Las arboledas sagradas de los antiguos dioses, por ejemplo, esos tranquilos santuarios naturales como el que Plinio tanto admiraba, sufrieron los ataques de las hachas y la tala de sus antiquísimos árboles. Las pinturas, los libros, incluso los galones, podían percibirse como obras del demonio y, por lo tanto, retirarse y destruirse.