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no es el sufrimiento en sí mismo el que madura o enturbia al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento.
«El sufrimiento, en cierto modo, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido...».
Los reclusos comunes nunca fumábamos los cigarrillos conseguidos: se cambiaban por alimentos. El privilegio de fumar, con una cuota asegurada, estaba reservado a los kapos; a veces, también algún prisionero que trabajaba de capataz en un almacén o taller recibía cigarrillos como compensación por alguna tarea peligrosa. Pero si un recluso fumaba se juzgaba un mal presagio. Significaba una evidente pérdida de su voluntad de vivir, la intención fatal de «disfrutar» de sus últimos días. Declaraba su renuncia a sobrevivir, y, perdida la voluntad, raramente se recuperaba.
Si alguien nos hubiera preguntado si la afirmación de Dostoyevski que define al hombre como un ser que puede acostumbrarse a todo era cierta, habríamos contestado: «Sí, el hombre puede acostumbrarse a todo, pero no nos pregunte cómo lo hace».
Creo que fue Lessing quien afirmó: «Hay cosas que pueden hacerte perder la razón, a no ser que no tengas ninguna razón que perder». En una situación anormal, una reacción anormal constituye una conducta normal. Incluso los psiquiatras esperamos que las reacciones de un hombre ante una situación anormal, por ejemplo la reclusión en un centro psiquiátrico, sean anormales en proporción a su grado de normalidad.
ningún sueño, por horrible que fuera, podía ser peor que la realidad del Lager a la que cruelmente iba a devolverlo.
ya que tenía que morir, al menos que mi muerte tuviera algún sentido. Me parecía más sensato intentar ayudar a mis compañeros como médico que vegetar o perder la vida como el trabajador inútil que era entonces.
esos pocos son una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana —la libre elección de la acción personal ante las circunstancias— para elegir el propio camino.
Se necesitaba tiempo y paciencia para que estos hombres aceptasen la lisa y llana verdad de que nadie tiene derecho a hacer el mal, aunque se haya sufrido una atroz injusticia. Tenían que admitir de nuevo el valor de esta verdad, porque las consecuencias irían mucho más allá de la pérdida de unas espigas de avena.
En las últimas décadas estos problemas se han agudizado debido a la progresiva automatización, que ha incrementado el tiempo de ocio de los trabajadores. Lo penoso de esto es que quizá muchos no saben qué hacer con tanto tiempo libre.
Esta formulación carece de sentido en 2024. Las jornadas laborales de ocho horas de Occidente eliminan casi todo el tiempo diario, siendo el ocio la primera víctima. Además, los bajos salarios también coartan el posible ocio. No sobra tiempo, falta. Afirmar que necesitamos estar ocupados trabajando es una estafa capitalista.
No pocos suicidios se originan en ese vacío existencial. Y si consideramos que el vacío existencial es una buena excusa, se comprenden mejor las tasas de alcoholismo y la delincuencia juvenil. Este mecanismo psicológico también se aplica a las crisis de los jubilados y de los ancianos.
Volvemos a lo mismo. El problema no es el tiepo libre. Tenemos tantas obligaciones e inputs a lo largo del día que han aniquilado nuestra capacidad de tomarnos la vida con calma