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Cualquier hombre que merezca la pena sabe que es la mujer la que elige. Y quien piense lo contrario no es más que un necio.
Estamos en los últimos años de una larga historia de amor, y hace poco se me ocurrió que llegaría un día en el que uno de los dos acabaría enterrando al otro. Pero me recuerdo a mí misma que, para una historia como la nuestra, se trata de un final feliz. Es un voto que se hizo y se mantuvo. Hasta que la muerte nos separe.
El ser humano podría aprender mucho de la naturaleza si nos detuviésemos a escucharla.
—Gracias —digo al levantarme. —¿Por qué? —La doctora sonríe. —Por recordarme que no soy Dios.
Lo único que sé sobre ser madre es que los hijos hacen lo que les place y no se puede hacer ni una puñetera cosa por evitarlo.
No sé por qué importa tanto que relate mi día a día. ¿Quizá porque llevo haciéndolo desde muchos años? O puede que —para ser sincera—, sea porque estos trazos de tinta y papel serán la única prueba que quede de que he existido en este mundo. De que he vivido y respirado.

