Durante mucho tiempo, los romanos se esforzaron por comprender por qué los cristianos no podían limitarse a añadir la adoración de ese nuevo dios cristiano a la de los ya existentes. Se sabía que el cristianismo había surgido del judaísmo, y que los judíos incluso habían rezado y ofrecido sacrificios a Augusto y a los emperadores posteriores en su templo. Si ellos lo habían hecho —y la suya era una religión más antigua—, ¿por qué no podían hacer lo mismo los cristianos?