A muchos romanos no les gustaban los cristianos. Les parecía que su comportamiento huraño era ofensivo, que sus enseñanzas eran una locura; su fervor irritante y su rechazo a ofrecer sacrificios al emperador insultante. Pero durante los 250 años posteriores al nacimiento de Cristo, la política imperial respecto a ellos fue, primero, ignorarlos, y, después, declarar que no debían ser acosados.