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Esperar ocupa una gran parte de la vida del esclavo; esperar y esperar para volver a esperar. Esperar exigencias. Esperar comida. Esperar a que se acabe el día. Esperar la justa y mecida recompensa cristiana al final de todo.
Moverse de forma segura por el mundo era algo que dependía del dominio fluido del lenguaje.
—Porque la gente blanca espera que hablemos de una manera determinada y siempre va bien no decepcionarlos —dije—. Los únicos que sufren cuando les hacemos sentirse inferiores somos nosotros. O quizás debería decir «cuando no se sienten superiores».
Farfulla a veces, para que tengan la satisfacción de decirte que no farfulles. Disfrutan de corregirte y de creer que eres tonto. Acordaos, cuanto más decidan que no nos quieren escuchar, más podremos hablar entre nosotros delante de ellos.
—Dios no existe, hija. Existe la religión, pero no ese Dios suyo. Su religión dice que recibiremos nuestra recompensa al final, aunque parece que no menciona nada de su castigo.
La religión no es más que una herramienta de control que usan y a la que se adhieren cuando les conviene.
—¿Por qué eres esclavo? —Porque mi amá era esclava. —¿Y tu padre? —preguntó. —Seguramente no. Pero eso da igual. Si saben que uno de tu familia era de coló, tú eres de coló. Da igual la pinta que tengas.
¿pero adónde dirige su rabia un esclavo? Podíamos sentir rabia los unos hacia los otros; a fin de cuentas, éramos humanos. Pero la corriente principal de nuestra rabia tenía que quedarse sin destino, tragada, reprimida. Querían separarme brutalmente de mi familia y mandarme a Nueva Orleans, donde estaría todavía más lejos de la libertad y nunca volvería a ver a los míos.
Me pregunté cuánto miedo debía de estar pasando mi hija por mí en aquel momento y odié la idea misma de que pasara miedo. Y me di cuenta de que la odiaba porque era una emoción que conocía muy bien, como resultado de sentirla todos los días y todas las noches.

