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Todas las utopías sociales —de Platón a Marx— han partido de un acto de fe: que los ideales humanos, las grandes aspiraciones del individuo y de la colectividad, son capaces de congeniar, que la satisfacción de uno o varios de estos fines no es obstáculo para materializar también los otros. Quizás nada expresa mejor este optimismo que el rítmico lema de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. El generoso movimiento que pretendió establecer el gobierno de la razón sobre la tierra y materializar estos ideales simples e indiscutibles demostró al mundo, a través de sus repetidas
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Es dificil aceptar que varios de los ideales humanos se repelan entre si. Es por est razon que libertad, igualdad y fraternidad parecen encontrarse en una triple balanza que al dar mayor interes a una de ellas, las otras se ven afectadas de manera negativa.
La libertad está estrechamente ligada a la coerción, es decir a aquello que la niega o limita. Se es más libre en la medida en que uno encuentra menos obstáculos para decidir su vida como le plazca. Mientras menor sea la autoridad que se ejerza sobre mi conducta, mientras ésta pueda ser determinada de manera más autónoma por mis propias motivaciones —mis necesidades, ambiciones, fantasías personales—, sin interferencia de voluntades ajenas, más libre soy. Éste es el concepto «negativo» de la libertad.
De éste se han derivado multitud de beneficios para el hombre, y gracias a él existe la conciencia social: saber que las desigualdades económicas, sociales y culturales son un mal corregible y que pueden y deben ser combatidas. Las nociones de solidaridad humana, de responsabilidad social y la idea de justicia se han enriquecido y expandido gracias al concepto «positivo» de la libertad, que ha servido también para frenar o abolir iniquidades como la esclavitud, el racismo, la servidumbre y la discriminación.
Estas dos nociones de libertad son alérgicas la una a la otra, se rechazan recíprocamente, pero no tiene sentido tratar de demostrar que la una es verdadera y la otra falsa, pues, aunque la palabra de que ambas se sirven sea la misma, se trata de cosas distintas. Éste es uno de los casos de las «verdades contradictorias» o «metas incompatibles» que, según Isaiah Berlin, enfrenta la condición humana.
Desde el punto de vista teórico, se pueden acumular infinidad de argumentos a favor de una u otra concepciones de la libertad igualmente válidos o refutables. En la práctica —en la vida social, en la historia— lo ideal es tratar de conseguir una transacción entre ambas libertades. Las sociedades que han sido capaces de lograr un compromiso entre ambas formas de libertad son las que han conseguido niveles de vida más dignos y justos (o menos indignos e injustos). Pero esta transacción es algo muy difícil y será siempre precaria, pues, como dice Berlin, la libertad «negativa» y la «positiva» no
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Tenía la pasión del saber y, a quienes promovían las cosas que él detestaba, como el autoritarismo, el racismo, el dogmatismo y la violencia, antes que refutarlos quería entenderlos, averiguar cómo y por qué habían llegado a identificarse con causas y doctrinas que agravaban la injusticia, la barbarie y los sufrimientos humanos.
Isaiah Berlin no coincidió del todo con aquellos que, como un Frederich von Hayek o un Ludwig von Mises, ven en el mercado libre la garantía del progreso, no sólo el económico, también el político y el cultural, el sistema que mejor puede armonizar la casi infinita diversidad de expectativas y ambiciones humanas, dentro de un orden que salvaguarde la libertad. Isaiah Berlin albergó siempre dudas socialdemócratas sobre el laissez faire y volvió a reiterarlas pocas semanas antes de su muerte, en la espléndida entrevista —suerte de testamento— que concedió a Steven Lukes, repitiendo que no podía
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Berlin no estaba del todo seguro sobre la libertad economica del mercado. Entrevista con Steven Lukes
«es aburrido leer a los aliados, a quienes coinciden con nuestros puntos de vista. Más interesante es leer al enemigo, al que pone a prueba la solidez de nuestras defensas. Lo que, en verdad, me ha interesado siempre, es averiguar qué tienen de flaco, de débil o de erróneo las ideas en las que creo. ¿Para qué? Para poder enmendarlas o abandonarlas».
Berlin creia que la mejor manera de poner a pruebba en lo que crees es a traves del entendimiento del contra-argumennto que se encuentra en las letras de aquellos quienes piensan diferente a ti. Esto ccon el sano objetivo de poner a prueba tu razonamiento y descartar aquellas idea que no tengan sentido
Nada más absurdo que creer que la verdad desciende de las ideas a las acciones humanas y no que son éstas las que nutren a aquéllas con la verdad, pues el resultado de esa creencia es el divorcio de unas y otras y eso fue lo más característico en la época de Revel (sobre todo en los países del llamado tercer mundo) en las ideologías de izquierda, que solían impresionar sobre todo por su furiosa irrealidad.
La tesis del libro era que el comunismo soviético había ganado prácticamente la guerra al Occidente democrático, destruyéndolo psicológica y moralmente, mediante la infiltración de bacterias nocivas que, luego de paralizarlo, precipitarían su caída como una fruta madura. La responsabilidad de este proceso estaba, según Revel, en las propias democracias, que, por apatía, inconsciencia, frivolidad, cobardía o ceguera, habían colaborado irresponsablemente con su adversario en labrar su ruina.
no es la verdad sino la mentira la fuerza que mueve a la sociedad de nuestro tiempo. Es decir, a una sociedad que cuenta, más que ninguna otra en el largo camino recorrido por la civilización, con una información riquísima sobre los conocimientos alcanzados por la ciencia y la técnica, algo que podría garantizar, en todas las manifestaciones de la vida social, decisiones racionales y exitosas. Sin embargo, sostenía Revel, no es así. El prodigioso desarrollo del conocimiento y de la información que está al alcance de aquellos que quieran darse el trabajo de aprovecharla, no ha impedido que
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Revel mostraba cómo el afán de desacreditar y perjudicar a los Gobiernos propios —sobre todo si éstos, como era el caso de los de Reagan, la Thatcher, Kohl o Chirac eran de «derecha»— llevaba a los grandes medios de comunicación occidentales —diarios, radios y canales de televisión— a manipular la información, hasta llegar a veces a legitimar, gracias al prestigio de que gozan, flagrantes mentiras políticas. La desinformación, decía Revel, era particularmente sistemática en lo que concierne a los países del tercer mundo catalogados como «progresistas», cuya miseria endémica, oscurantismo
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Revel resume lo que sucede en Ecuador. Hay una maquinaria continua interna que se encarga de generar una vversión alterna de laa realidad. EN ésta nuwva versión , se hacce ver al gobieno, a los mwdios de comunicación y varios iconos que luchan por la libertad como los generadores del caos y la miseria y a quienes endilgan laa idea de ser parte del plan maaestro de occidente para controlar aquel paais tercermundista.
Las páginas más alarmantes del libro de Revel señalaban cómo la pasión ideológica podía llevar, en el campo científico, a falsear la verdad con la misma carencia de escrúpulos que en el periodismo. La manera en que, en un momento dado, fue desnaturalizada, por ejemplo, la verdad sobre el sida, con el fin de enlodar al Pentágono —en una genial operación publicitaria que, a la postre, se revelaría programada por la KGB— probaba que no hay literalmente reducto del conocimiento —ni siquiera las ciencias exactas— donde no pueda llegar la ideología con su poder distorsionador a entronizar mentiras
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porque ser «progresista» es la única manera posible de escalar posiciones en el medio cultural —ya que el establishment académico o artístico es casi siempre de izquierda— o, simplemente, de medrar (ganando premios, obteniendo invitaciones y hasta becas de la Fundación Guggenheim). No es una casualidad ni un perverso capricho de la historia que, por lo general, nuestros más feroces intelectuales «antiimperialistas» latinoamericanos terminen de profesores en universidades norteamericanas. Y, sin embargo, pese a todo, soy menos pesimista sobre el futuro de la sociedad abierta y de la libertad en
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André Glucksmann,

