Tras un instante de vacilación bovina, las vacas empezaron a moverse; al principio individualmente, después de dos en dos, y finalmente las ochenta se adentraron en el nuevo pasto, pasando por nuestro lado sin vernos mientras buscaban con mirada intensa sus hierbas favoritas. Los animales se desplegaron en el nuevo prado, inclinaron sus grandes cabezas y el aire de la tarde se llenó de sonidos: el chasquido amortiguado de los morros, el crujido de la hierba arrancada y los graves y satisfechos resoplidos de las vacas. La última vez que me había parado a mirar un rebaño de vacas dar cuenta de
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