Él le había importunado, perjudicaba a Clarisse, agravaba perversamente en ella aquello que Walter no se atrevía a tocar, la caverna del mal, lo que ella tenía de pobre, de enfermo, de funestamente genial, el espacio secreto, vacío, circundado de cadenas que un día podrían romperse. Ella entró y se presentó ante Walter, descubierta su cabeza y con el sombrero de jardín en la mano; él la miró. Los ojos de Clarisse escrutaron irónicos, limpios, tiernos; quizá demasiado limpios. Walter pudo advertir en su rostro una fuerza que a él le faltaba. Ya desde niña la había sentido como un aguijón que no
...more

