Un monje registró los actos de lo que llamó el «demonio del mediodía», que atacaba entre las diez de la mañana y las dos de la tarde. Durante esas horas, el monje debía estar trabajando, pero ese demonio en concreto se lo impedía y hacía «que el sol parezca avanzar lento e incluso inmóvil y que el día aparente tener cincuenta horas. A continuación, lo apremia a dirigir la vista una y otra vez hacia la ventana y a salir de la celda, para observar cuánto dista el sol de la hora nona», la hora de la cena. El demonio podía entonces obligar al monje a sacar la cabeza de la celda para ver si allí
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