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En la mayor parte de los casos, la gente, hasta la malvada, es mucho más ingenua y cándida de lo que solemos pensar. Y nosotros también.
isba
«clerigalla».
rijoso.
«Quiero vivir para la inmortalidad, no estoy dispuesto a aceptar un compromiso a medias». Exactamente del mismo modo que, si hubiera llegado a la conclusión de que ni la inmortalidad ni Dios existen, se habría hecho enseguida ateo y socialista
«Aunque el pecado, la mentira y la tentación habitan entre nosotros, no deja de haber en la tierra, en algún lugar, un hombre santo, un ser superior; al menos en ese hombre reside la verdad; al menos él conoce la verdad; así pues, la verdad no ha muerto en la tierra y, por lo tanto, alguna vez vendrá a nosotros y reinará en todo el mundo, tal y como se nos ha prometido».
«De todos modos, es un santo; en su corazón se oculta el misterio de la renovación para todos, el poder que instaurará, finalmente, la verdad en la tierra, tras lo cual todos seremos santos, todo el mundo amará al prójimo, no habrá ni ricos ni pobres, ni exaltados ni humillados; todos seremos como hijos de Dios y llegará el verdadero reino de Cristo». Con esto soñaba el corazón de Aliosha.
Miúsov recorrió con la vista, en un momento, todos esos «objetos rutinarios» y clavó la mirada en el stárets. Tenía en mucha estima su propia perspicacia, era ésa una de sus debilidades, una debilidad perdonable en su caso, si pensamos que había cumplido ya los cincuenta años, una edad a la que un hombre inteligente, mundano y con una posición holgada se vuelve siempre, aunque no lo quiera a veces, demasiado considerado consigo mismo.
Quien se engaña a sí mismo y escucha sus propios embustes acaba por no discernir la verdad, ni en su fuero interno ni a su alrededor, y deja en consecuencia de respetarse a sí mismo y de respetar a los demás.
Quien se engaña a sí mismo puede también sentirse ofendido antes que nadie. Porque sentirse ofendido, en ocasiones, resulta muy agradable, ¿no es así? Y uno puede saber que nadie lo ha ofendido, sino que él mismo ha urdido la ofensa y ha dicho falsedades por mero afán de presunción, que ha exagerado para completar el cuadro, que se ha atado a una palabra, que ha hecho una montaña de un grano de arena… Uno puede saber todo eso y, sin embargo, es el primero en sentirse ofendido, hasta un extremo que le resulta placentero y le proporciona una profunda satisfacción, y, por esta vía, llega a
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—No tengas miedo, no tengas miedo nunca, ni te angusties. Persevera en tu arrepentimiento, y Dios te lo perdonará todo. No hay ni puede haber en toda la tierra un pecado tal que Dios no se lo perdone a quien se arrepienta de verdad. Y el hombre no es capaz de cometer un pecado tan grande que agote el infinito amor de Dios. ¿Puede haber acaso un pecado que supere al amor divino? Tú preocúpate tan solo de arrepentirte sin descanso, y aleja el miedo de ti. Has de creer que Dios te ama de un modo que no puedes ni imaginarte; también con tu pecado y aunque estés en pecado, Él te ama. Más alegría
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—Mediante la experiencia del amor activo. Intente amar al prójimo activamente y sin descanso. A medida que progrese en el amor, se irá convenciendo de la existencia de Dios y de la inmortalidad de su alma. Y, si llega a la completa abnegación en el amor al prójimo, creerá usted sin reservas, y no habrá duda capaz de penetrar en su alma. Es cosa probada y segura.
si hay algo que podría enfriar en un abrir y cerrar de ojos mi amor «activo», es precisamente la ingratitud. En una palabra, yo trabajo a cambio de un salario, exijo sin demora mi salario, es decir, mis alabanzas, y quiero que el amor se me pague con amor. Si no es así, ¡soy incapaz de amar a nadie!
Eso sí, si ahora, hablando aquí conmigo, solo es usted sincera para que yo la alabe por su franqueza, entonces, claro está, no llegará muy lejos en el camino del amor activo; de ese modo todo quedará en el terreno de sus sueños, y su vida pasará fugazmente, como una visión. En ese caso, naturalmente, también se olvidará de la otra vida y, cuando esté próximo el fin, ya encontrará usted la forma de tranquilizarse.
—¡Me deja usted desarmada! Solo ahora, en este preciso instante, mientras usted hablaba, he comprendido que, en efecto, lo único que esperaba yo eran sus elogios a mi sinceridad al contarle que no soporto la ingratitud. ¡Me ha dado a entender cómo soy, lo ha captado perfectamente y me lo ha explicado a mí!
Pues la Iglesia es verdaderamente un reino, está destinada a reinar y a su término habrá de aparecer, indudablemente, como un reino en toda la tierra… Ésa es la promesa que se nos ha hecho…
Y no hay por qué afligirse pensando en tiempos y plazos, pues el secreto de los tiempos y los plazos se encuentra en la sabiduría de Dios, en su previsión y en su amor. Y aquello que según el cálculo del hombre puede hallarse todavía muy alejado, según la predestinación divina puede estar en vísperas de su aparición, en puertas. Así sea, así sea.
Si un hombre se enamora de una belleza determinada, ya sea encarnada en un cuerpo de mujer o incluso solo en una parte de un cuerpo de mujer (eso lo entienden muy bien los lujuriosos), es capaz de dar por ella a sus propios hijos, de vender a su padre y a su madre, a Rusia y a la patria; aunque sea honrado, se prestará a robar; aunque sea pacífico, degollará; aunque sea fiel, traicionará.
Kramskói[22] tiene un cuadro notable titulado El contemplador que representa un bosque en invierno y, en el bosque, vestido con un pequeño caftán y calzado con zuecos de corteza de tilo, completamente solo en el mundo, en la soledad más profunda, hay un pequeño campesino extraviado; está allí parado como si estuviera reflexionando, pero no reflexiona, sino que «contempla» algo. Si le dieras un empujón, se estremecería y se quedaría mirándote como si acabara de despertarse, pero sin entender nada. Es verdad que volvería en sí al instante pero, si se le preguntase en qué había estado pensando
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Mientes y por esto irás de cabeza al infierno, donde te asarán como un cordero —replicó Fiódor Pávlovich. Fue entonces cuando entró Aliosha. Fiódor Pávlovich, como hemos visto, se alegró enormemente al verlo. —¡Un tema tuyo, un tema tuyo! —exclamaba soltando risillas socarronas, invitando a Aliosha a que se sentara a escuchar. —Eso que dice del cordero no es así, señor, no habrá nada semejante allí, señor, ni debe haberlo, si hay plena justicia
¿es posible que el resto, es decir, la población de toda la tierra, excepto ese par de ermitaños del desierto, sean malditos por el Señor y, en su misericordia, tan conocida, no perdone a nadie? Por eso, también, tengo la esperanza de que, aun habiendo dudado una vez, seré perdonado cuando derrame lágrimas de arrepentimiento.
Por tanto, ¿de qué sería especialmente culpable si, al no ver provecho ni recompensa aquí ni allí, al menos pusiera a salvo mi piel? Y por eso, confiando mucho en la misericordia de Dios, alimento la esperanza de ser completamente perdonado, señor…
Tomaría todo ese misticismo de una tacada de toda la tierra rusa y lo eliminaría, para hacer entrar en razón de una vez por todas a todos esos imbéciles. ¡Y cuánta plata y cuánto oro entrarían en la casa de la moneda! —¿Y para qué eliminarlo? —preguntó Iván. —Para que resplandezca más pronto la verdad, para eso. —Pero, si esta verdad resplandece, usted sería el primero en ser saqueado y luego… eliminado.
Se le estremecía el corazón mientras entraba en la celda del stárets. «¿Por qué, por qué había salido? ¿Por qué lo había mandado “al mundo”? Aquí, paz. Aquí, santidad. Y allí, confusión, oscuridad en la que enseguida uno se pierde y se extravía…»
«Señor, ten piedad de todos ellos, protege a estas almas infelices y tempestuosas, guíalas. Tuyos son los caminos: llévalos por esos caminos y sálvalos. Tú eres amor. ¡Tú les mandarás alegría a todos!»,
No odiéis ni a quienes renieguen de vosotros, a quienes os difamen, a quienes os insulten ni a quienes os calumnien. No odiéis a los ateos, a quienes predican el mal, a los materialistas, ni siquiera a los malvados, por no hablar ya de los buenos, pues hay entre ellos mucha gente buena, especialmente en nuestros tiempos.
Tenedlos presentes en vuestras oraciones, diciendo: «Salva, Señor, a todos aquellos que no tienen quien rece por ellos, salva también a aquellos que no quieren rezarte». Y añadid acto seguido: «No es el orgullo lo que me mueve a elevar esta plegaria, Señor, pues yo también soy un miserable, el peor de los miserables»… Amad al pueblo de Dios, no permitáis que los forasteros os arrebaten el rebaño, pues si os dormís por culpa de la pereza y del altivo orgullo o, peor aún, por culpa del egoísmo, vendrán de todas las naciones y os arrebatarán vuestro rebaño. Predicad a la gente el Evangelio sin
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la ciencia profana, que, en conjunto, ha adquirido una fuerza enorme, se ha dedicado a examinar, especialmente en este último siglo, todo lo celestial que se nos había legado en los libros sagrados y, después de un implacable análisis, los sabios de este mundo no han preservado nada de lo que antes era un santuario. Pero lo que han analizado han sido las partes, perdiendo de vista el todo, demostrando así una ceguera que causa asombro. Mientras tanto, el todo se alza inmutable ante sus ojos, igual que antes, «y las puertas del Hades no prevalecerán contra él»
Pues incluso quienes reniegan del cristianismo y se rebelan contra él son, en esencia, imagen del propio Cristo; así lo han sido y así lo siguen siendo, ya que hasta hoy ni su sabiduría ni el ardor de su corazón les han permitido crear una imagen más elevada del hombre y de su dignidad que la imagen que Cristo nos señaló en otro tiempo. Sus tentativas solo han dado origen a monstruosidades.
¿Sabe, Lise, lo que me dijo una vez mi stárets? Me dijo que hay que cuidar a la mayoría de las personas como si fueran niños, y que a algunas hay que cuidarlas como a los enfermos en los hospitales…
—Si son versos, señora, tienen que ser un puro disparate. Juzgue usted misma: ¿quién demonios habla en rima? Y, si a todos nos diese por hablar en rima, aunque fuera por orden de la autoridad, ¿íbamos a decir muchas cosas, señora? Los versos no valen la pena, Maria Kondrátievna.
Así pues, acepto a Dios, y no solo de buen grado, sino que acepto, por añadidura, su sabiduría y sus fines, aunque nos resulten por completo ignotos; creo en el orden, en el sentido de la vida; creo en la armonía eterna, en la que, al parecer, todos acabaremos fundiéndonos; creo en el Verbo, al que tiende el universo, en el Verbo que «era con Dios» y que él mismo es Dios, y etcétera, etcétera, y así hasta el infinito.
Seré más preciso: estoy convencido, como un crío, de que los sufrimientos sanarán sin dejar huella; de que la ultrajante comicidad de las contradicciones humanas se esfumará como un triste espejismo, como la abyecta invención de la mente euclidiana del hombre, endeble y diminuta como un átomo; de que en el fin del mundo, llegado el momento de la armonía eterna, ocurrirá y surgirá algo tan precioso que bastará para aplacar la indignación en todos los corazones, para redimir todas las malas acciones de los hombres, toda la sangre derramada; bastará no solo para que sea posible perdonar, sino
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La estupidez es concisa y es cándida, mientras que la inteligencia es sinuosa y se esconde. La inteligencia es vil; la estupidez es franca y honrada.
Entiendo muy bien cómo será la conmoción universal cuando todas las criaturas en el cielo y en las entrañas de la tierra se fundan en un solo cántico de alabanza y todo cuanto viva o haya vivido pregone: «¡Justo eres, Señor, pues se han abierto tus caminos!». Cuando la madre se abrace al torturador que ha hecho que los perros despedacen a su hijo, y los tres proclamen con lágrimas en los ojos: «¡Justo eres, Señor!». Entonces, naturalmente, se alcanzará la cumbre del conocimiento y todo quedará explicado. Pero ahí está el problema, es eso mismo lo que no puedo aceptar. Y, mientras esté en la
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Pero ¿de qué me sirve a mí la venganza, de qué el infierno para los verdugos? ¿Qué puede corregir el infierno si esos niños ya han sido torturados? Y ¿qué armonía es ésa si existe el infierno? Yo lo que quiero es perdonar, lo que quiero es abrazar; no quiero que nadie siga sufriendo.
en eso consiste el rasgo fundamental del catolicismo romano, al menos, a mi entender. «Tú le has cedido todo al Papa —vienen a decirle—, así que ahora todo está en manos del Papa, mejor no vengas a estorbar, al menos hasta la hora señalada.»
libertad. ¿Ves esas piedras del desierto árido y ardiente? Transfórmalas en panes y la humanidad correrá detrás de ti como un rebaño, agradecido y dócil, aunque siempre estará temblando de miedo ante la posibilidad de que retires tu mano y los dejes sin pan”.
Has de saber que pasarán los siglos y la humanidad proclamará, por boca de la sabiduría y de la ciencia, que no existe el crimen ni, por tanto, tampoco el pecado, sino que existen solo los hambrientos.
diciéndonos: “Es preferible que nos hagáis vuestros esclavos, pero dadnos de comer”.
Se quedarán asombrados y nos tendrán por dioses, porque, poniéndonos al frente de ellos, habremos aceptado cargar con su libertad y reinar sobre ellos: ¡así de espantosa les resultará, al final, la idea de ser libres! Pero les diremos que somos tus discípulos y que reinamos en tu nombre. Una vez más, los estaremos engañando, pues a ti ya no te dejaremos acercarte.
“Desciende de la cruz y creeremos que eres Tú”. No bajaste, porque tampoco querías esclavizar al hombre con un milagro, buscabas una fe libre, no una fe milagrosa. Anhelabas un amor libre, no el éxtasis servil del esclavo ante una demostración de poder que lo dejaría aterrorizado para siempre.
Hemos corregido tu obra, basándola en el milagro, en el misterio y en la autoridad. Y la gente se alegra al verse otra vez conducida como un rebaño y al comprobar que ya no pesa sobre su corazón un don tan terrible, que tantos tormentos les había acarreado.
el gran misterio de la vida humana paulatinamente convierte la pena antigua en tranquila y tierna alegría.
Sin la palabra de Dios, la destrucción caerá sobre nuestro pueblo, pues su alma está sedienta de su palabra y de cualquier imagen hermosa.
Y cuando dice usted que todo hombre —prosiguió— es culpable por todos y por todo, además de por sus propios pecados… ese razonamiento suyo es muy acertado, y es asombroso que, de repente, haya podido abrazar esa idea con tal plenitud. Y, en verdad, es cierto que, cuando la gente comprenda esta idea, entonces surgirá para ella el reino de los cielos no en sueños, sino en realidad.»
Todo pasa, solo queda la verdad. Sus hijos, cuando crezcan, comprenderán cuánta magnanimidad hubo en su gran resolución.
Quizá mis hijos lleguen a comprender cuál ha sido el coste de mi sufrimiento y no me condenen. El Señor no está en la fuerza, sino en la verdad.
¿Será solo un sueño que al final el hombre encuentre su felicidad únicamente en los logros de la instrucción y de la caridad, y no en placeres crueles, como ahora, en la gula, la lujuria, la arrogancia, la jactancia y el afán envidioso de superar a los demás? Creo firmemente que no es así y que el día está próximo.
Si a tu alrededor hay gente malvada e insensible que no quiere escucharte, póstrate ante ellos y pídeles perdón, pues en verdad tú eres el culpable de que no quieran escucharte. Y, si ya no puedes hablar con los que están enfurecidos, sé su servidor en silencio, humillándote sin perder nunca la esperanza. Si aun así todos te abandonan y te expulsan por la fuerza, cuando te quedes solo cae sobre la tierra y bésala, humedécela con tus lágrimas y la tierra te ofrecerá el fruto de tus lágrimas, aunque nadie te vea ni te oiga en tu soledad. Ten fe hasta el final, aunque todos en la tierra se hayan
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