Max

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Agustín explicaba que impedir que un pecador fuera capaz de pecar no era una crueldad sino bondad. «Suponte que alguien tuviese un enemigo que se ha vuelto furioso por unas fiebres malignas y le viese correr a un precipicio. ¿No le devolvería mal por mal si le permitiese despeñarse, en lugar de procurar que lo corrigiesen y atasen?»[139] Proseguía: «No todo el que perdona es amigo, ni todo el que castiga es enemigo: mejores son las heridas del amigo que los besos espontáneos del enemigo.»[140]
La edad de la penumbra: Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico
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