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Nunca sabe uno hasta qué punto cree en algo, mientras su verdad o su falsedad no se convierten en un asunto de vida o muerte.
Solamente un riesgo real atestigua la realidad de una creencia.
porque el tiempo en sí mismo no es ya más que otro nombre de la muerte, y el mismo cielo una región donde han ido a parar las cosas de antaño, al fallecer.
Lo que dice San Pablo solamente puede confortar a quien ame a Dios más que a sus muertos y a sus muertos más que a sí mismo.
Si una madre está llorando no por lo que ha perdido, sino por lo que ha perdido su hijo muerto, será un consuelo para ella pensar que el hijo no ha perdido la finalidad para la que fue creado.
Si la bondad de Dios no es consecuente con el daño que nos inflige, una de dos: o Dios no es bueno, o no existe; porque en la única vida que nos es dado conocer nos golpea hasta grados inimaginables, nos hace un daño que supera nuestros más negros presagios. Y si Dios es consecuente al hacernos daño, puede seguírnoslo haciendo después de muertos de una forma tan insoportable como antes.
Pero los ratos en que no estoy pensando en ella puede que sean los peores. Porque entonces, aunque haya olvidado el motivo, se extiende por encima de todas las cosas una vaga sensación de falsedad, de despropósito.
Los momentos en que el alma no encierra más que un puro grito de auxilio deben ser precisamente aquellos en que Dios no la puede socorrer. Igual que un hombre a punto de ahogarse al que nadie puede socorrer porque se aferra a quien lo intenta y le aprieta sin dejarle respiro. Es muy posible que nuestros propios gritos reiterados ensordezcan la voz que esperábamos oír.
el dolor enconado no nos une con los muertos, nos separa de ellos. Esto se me hace cada día más patente.
Dos convicciones totalmente diferentes me atenazan. Una es la de que el Eterno Cirujano es aún más inexorable y las posibles operaciones aún más dolorosas de lo que nuestras más rigurosas fantasías pueden sospechar. Pero la otra es la de que «todo va a salir bien, muy bien, y cualquier problema imaginable se va a arreglar».
Necesito a Jesucristo y no a nada que se le parezca. Quiero a H. y no a nada que se asemeje a ella. Una fotografía realmente buena acabaría convirtiéndose en una trampa, un horror, un obstáculo.