Los que criticaban el cristianismo, advertía el apologeta cristiano Tertuliano, no hablaban con un intelecto libre. Atacaban a los cristianos porque estaban bajo el control de Satanás y sus soldados de a pie. El «campo de batalla» de esos temibles soldados no era otro que «vuestras mentes, a las que, con oculta inspiración, incita y dispone para los perversos juicios y los inicuos tormentos».[45] Los demonios eran capaces de «tomar posesión de las almas de los hombres y bloquear sus corazones y hacer que dejen de creer en Cristo».[46]