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Los seres humanos tenemos la tendencia natural a centrarnos en las ganancias inmediatas, y cambiar de curso para prevenir un desastre en el futuro exige una enorme autodisciplina a todos los miembros de la sociedad.
Los psicólogos que llevaron a cabo este estudio sugieren que no se puede contar con que las personas con poca voluntad tomen buenas decisiones.
Consideraremos cómo el progreso personal puede paradójicamente debilitarnos la motivación, cómo el optimismo puede darnos licencia para ceder a las tentaciones, y por qué sentir que somos de lo más virtuosos es el camino más rápido al vicio.
Cuando haces algo bueno, te sientes bien contigo mismo. Significa que tiendes a fiarte más de tus impulsos, con lo que a menudo te permites hacer algo que está mal.
Si piensas que te estás portando «bien» cuando haces ejercicio y «mal» cuando no lo haces, si vas hoy al gimnasio tenderás más a no ir mañana. Si te dices que te estás portando «bien» por trabajar en un proyecto importante y «mal» por posponerlo, tenderás más a hacer el vago por la tarde si has avanzado en él por la mañana. Es decir, siempre que tengas deseos contrapuestos, portarte bien te da permiso para portarte un poco mal.
Los compradores que se resisten a comprar algo tentador, al regresar a casa tienden más a comer algo apetitoso. Los empleados que dedican horas extras a un proyecto, sienten que tienen derecho a cargar en la tarjeta de crédito de la compañía un gasto personal.
Así es como sentirnos bien por una buena acción pasada nos ayuda a justificar futuros excesos. Cuando te sientes un santo, la idea de darte un capricho no te parece mal, sino bien. Es como si te lo hubieras ganado. Y si lo único que te motiva a controlarte es el deseo de ser una buena persona, cederás a las tentaciones siempre que te sientes bien contigo mismo.
Aunque la mayoría creamos que progresar en nuestras metas nos anima a alcanzar un mayor éxito, los psicólogos saben que no tardamos en usar nuestro progreso como una excusa para hacer el vago.
la consecución de una meta nos motiva a actuar de un modo que la sabotea.
Los estudiantes a los que felicitaron por lo mucho que habían estudiado para preparar un examen fueron más propensos a pasarse la noche jugando a la cerveza pong[11] con los amigos.
Progresar puede hacernos abandonar la meta por la que tanto nos hemos esforzado,
En la práctica significa que un paso hacia delante te da permiso para dar dos hacia atrás.
Los psicólogos han demostrado que nos equivocamos al prever que tendremos mucho más tiempo libre en el futuro del que tenemos hoy.
Nos olvidamos de los retos de hoy, creyendo que en el futuro tendremos más tiempo y energía. Creemos tener derecho a dejar las cosas para mañana, seguros de que en el futuro ya nos ocuparemos mejor de ellas.
Semejante optimismo es comprensible: si esperamos fracasar en cada meta, nos rendiremos antes de empezar. Pero si usamos nuestras expectativas positivas para justificar nuestra inactividad presente, ni siquiera necesitaremos fijarnos metas.
Los investigadores han descubierto que si acompañas una hamburguesa de queso con una ensalada, los clientes estiman que la comida tiene menos calorías que si les sirvieran sólo la hamburguesa de queso.
añadir un 1 por ciento de virtud a un 99 por ciento de vicio y hacernos sentir bien con nosotros mismos, aunque destruyamos nuestras metas a largo plazo.
BAJO EL MICROSCOPIO: ¿ESTÁS PROYECTANDO AUREOLAS? ¿Te das permiso para ceder a una tentación al centrarte en la cualidad más virtuosa? ¿Tienes alguna palabra mágica que te da permiso para hacerlo, como «Compra 2 x 1», «Natural», «Light», «Comercio justo», «Ecológico» o «Para una buena causa»? Esta semana advierte si, mientras proyectas una aureola, te descubres cediendo a una tentación que te aleja de tus metas.
De algún modo, el acto virtuoso de comprar un producto ecológico justificaba los pecados de mentir y robar.
A la evolución no le importa lo más mínimo nuestra felicidad, pero usa la promesa de alcanzarla para que sigamos esforzándonos para mantenernos vivos. La promesa de la felicidad —y no la experiencia directa de felicidad— es la estrategia del cerebro para que sigas cazando, recolectando, trabajando y cortejando.
La promesa de pasar al siguiente nivel o de alcanzar la gran victoria en cualquier momento es lo que convierte a los juegos en tan cautivadores. También es lo que hace que nos cueste dejarlos.
Cuando la dopamina hace que nuestro cerebro se ponga a buscar una recompensa, sale la parte nuestra más arriesgada, impulsiva y descontrolada.
al ver imágenes eróticas, los hombres tienden a correr más riesgos financieros,
Un alto nivel de dopamina hace que una recompensa inmediata nos atraiga más y que nos preocupemos menos por las consecuencias a largo plazo.
La página web de Scent Air, líder en el campo del marketing de los aromas,[18] se jacta de atraer a los visitantes a una heladería situada en la planta baja de un hotel, con un sistema estratégicamente ubicado que despide aromas, difunde la fragancia de galletas de azúcar en la parte alta de las escaleras, y de cucuruchos de barquillo en la baja.
Una pequeña promesa de recompensa puede ser un poderoso antídoto para combatir la ansiedad y ayudar a los pacientes a afrontar cosas que preferirían evitar.
Aunque vivamos en un mundo diseñado para crearnos deseos, podemos —si prestamos atención— ver algunos de sus trucos. Descubrirlos no eliminará todos tus deseos, pero al menos te dará la oportunidad de aplicar tu poder del «no lo haré».
Podemos aprender la lección de los neuromercadotécnicos e intentar «dopaminizar» las tareas que menos nos seducen. Una tarea engorrosa puede ser más atractiva si le añadimos una recompensa. Y cuando las recompensas de nuestras acciones se den en un lejano futuro, podremos intentar estrujar un poco más de dopamina de nuestras neuronas fantaseando con el pago que al final recibiremos (y no con el improbable dinero de los anuncios de la lotto).
Nuestro sistema de recompensa se excita mucho más ante un posible gran premio que ante una suma de dinero más pequeña pero segura, y nos motiva a hacer lo que nos da la oportunidad de ganar.
Si hay algo que has estado posponiendo porque no te gusta nada, ¿no te podrías motivar asociándolo con algo que active tus neuronas de dopamina?
Confundimos la experiencia de querer algo con una garantía de felicidad.
Cuando nos liberamos de esta promesa falsa de recompensa, descubrimos que lo que creíamos que nos haría felices es lo que más nos hacía sufrir.
nos garantiza la felicidad, pero la falta de la promesa de recompensa sí que garantiza la infelicidad.
Por lo visto, cuando estamos bajos de ánimo el cerebro es muy vulnerable a las tentaciones.
cuando estás estresado tu mente te señala cosas que crees que te harán feliz.
Los neurocientíficos han demostrado que el estrés —incluyendo emociones negativas como la ira, la tristeza, la falta de confianza en uno mismo y la ansiedad— sume al cerebro en un estado de búsqueda de recompensas.
Significa que cuando estás estresado, cualquier tentación con la que te topes te parecerá más tentadora.
Los que siempre postergan sus obligaciones y están estresados por lo mucho que han retrasado un proyecto, lo posponen todavía más para no tener que pensar en él. En cada uno de estos casos la meta de sentirse mejor destruye la del autocontrol.
sabía que cuando estaba estresada no podía confiar en sus impulsos.
Los estudios revelan que cuando nos recuerdan nuestra mortalidad, somos más vulnerables a cualquier clase de tentación, buscando esperanza y seguridad en las cosas que prometen relajarnos y aliviarnos.
Por ejemplo: las advertencias sanitarias de las cajetillas de tabaco aumentan el deseo de los fumadores de encender un pitillo. Un estudio de 2009 descubrió que las advertencias de muerte les provocan estrés y miedo, exactamente lo que la salud pública quería. Por desgracia, esta ansiedad les produce también el deseo de relajarse: fumando.
Ahora existe la creciente tendencia de acompañar las advertencias de las cajetillas de tabaco con fotos e ilustraciones horrendas de tumores y cadáveres. Pero tal vez no sea una buena idea. Según la teoría de la gestión del terror, cuanto más horribles son las imágenes, más motivan a los fumadores a aliviar su ansiedad fumando. Sin embargo, estas imágenes van muy bien para evitar adquirir el hábito o para reforzar la intención de los fumadores de dejar de fumar. Todavía no se sabe a ciencia cierta si estas nuevas advertencias reducen el tabaquismo, pero no se debe descartar la posibilidad de
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Cualquier fallo puede hacerlos caer en esta espiral. En un estudio un poco truculento, Polivy y Herman trucaron una báscula para que los que estaban a dieta creyeran haber engordado tres kilos. Los participantes se sintieron deprimidos, culpables y decepcionados consigo mismos, pero en lugar de decidir perder peso, recurrieron enseguida a la comida para sentirse mejor.
Como ceder a la tentación nos hace sentir mal, queremos hacer algo para sentirnos mejor. ¿Y cuál es la estrategia más barata y rápida para sentirnos mejor? A menudo la que nos hace sentir peor.
El consejo de que no fueran demasiado duras consigo mismas tuvo un gran éxito.
El sentido común nos dice que el mensaje: «Todo el mundo comete algún fallo, no seas demasiado duro contigo mismo», sólo dará permiso para comer más a los que están a dieta. Y, sin embargo, al dejar de sentirse culpables, las jóvenes comieron menos en la prueba de sabor. Quizá creemos que la culpabilidad nos motiva a corregir nuestros errores, pero es una manera más de ceder a una tentación por sentirnos mal.
A mucha gente perdonarse le parece una excusa que sólo lleva a mayores excesos.
Si crees que el secreto de una mayor fuerza de voluntad es ser más duro contigo mismo, no eres el único. Pero te equivocas. Un estudio tras otro revela que la autocrítica va siempre ligada a menos motivación y autocontrol. También es el mayor indicador de la depresión que destruye la fuerza del «lo haré» y la del «quiero». En cambio, la autocompasión —apoyarte y ser bueno contigo mismo, sobre todo ante el estrés y el fracaso—, se asocia con una mayor motivación y autocontrol.
El perdón —y no la culpabilidad— era lo que les ayudaba a ponerse al día en los estudios.
Sorprendentemente, es el perdón, y no la culpabilidad, lo que nos hace ser más responsables. Los investigadores han descubierto que si eres compasivo contigo mismo al cometer un error, tiendes más a responsabilizarte de él que cuando te censuras. También estás más dispuesto a escuchar la opinión y los consejos de los demás y a aprender de la experiencia.

