Byron  Márquez

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Decidí, por tanto, que si el inmediato matrimonio con mi prima iba a suponer la felicidad de Elizabeth y la de mi padre, las intenciones de mi adversario de acabar con mi vida no lo retrasarían ni una hora. En este estado de ánimo escribí a Elizabeth. Mi carta era afectuosa y serena. «Temo, amada mía —escribí—, que no es mucha la felicidad que nos resta en este mundo; sin embargo en ti se centra toda la que pueda un día disfrutar.
Frankenstein: Clásicos de la literatura
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