Juliana Abaúnza

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y entonces, a la pálida y amarillenta luz de la luna, que se abría paso entre los postigos de la ventana, descubrí al engendro... aquel monstruo miserable que yo había creado. Apartó las cortinas de mi cama y sus ojos... si es que pueden llamarse ojos, se clavaron en mí.
Frankenstein
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