More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
Observó un camión de cerveza que avanzaba lentamente, cargado con el tintineo de tibias, húmedas y vibrantes promesas.
No podría soportar volver a buscar a Cristo en aquel tufo y en esos ojos hundidos, al Cristo del pus y los excrementos sanguinolentos, al Cristo que no podía ser.
Ahora el amor se había enfriado. Por la noche lo oía silbar por los rincones de su corazón como el llanto de un viento extraviado.
—Mi paz os dejo, mi paz os doy... —Entonces, comulgó y se tragó el sabor de la desesperación, parecido al del papel.
Al ver cómo la bajaban y la metían en la oscuridad de un mundo sin ventanas, Damien Karras lloró con una pena que hacía mucho no sentía.
hacia las hileras de cámaras frigoríficas, hacia la sala sin sueños, utilizada para archivar los ojos que miran sin ver.
Algo... algo andaba horriblemente mal. Como una luz que se filtra por debajo de una puerta, un resplandor de espanto penetró en el rincón más oscuro de su mente. ¿Qué había detrás de la puerta? ¿Qué era? «¡No mires!».
Karl tropezó con unos ojos duros y apagados a la vez, pozos macilentos de sufrimiento y vergüenza.
En cierto modo, sentía que no era digno, que era un incompetente, que lo habían rechazado. Y eso le dolía. Irracionalmente, pero le dolía.