Cien años de soledad
Rate it:
Open Preview
Read between December 28, 2024 - February 7, 2025
71%
Flag icon
Muy pronto se le señaló como agente de una conspiración internacional contra el orden público.
71%
Flag icon
Fue tan tensa la atmósfera de los meses siguientes, que hasta Úrsula la percibió en su rincón de tinieblas, y tuvo la impresión de estar viviendo de nuevo los tiempos azarosos en que su hijo Aureliano cargaba en el bolsillo los glóbulos homeopáticos de la subversión.
71%
Flag icon
—Lo mismo que Aureliano —exclamó Úrsula—. Es como si el mundo estuviera dando vueltas.
71%
Flag icon
Aureliano Segundo estaba dispuesto a rescatar a su hija, con la policía si era necesario, pero Fernanda le hizo ver papeles en los que se demostraba que había ingresado a la clausura por propia voluntad.
71%
Flag icon
como no creyó nunca que Mauricio Babilonia se hubiera metido al patio para robar gallinas, pero ambos expedientes le sirvieron para tranquilizar la conciencia, y pudo entonces volver sin remordimientos a la sombra de Petra Cotes, donde reanudó las parrandas ruidosas y las comilonas desaforadas.
71%
Flag icon
Le escribió una extensa carta a su hijo José Arcadio, que ya iba a recibir las órdenes menores, y en ella le comunicó que su hermana Renata había expirado en la paz del Señor a consecuencia del vómito negro.
71%
Flag icon
Ella estaba tan urgida y tan mal informada, que les explicó en otra carta que no había tal estado de agitación, y que todo era fruto de las locuras de un cuñado suyo, que andaba por esos días con la ventolera sindical, como padeció en otro tiempo las de la gallera y la navegación.
71%
Flag icon
se habían permitido bautizarlo con el nombre de Aureliano, como su abuelo, porque la madre no despegó los labios para expresar su voluntad.
71%
Flag icon
—Si se lo creyeron a las Sagradas Escrituras —replicó Fernanda—, no veo por qué no han de creérmelo a mí.
71%
Flag icon
El nuevo Aureliano había cumplido un año cuando la tensión pública estalló sin ningún anuncio. José Arcadio Segundo y otros dirigentes sindicales que habían permanecido hasta entonces en la clandestinidad aparecieron intempestivamente un fin de semana y promovieron manifestaciones en los pueblos de la zona bananera.
72%
Flag icon
José Arcadio Segundo fue encarcelado porque reveló que el sistema de los vales era un recurso de la compañía para financiar sus barcos fruteros, que de no haber sido por la mercancía de los comisariatos hubieran tenido que regresar vacíos desde Nueva Orleans hasta los puertos de embarque del banano.
72%
Flag icon
Tan pronto como conoció el acuerdo, el señor Brown enganchó en el tren su suntuoso vagón de vidrio, y desapareció de Macondo junto con los representantes más conocidos de su empresa.
72%
Flag icon
Fue allí donde los ilusionistas del derecho demostraron que las reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni había tenido nunca ni tendría jamás trabajadores a su servicio, sino que los reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal.
72%
Flag icon
La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales.
72%
Flag icon
Entonces se asomó a la calle, y los vio. Eran tres regimientos cuya marcha pautada por tambor de galeotes hacía trepidar la tierra.
72%
Flag icon
Úrsula los oyó pasar desde su lecho de tinieblas y levantó la mano con los dedos en cruz.
72%
Flag icon
Incendiaron fincas y comisariatos, destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono. Las acequias se tiñeron de sangre.
72%
Flag icon
El señor Brown, que estaba vivo en el gallinero electrificado, fue sacado de Macondo con su familia y las de otros compatriotas suyos, y conducidos a territorio seguro bajo la protección del ejército.
72%
Flag icon
Había participado en una reunión de los dirigentes sindicales y había sido comisionado junto con el coronel Gavilán para confundirse con la multitud y orientarla según las circunstancias.
73%
Flag icon
Estaba firmado por el general Carlos Cortes Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala.
73%
Flag icon
Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz. —¡Cabrones! —gritó—. Les regalamos el minuto que falta.
73%
Flag icon
Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo.
74%
Flag icon
Luego le sirvió un pocillo de café, sin azúcar, como le habían dicho que lo tomaban los Buendía, y abrió la ropa cerca del fuego.
74%
Flag icon
Tampoco él creyó la versión de la masacre ni la pesadilla del tren cargado de muertos que viajaba hacia el mar. La noche anterior habían leído un bando nacional extraordinario, para informar que los obreros habían obedecido la orden de evacuar la estación, y se dirigían a sus casas en caravanas pacíficas.
74%
Flag icon
No llovía desde hacía tres meses y era tiempo de sequía. Pero cuando el señor Brown anunció su decisión se precipitó en toda la zona bananera el aguacero torrencial que sorprendió a José Arcadio Segundo en el camino de Macondo.
74%
Flag icon
Durante el día los militares andaban por los torrentes de las calles, con los pantalones enrollados a media pierna, jugando a los naufragios con los niños. En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso.
74%
Flag icon
los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias. «Seguro que fue un sueño», insistían los oficiales. «En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz.»
75%
Flag icon
Había la misma pureza en el aire, la misma diafanidad, el mismo privilegio contra el polvo y la destrucción que conoció Aureliano Segundo en la infancia, y que sólo el coronel Aureliano Buendía no pudo percibir. Pero el oficial no se interesó sino en las bacinillas.
75%
Flag icon
Cuando les habló a los soldados, entendió Aureliano Segundo que el joven militar había visto el cuarto con los mismos ojos con que lo vio el coronel Aureliano Buendía.
75%
Flag icon
Pero la noche en que los militares lo miraron sin verlo, mientras pensaba en la tensión de los últimos meses, en la miseria de la cárcel, en el pánico de la estación y en el tren cargado de muertos, José Arcadio Segundo llegó a la conclusión de que el coronel Aureliano Buendía no fue más que un farsante o un imbécil.
75%
Flag icon
y el único miedo que persistía era el de que lo enterraran vivo.
Santiago
Su experiencia con el fusilamiento
75%
Flag icon
a los dos meses se convirtió en una forma nueva del silencio,
75%
Flag icon
Desde que abrió la puerta se sintió agredido por la pestilencia de las bacinillas que estaban puestas en el suelo, y todas muchas veces ocupadas.
75%
Flag icon
a su hermano le bastó aquella mirada para ver repetido en ella el destino irreparable del bisabuelo. —Eran más de tres mil —fue todo cuanto dijo José Arcadio Segundo—. Ahora estoy seguro que eran todos los que estaban en la estación.
75%
Flag icon
Una mañana despertó Úrsula sintiendo que se acababa en un soponcio de placidez, y ya había pedido que le llevaran al padre Antonio Isabel, aunque fuera en andas, cuando Santa Sofía de la Piedad descubrió que tenía la espalda adoquinada de sanguijuelas.
75%
Flag icon
Entretenido con las múltiples minucias que reclamaban su atención, Aureliano Segundo no se dio cuenta de que se estaba volviendo viejo, hasta una tarde en que se encontró contemplando el atardecer prematuro desde un mecedor, y pensando en Petra Cotes sin estremecerse.
76%
Flag icon
Fue por esos días que en un descuido de Fernanda apareció en el corredor el pequeño Aureliano, y su abuelo conoció el secreto de su identidad.
76%
Flag icon
estaba incapacitada para la reconciliación desde el nacimiento de Amaranta Úrsula.
76%
Flag icon
porque hubiera preferido morirse a ponerse en manos del único médico que quedaba en Macondo, el francés extravagante que se alimentaba con hierba para burros.
76%
Flag icon
—Adiós, Gerineldo, hijo mío —gritó—. Salúdame a mi gente y dile que nos vemos cuando escampe. Aureliano Segundo la ayudó a volver a la cama, y con la misma informalidad con que la trataba siempre le preguntó el significado de su despedida. —Es verdad —dijo ella—. Nada más estoy esperando que pase la lluvia para morirme.
77%
Flag icon
En el curso de la primera semana se fue acostumbrando a los desgastes que habían hecho el tiempo y la lluvia en la salud de su concubina, y poco a poco fue viéndola como era antes, acordándose de sus desafueros jubilosos y de la fecundidad de delirio que su amor provocaba en los animales, y en parte por amor y en parte por interés, una noche de la segunda semana la despertó con caricias apremiantes. Petra Cotes no reaccionó.
77%
Flag icon
Aureliano Segundo regresó a la casa con sus baúles, convencido de que no sólo Úrsula, sino todos los habitantes de Macondo, estaban esperando que escampara para morirse.
77%
Flag icon
era Fernanda que se paseaba por toda la casa doliéndose de que la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta en una casa de locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino, que se acostaba bocarriba a esperar que le llovieran panes del cielo, mientras ella se destroncaba los riñones tratando de mantener a flote un hogar emparapetado con alfileres, donde había tanto que hacer, tanto que soportar y corregir desde que amanecía Dios hasta la hora de acostarse, que llegaba a la cama con los ojos llenos de polvo de vidrio y, sin embargo, nadie le había dicho nunca buenos días, ...more
This highlight has been truncated due to consecutive passage length restrictions.
Santiago
JAJAAAJAAJAjAjjajaajjajjajjJAJAAAJJJAJAAAAJAJAJAJAJJAJAJAJAJJAAJJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJJAJAJJAJAJAJAJAAJJAJAAAAJAAJJAJAJAJJJAJAJAJAJJAAJJJAJAJJAJAJAAJJAAJJAJAAJJJAJJJAJJAAJAJAJAJJAJAAAJ
78%
Flag icon
No la interrumpió hasta muy avanzada la tarde cuando no pudo soportar más la resonancia de bombo que le atormentaba la cabeza. —Cállate ya, por favor —suplicó.
Santiago
Ay la cantaleta ni cómo defenderte fernanda
78%
Flag icon
y una por una, sin apresurarse, fue sacando las piezas de la vajilla y las hizo polvo contra el piso.
78%
Flag icon
se echó encima el lienzo encerado,
Santiago
They keep talkin aojtthis andi dont knnlw wag ig is
78%
Flag icon
por la muerte de Petronila Iguarán, su bisabuela, enterrada desde hacía más de un siglo. Se hundió en un estado de confusión tan disparatado, que creía que el pequeño Aureliano era su hijo el coronel por los tiempos en que lo llevaron a conocer el hielo, y que el José Arcadio que estaba entonces en el seminario era el primogénito que se fue con los gitanos.
78%
Flag icon
Los niños no tardaron en advertir que en el curso de esas visitas fantasmales Úrsula planteaba siempre una pregunta destinada a establecer quién era el que había llevado a la casa durante la guerra un San José de yeso de tamaño natural para que lo guardaran mientras pasaba la lluvia.
79%
Flag icon
Fernanda temió que estuviera tan loco como su hermano gemelo cuando lo vio haciendo las mediciones, y peor aun cuando ordenó a las cuadrillas de excavadores profundizar un metro más en las zanjas.
79%
Flag icon
La compañía bananera desmanteló sus instalaciones.