En un horripilante relato de Prudencio, un juez ordena que se coloque a un cristiano en el potro «hasta que, rotas las junturas de los huesos, castañeteen sueltos unos de otros. Después, con azotes profundos, dejad patentes los huesos de sus costillas hasta que por las hendiduras de los desgarros se vea al descubierto palpitar el corazón».[168]