Mario Monroy

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El mayordomo tenía aquella sonrisa fría y vagamente condescendiente de los criados de carrera que, con los años, empiezan a creer que la alcurnia de sus amos les ha salpicado la sangre de azul y otorgado también el privilegio de poder mirar a los demás por encima del hombro.
El laberinto de los espíritus
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