¿Qué mejor manera de comprobar los límites de la palabra «orgánico» que cenar una exquisitez primaveral que se había cultivado según las normas orgánicas en una granja a 10.000 kilómetros (y dos estaciones) de distancia, se había recogido, envasado y refrigerado el lunes, enviado en avión a Los Ángeles el martes, transportado en camión hacia el norte, a uno de los centros regionales de distribución de Whole Foods, y se había puesto a la venta en Berkeley el jueves para que yo la cocinase al vapor el domingo por la noche? Las implicaciones éticas de comprar un producto así son demasiado
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