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no es el sufrimiento en sí mismo el que madura o enturbia al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento.
El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural: amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias...,[13] todo aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana.
Comprendí que un hombre despojado de todo todavía puede conocer la felicidad —aunque sea solo por un instante— si contempla al ser amado.
«Ponme de sello sobre tu corazón [...] pues fuerte es el amor como la muerte» (Cantar de los cantares 8,6).
Precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido.
«quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo»
En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la vida plantea, cumpliendo la obligación que nos asigna.
Con lo expuesto podemos concluir que hay dos razas de hombres en el mundo, solo dos: la de los hombres decentes y la de los indecentes.
¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración.
Según Sartre, el hombre se inventa a sí mismo, concibe su propia «esencia», es decir, lo que debería ser o tendría que ser. Yo afirmo, sin embargo, que el hombre no inventa el sentido de su vida, sino que lo descubre.
De la misma manera, el sufrimiento no necesariamente es un fenómeno patológico; más que considerarlo un síntoma neurótico, el sufrimiento puede constituir un logro humano, en especial si nace de la frustración existencial. Niego tajantemente que la búsqueda de un sentido, o la duda de si existe ese sentido, proceda o sea el resultado de una enfermedad. La frustración existencial en sí misma no es patológica ni patogénica. La preocupación, o la desesperación, por encontrarle a la vida un sentido valioso revela una angustia espiritual, pero en modo alguno supone una enfermedad. Podría suceder
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el hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien la vida interroga. En otras palabras, la vida pregunta por el hombre, cuestiona al hombre, y este contesta de una única manera: respondiendo de su propia vida y con su propia vida. Solo con la responsabilidad personal se puede contestar a la vida.
De acuerdo con la logoterapia, podemos descubrir el sentido de la vida de tres modos: (1) realizando una acción; (2) aceptando los dones de la existencia; (3) por el sufrimiento. En el primer caso, el recurso para alcanzarlo resulta obvio. El segundo y el tercero requieren una explicación.

