«Ningún hombre será privado de la completa tolerancia», anunció su famoso Edicto de Milán, del 313 d.C., añadiendo que «todo hombre puede tener completa tolerancia en la práctica de cualquier devoción que haya escogido».(2) Bonitas palabras. Que como muchas otras bonitas palabras, resultaron estar vacías. Los clérigos cristianos no podían —ni querían— permitir ese liberalismo. A sus ojos, el clamor rival de la religión romana no implicaba una oportunidad para un culto distinto pero igualmente válido; no era más que una oportunidad para la condena. El diablo se apoderaba de todo niño recién
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