minúscula de la nueva sustancia química, cuando se dio cuenta de que había creado algo de gran poder,
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A lo largo de la mayor parte de la década de 1950 y principios de la de 1960 muchos miembros del establishment psiquiátrico consideraban el LSD y la psilocibina como medicamentos milagrosos.
Diego Barragán Guerrero liked this
El trasnochado tópico de los años sesenta de que las drogas psicodélicas ofrecían una clave para comprender —y «extender»— la conciencia ya no parece tan descabellado.
En aquel momento no lo sabía, pero la diferencia entre estas dos experiencias con la misma sustancia demostró algo importante y especial sobre las drogas psicodélicas: la fundamental influencia de la «actitud» y del «escenario». La actitud es la mentalidad o la expectativa que uno aporta a la experiencia, y el escenario es el entorno en el que se lleva a cabo. En comparación con otros fármacos, las drogas psicodélicas rara vez afectan a las personas de la misma manera dos veces, ya que tienden a magnificar lo que ya esté pasando dentro y fuera de la cabeza de uno.
Carl Jung escribió una vez que no son los jóvenes, sino las personas de mediana edad las que necesitan tener una «experiencia de lo numinoso» para ayudarles a sortear la segunda mitad de sus vidas.
Ella y su marido, un ingeniero de software jubilado, habían encontrado el uso ocasional del LSD tanto intelectualmente estimulante como valioso para su trabajo.
Proyecto de la Psilocibina de Harvard, llevado a cabo por Timothy Leary,
Lo llamativo de esta línea de investigación clínica es la premisa de que no es el efecto farmacológico de la droga en sí, sino el tipo de experiencia mental que ocasiona —que involucra la disolución temporal del yo— lo que puede erigirse en la clave para cambiar la mente.
Muchos de los voluntarios describían que accedieron a una realidad alternativa, un «más allá», donde las leyes físicas habituales no se aplican y diversas manifestaciones de la conciencia cósmica o de la divinidad se presentan como inequívocamente reales.
Mi punto de vista por defecto es el del filósofo materialista, que cree que la materia es la sustancia fundamental del mundo y las leyes físicas a las que obedece deben ser capaces de explicar todo lo que sucede. Parto de la suposición de que la naturaleza es todo lo que hay y me inclino hacia las explicaciones científicas de los fenómenos. Dicho esto, también soy sensible a las limitaciones de la perspectiva científico-materialista, y creo que la naturaleza (incluida la mente humana) guarda misterios ante los que la ciencia a veces se muestra arrogante e injustificadamente desdeñosa.
Yo no estaba buscando cambiar mi vida, pero la idea de aprender algo nuevo sobre ella, y de alumbrar con una nueva luz este viejo mundo, comenzó a ocupar mis pensamientos. Tal vez había algo que faltara en mi vida, algo que nunca había identificado.
nuestra especie ha utilizado ampliamente plantas y hongos con el poder de alterar la conciencia de forma radical como herramientas para la curación de la mente, para facilitar los ritos de paso y como un medio para comunicarse con los reinos sobrenaturales o con el mundo de los espíritus.
Muchos de los peligros más notorios han sido exagerados o mitificados. Es casi imposible morir de una sobredosis de LSD o de psilocibina, por ejemplo, y ninguna de las dos drogas es adictiva.
Los «malos viajes» son muy reales y pueden convertirse en una de «las experiencias más duras de la vida»,
Por ello es importante conocer qué puede suceder cuando estos fármacos se utilizan en situaciones no controladas, sin prestar atención a la actitud y al escenario, al revés de como sucede en condiciones clínicas, después de un cuidadoso examen y bajo supervisión. Desde que se ha reactivado la investigación psicodélica controlada a partir de la década de 1990, casi un millar de voluntarios han recibido dosis, y ni un solo suceso adverso serio ha sido notificado.
Después de más de medio siglo de constante compañía, uno mismo —o más bien esa omnipresente voz en la cabeza, ese incesante comentario, interpretación, etiquetado, defensa del yo— quizá sea ya demasiado familiar. No, no estoy hablando aquí de algo tan profundo como el autoconocimiento. Solo acerca de cómo, con el tiempo, se tienden a optimizar y convencionalizar nuestras respuestas a todo lo que la vida nos pone delante. Cada uno de nosotros desarrollamos nuestras maneras abreviadas de clasificar y procesar las experiencias cotidianas y de resolver los problemas, y si bien al principio sin
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Por supuesto, las drogas psicodélicas no son la única puerta a estas otras formas de conciencia —y exploro algunas alternativas no farmacológicas en estas páginas—, pero sí parecen ser uno de los picaportes más fáciles de agarrar y girar.
A pesar de los inconvenientes derivados de los años sesenta, el término «psicodélico», acuñado en 1956, es etimológicamente preciso. Extraído del griego, significa tan solo «mente manifestándose», que es precisamente lo que estas extraordinarias moléculas tienen el poder de hacer.
el LSD es uno de los compuestos psicoactivos más potentes jamás descubiertos, activo a dosis medidas en microgramos,
En este y otros aspectos, el descubrimiento de Hofmann ayudó a inaugurar la neurología moderna en los años cincuenta.
Hemos aprendido que la experiencia de las drogas psicodélicas está fuertemente influenciada por las propias expectativas; ninguna otra clase de fármacos tiene efectos tan sujetos a la sugestión.

