Puesto que las obras de arte son reproducibles, en teoría cualquiera puede utilizarlas. Sin embargo, la mayor parte de las reproducciones —en libros de arte, revistas, películas o dentro de un marco dorado en la sala de estar— siguen utilizándose para fortalecer la ilusión de que nada ha cambiado, de que la autoridad única e intacta del arte justifica muchas otras formas de autoridad, de que el arte hace que la desigualdad parezca noble y las jerarquías conmovedoras.

