Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México
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En un vehículo donde se ocultaba la misma, presuntamente mariguana, el militar que interpretaba el papel de traficante estaba vestido según la imagen arquetípica que se tiene de ellos, incluso en el museo de la Sedena dedicado al tema del tráfico de drogas, es decir, con botas, sombrero y escuchando corridos de traficantes:
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El “narco” imaginado por los militares es, en teoría, todo lo opuesto del soldado: indisciplinado, vulgar, ignorante, violento. En las antípodas del ejército, sin embargo, el narco requiere, si bien no de un uniforme, sí de una uniformidad que lo distinga de los soldados que en nombre del gobierno lo ajusticiarán.
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El perfil de los victimarios durante las supuestas confrontaciones entre “cárteles” tampoco coincidía con el narco representado por los militares. No era el traficante ranchero que mataba a su enemigo con botas y sombrero texano mientras escucha corridos de Los Tigres del Norte como soundtrack de una película de bajo presupuesto de los hermanos Almada. Reaparecía en cambio el mismo hombre pobre y sin educación que malvivía en las ciudades del norte del país con una única diferencia sustancial: era con frecuencia cinco años más joven que su víctima.4
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En 1989, justo al final de la Guerra Fría, la politóloga Waltraud Morales escribió un artículo fundamental para comprender el nuevo orden mundial posterior a la caída del muro de Berlín: “The War on Drugs: A New U.S. National Security Doctrine?”.
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Al cerrar la década, el “narco” mexicano no sólo seguía existiendo, sino que había trasladado su central de operaciones a la ciudad de Guadalajara y ahora dominaba en el terreno internacional cobrando a las organizaciones colombianas hasta un 50% de las ganancias
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Siguiendo la inercia estadounidense, los medios de comunicación pronto se acostumbraron a llamar “cárteles” a las organizaciones que encabezaban estos personajes.
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la palabra “cártel”, como prácticamente todo el vocabulario asociado al “narco”, tiene un origen oficial. Luis Astorga subraya la contradicción de referirse a los grupos de traficantes como “cárteles” a pesar de que, según la inteligencia oficial, lejos de colaborar horizontalmente para potenciar sus ganancias, los “cárteles” actúan como rivales en pugna dispuestos a eliminarse unos a otros.
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Gilberto Rodríguez Orejuela, el traficante colombiano que supuestamente lideraba, junto a su hermano Miguel, el “cártel de Cali”.
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declara: el “cártel de Cali” simplemente no existe. “Es una invención de la DEA […] Hay muchos grupos, no sólo un cártel. La policía lo sabe. También la DEA. Pero prefieren inventar un enemigo monolítico.”
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Gustavo Salazar, el representante legal del supuesto “cártel de Medellín”. El abogado repite esencialmente lo dicho por Rodríguez Orejuela: “Los cárteles no existen. Lo que hay es una colección de traficantes de droga. Algunas veces ellos trabajan juntos, otras no. Los fiscales estadounidenses los llaman ‘cárteles’ para hacer más fáciles sus casos. Todo es parte del juego”.
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entre el 18 y el 20 de agosto de 1996. Webb demostró vínculos directos entre la llamada “epidemia de la cocaína crack” en los barrios negros de la zona South-Central de la ciudad de Los Ángeles y la estrategia de contrainsurgencia respaldada por la CIA en Nicaragua para derrocar al gobierno sandinista.
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la CIA permitió que operadores de la Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN), los llamados “contras”, financiaran su guerrilla con las ganancias obtenidas por la venta de cocaína crack en California:
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Terrence E. Poppa, escribió un libro fundamental para mi reflexión: Druglord. The Life and Death of a Mexican Kingpin (1990). Como ha notado Charles Bowden, este libro puede leerse como un manual de instrucciones para comprender los “cárteles de la droga”.
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noción de “plaza”. La mayoría de los reporteros en México imagina la idea de “plaza” como el lugar de dominio de un traficante. La investigación de Poppa, al seguir la vida del traficante Pablo Acosta en la ciudad de Ojinaga, descubrió algo mucho más complejo:
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Traficantes como Pablo Acosta operaban bajo un sistema que era casi como una franquicia. Tenían que pagar una cuota mensual a sus gerentes por el derecho de trabajar una zona específica. Era una forma de impuesto privado basado en el volumen de ventas, con el dinero yendo hacia la gente en el poder.
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la “guerra contra las drogas” es el nombre público de estrategias políticas para el desplazamiento de comunidades enteras y la apropiación y explotación de recursos naturales que de otro modo permanecerían inalcanzables para el capital nacional y trasnacional.
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“narco” en México y Estados Unidos funciona como ese inteligente y perverso ardid de Tony Soprano. El “narco” aparece en nuestra sociedad como una temible caja de Pandora que, de ser abierta, creemos que desataría un reino de muerte y destrucción. Si pudiéramos vencer el miedo y confrontar aquello que llamamos “narco” abriendo por fin la caja, no encontraríamos en ella a un violento traficante, sino al lenguaje oficial que lo inventa: escucharíamos palabras sin objeto, tan frágiles y maleables como la arena.
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antología de crónicas Generación ¡Bang! (Planeta, 2012),
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Alex [Almazán] sabe cómo alimentar ese placer culposo”.
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Mi nombre es Casablanca (2003), de Juan José Rodríguez,
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El arranque de la novela es sintomático en este respecto: mientras detienen a un delincuente, un personaje lanza una pregunta ocurrente al protagonista, el agente del Ministerio Público de Sinaloa Luis Ayala Marsella: “¿Has leído El Padrino?”.
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Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008), César López Cuadras (1951-2013), Daniel Sada (1953-2011), Roberto Bolaño (1953-2003) y Juan Villoro (1956),
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el supuesto “crepúsculo de la soberanía” producto de la globalización no es sino, llanamente, “una exageración”.
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La soberanía del Estado sobre el narco, quiero subrayar, está muy lejos de agotarse.
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Aquí aparece el mayor punto ciego de las despolitizadas novelas negras: el narco en México es reducible a las estrategias de seguridad del Estado. Ése es el verdadero poder —a la vez legal e ilegal en un país en permanente estado de excepción—
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La prensa demuestra cada día que el sentido no existe sin la forma y que toda forma es una imposición de sentido. No hay formas neutras ni universales. Hoy la ideología es no sólo la forma sino la materia prima de la información, ya que de prensa política en su gestación, la que hoy tenemos es sobre todo prensa publicitaria.
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El tema del narcotráfico desbordó el imaginario popular, que lo localizaba tradicionalmente en las zonas rurales del norte del país, con escasa relevancia para los grandes centros urbanos, pero que gradualmente cobró vigencia en ciudades como Monterrey, Tijuana, Culiacán y Ciudad Juárez.
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los libros de crónicas periodísticas como El cártel de Sinaloa (2009) de Diego Enrique Osorno, Los señores del narco (2010) de Anabel Hernández y Huesos en el desierto (2002) y El hombre sin cabeza (2009) de Sergio González Rodríguez,
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Entre esta abundante producción, lo que se ha dado en llamar “periodismo narrativo” ha tenido una relevancia particular como dispositivo de interpretación cultural en la articulación de estrategias de representación de la violencia actual.
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este ejercicio de la crónica tiene implicaciones directas en los regímenes de representación del crimen organizado en general, pues se asume como el acceso material a lo real del narco que aparece en las simbolizaciones de novelistas, músicos, cineastas y artistas conceptuales que asimilan la condición mitológica y despolitizada del imaginario dominante sobre los traficantes de droga.
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los consumidores estadounidenses continúan “financiando la matanza” en México.
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Están ustedes muy preocupados por terroristas a miles de millas de distancia pero no ven a los terroristas al otro lado de nuestra frontera. Los cárteles son más sofisticados y pudientes que los yihadistas y ya tienen una presencia en 230 ciudades de Estados Unidos. Los cárteles estaban usando el manual de operaciones del Estado Islámico —decapitaciones, inmolaciones, videos, redes sociales— desde hace diez años.
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Como en la novela El Cártel y en la serie Narcos, los traficantes latinoamericanos aparecen no sólo como los únicos responsables de la producción y la distribución de la droga entre Colombia y México, sino del tráfico y el menudeo en numerosas ciudades estadounidenses, borrando la historia doméstica del crimen organizado en ese país.
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tres importantes momentos históricos de la relación entre el narco y el Estado: 1) el poder soberano del Estado del PRI que disciplinó al narco entre las décadas de 1970 y 1990; 2) el vacío de poder generado por la presidencia de Vicente Fox del Partido Acción Nacional (PAN), de 2000 a 2006, cuando el poder soberano del Estado fue desafiado por ciertas gubernaturas y sus policías estatales y municipales con la consolidación del neoliberalismo; y 3) la estrategia concebida por el gobierno de Calderón entre 2006 y 2012 como una “guerra” contra el narcotráfico que tuvo como objetivo real, en mi ...more
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la “Operación Cóndor”, el operativo binacional por medio del cual los gobiernos de México y Estados Unidos destruyeron entre 1975 y 1978 los plantíos de droga en el llamado “triángulo dorado”,
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Astorga anota que a los contrabandistas sinaloenses de mediados del siglo XX, por ejemplo, se les concedía el dudoso mérito de haber transformado Culiacán en “un nuevo Chicago con gángsteres de huarache”.
Cristhian
Chicago con huarache
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con la Operación Cóndor se produjo el éxodo masivo de campesinos hacia las principales ciudades de Sinaloa, en particular a Culiacán.
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ejército y la policía federal.134 Así es, como señala
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la matriz discursiva que la “dictadura perfecta” del PRI (según la llamó célebremente Mario Vargas Llosa) articuló para enunciar
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fue concebida únicamente como un intento mediático para legitimar su autoridad.
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esta tesis resulta insuficiente porque pasa por alto “que la necesidad de poner orden era (es) real y urgente”
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la razón de Estado, que buscaba recuperar la soberanía fragmentada entre los múltiples territorios policiales semiautónomos que surgieron en estados como C...
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En abril de 2013 Ediciones B puso en circulación la novela Cuatro muertos por capítulo, unos días después de la muerte de su autor, el escritor sinaloense César López Cuadras (1951-2013). El libro rompe desde su inicio con la redituable mitología que domina en la narconarrativa actual para a cambio ofrecer una de las más fascinantes interpretaciones literarias que se ha escrito del fenómeno en los últimos veinte años.
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tres lecciones cruciales que hacia el final de la novela Pancho Caldera ofrece a la estadounidense para comprender el narco:
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“ya no es posible distinguir entre buenos y malos”
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los supuestos “cárteles” no tienen el poder internacional que se les atribuye y ninguno “ejerce, ni en espacios reducidos, un control absoluto del mercado”;
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“todos los traficantes pierden, desde los más pequeños hasta los más grandes, sea porque caen en prisión, los maten o los desplacen desde los verdaderos centros del poder”.
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la solidez narrativa de López Cuadras, sólo comparable, a mi juicio, con libros como Contrabando (2008) de Víctor Hugo Rascón Banda, El lenguaje del juego (2012) de Daniel Sada, Septiembre y los otros días (1980) de Jesús Gardea o incluso 2666 (2004) de Roberto Bolaño.
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México como esos libros de Rascón Banda y Gardea o tan superficialmente leídos como los libros de Sada y Bolaño. Ganador del Premio Sinaloa de las Artes, López Cuadras es autor de cuatro novelas y un libro de cuentos,
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Como ha señalado Geney Beltrán Félix en una reseña, López Cuadras es acaso “uno de los secretos más inexplicablemente relegados de la narrativa mexicana”.
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