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Un asunto tenebroso,
duque de Otranto.
En la vida real, la verdadera, en la esfera de poder de la política, raras veces deciden—y esto es algo que hay que recalcar, como advertencia contra toda credulidad política—las figuras superiores, los hombres de ideas puras, sino un género mucho menos valioso, pero más hábil: las figuras que ocupan el segundo plano.
olfateador del viento
¿Y qué hace cualquier candidato? Empieza por prometer a sus buenos electores todo lo que quieren oír.
Esta sangre fría es el verdadero genio de Fouché.
quieren la révolution intégrale, la Revolución integral, radical, hasta el ateísmo y el comunismo.
¿Dónde tomará asiento Joseph Fouché? ¿Entre los radicales, en la montaña, o entre los moderados, en la llanura? Joseph Fouché no duda mucho tiempo. No conoce más que un partido, al que es y será fiel hasta el final: el más fuerte, el de la mayoría.
Su amigo, Maximilian Robespierre, el abogado de Arras, ha reunido allí a sus combatientes a su alrededor, y, a través del monóculo alzado, el implacable, el orgulloso de su propia terquedad, que no perdona vacilación ni debilidad en ningún otro, mira frío y sarcástico al oportunista.
observado lo rápido que se consume la popularidad en una revolución, lo rápido que el clamor popular pasa del «hosanna» al «crucifícalo».
Una revolución, este experimentado precoz lo sabe, no pertenece nunca al primero, al que la empieza, sino siempre al último, al que la termina y se la queda como un botín.
Fouché nunca se decidirá del todo hasta que una batalla esté decidida.
Lo único que sigue siendo importante para él es estar siempre con el vencedor, jamás con el vencido.
argot
aguzado sentido del ambiente,
Fouché no gusta de fijar posiciones antes de que tal profesión de fe sea carente de riesgos y rentable.
Comité de Salud Pública
El primer claro manifiesto comunista de la Edad Contemporánea no es en realidad el famoso de Karl Marx, ni El mensajero de Hesse, de Georg Büchner, sino la muy desconocida, intencionadamente ignorada por la historiografía socialista, Instrucción de Lyon, sin duda firmada en común por Collot d’Herbois y Fouché, pero sin duda redactada exclusivamente por Fouché.
«Todo está permitido a quienes actúan en interés de la Revolución.
Por eso, sería una ofensiva estafa a la Humanidad pretender hablar siempre en nombre de la igualdad mientras tan inmensas diferencias en el bienestar separan al ser humano del ser humano.
todo lo superfluo (le superflu) es una infracción pública a los derechos del pueblo.
[metales viles y corruptores], que el verdadero republicano desprecia,
a los dos meses de actividad escribe orgulloso a la Convención: «On rougit ici d’être riche» [Aquí se avergüenzan de ser ricos]. Pero en verdad hubiera debido decir: «Aquí tiemblan ante la idea de ser ricos».
«afeitadora nacional», la guillotina.
ese panfletista de sangre caliente, humeante, como a un dios, como a un nuevo Pitias; se aprende de memoria sus discursos y escritos e inflama como ningún otro en Lyon a los trabajadores con sus discursos místicos y pueriles.
«mejor sucumbir que pactar», mejor una guerra con siete frentes que una paz que indique debilidad.
elegíacas
la mayor parte de las veces un enérgico y salvaje ademán de terror ahorra el terror mismo.
La culpa de los revolucionarios franceses no es pues haberse embriagado de sangre, sino de palabras sangrientas; cometieron la necedad, únicamente para entusiasmar al pueblo y certificarse a sí mismos su propio radicalismo, de crear un argot que goteaba sangre y fantasear sin interrupción acerca de traidores y cadalsos. Pero luego, cuando el pueblo, embriagado, borracho, poseído por esas palabras desoladas y excitantes, exige realmente las «enérgicas medidas» anunciadas como necesarias, a los caudillos les falta el valor para negarse; tienen que guillotinar para no desmentir su cháchara acerca
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la presentan la mayoría de las veces, una historia del valor humano, sino también una historia de la cobardía humana,
no descenderemos de la cumbre en la que el pueblo nos ha situado para ocuparnos de los miserables intereses de unas cuantas personas más o menos culpables.
Los muertos son los que mejor saben guardar un secreto.
no le habrá invitado a sentarse, sino que le habrá tenido fríamente en pie, con arrogancia intencionadamente hiriente, como a un miserable criminal.
la responsabilidad eleva al hombre a la grandeza;
siente la salvación de la República como la tarea que el destino le ha impuesto exclusivamente a él.
¿con qué derecho te atreves a arrancar a la inocencia el cetro de la razón para ponerlo en manos del vicio?
La ejecución ha vuelto a convertirse en fiesta popular, banderas y gallardetes ondean en los tejados, gritos de júbilo salen de todas las ventanas, una ola de alegría ruge sobre París.
los acusadores de ayer serán los acusados de mañana.
su arte magistral no es el del discurso que arrastra, sino el del susurro, el del colocarse-detrás-de-otro.
en el mundo inferior, en el más terrenal, en el mundo político, una temporal ausencia da al hombre de Estado una nueva frescura en la mirada, una mejor meditación y cálculo del juego de fuerzas político. Por eso, nada más feliz para una carrera que una temporal interrupción, porque quien sólo conoce el mundo desde arriba, desde la nube imperial, desde las alturas de la torre de marfil y del poder, no conoce más que la sonrisa del sometido y su peligroso servilismo;
Sólo la desdicha da profundidad y amplitud a la mirada que otea la realidad del mundo.
Una vez más, se ha demostrado cierta la sabia frase de Mirabeau (que sigue siendo válida para los socialistas de hoy) de que los jacobinos, al llegar a ministros, ya no son ministros jacobinos: porque mira por dónde, los labios que antes goteaban sangre están ahora llenos del ungüento de las palabras de reconciliación. Orden, paz, seguridad, estas palabras reaparecen incesantemente en las proclamas policiales del ex partidario del Terror, y la lucha contra la anarquía es su primera divisa.
¡en qué san Pablo se ha convertido este Saulo!
Francia (¡quién lo sabe mejor que el ministro de Policía, que controla la opinión pública!) está cansada de abogados, oradores y renovadores, cansada de decretos y de leyes, no quiere más que tranquilidad, orden, paz y finanzas claras;
Un cargo no es más que lo que un hombre hace de él.
Talleyrand tiene que redefinir, irritado, la posición del ministro de Policía: «El ministro de Policía es un hombre que se ocupa, primero, de todas las cosas que le incumben, y en segundo lugar de todas las que no le incumben».
nunca decidirse definitivamente hasta que la victoria no esté decidida.
los débiles pueden estar tranquilos, porque están con los fuertes…,
Los reyes no quieren a los hombres que los han visto en un momento de debilidad, y las naturalezas despóticas no quieren a sus consejeros cuando se han mostrado más inteligentes que ellas, aunque sólo sea una vez.

