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—al vernos enfrentados al dolor— un poco de valentía ayuda más que mucho conocimiento; un poco de comprensión, más que mucha valentía, y el más leve indicio del amor de Dios, más que todo lo demás.
Este sentimiento puede describirse como temor reverencial, y aquello que lo suscita, como lo numinoso.
el temor numinoso sea tan antiguo como la humanidad misma.
sino por los propios; por lo tanto, todos están conscientes de culpa.
El segundo elemento de la religión es la conciencia no solamente de una ley moral, sino de una ley moral que es aceptada y desobedecida al mismo tiempo.
o era un loco furioso, extraordinariamente abominable, o era y es precisamente lo que dijo ser.
El cristianismo no es resultado de un debate filosófico acerca de los orígenes del universo; es un acontecimiento histórico con carácter de cataclismo, que sigue a la larga preparación espiritual a que ya me he referido.
“Si Dios fuera bueno, desearía que sus creaturas fueran perfectamente felices, y si fuera todopoderoso sería capaz de hacer aquello que desea. Por lo tanto, Dios carece de bondad o poder, o de ambas facultades”.
sino porque el disparate sigue siendo disparate aun cuando nos refiramos a Dios.
Pero, en un mundo así, las acciones erróneas serían imposibles y, por lo tanto, la libertad de la voluntad sería nula.
Que Dios puede modificar el comportamiento de la materia —y de hecho en ocasiones lo hace— y producir aquello que llamamos milagro, es parte de la fe cristiana; pero, la concepción misma de un mundo común y, por lo tanto, estable, exige que tales ocasiones sean extremadamente excepcionales.
Trate de excluir la posibilidad de sufrimiento que el orden de la naturaleza y la existencia de voluntades libres implican, y encontrará que ha excluido la vida misma.
Pero, dado que es suficientemente claro que no es así y como, sin embargo, tengo motivos suficientes para creer que Dios es amor, llego a la conclusión que mi idea de amor debe ser corregida.
Si Dios es amor, El es, por definición, más que simple benevolencia.
Somos, no en forma metafórica sino de modo muy real, una obra de arte divino; algo que Dios está realizando y, por lo tanto, algo con lo cual no estará satisfecho hasta que alcance una característica determinada.
la usó en una época y lugar en que la autoridad paterna era muchísimo mayor de lo que ésta es en la Inglaterra moderna.
el amor, por su misma naturaleza, exige perfeccionar al ser amado;
El problema de conciliar el sufrimiento humano con la existencia de un Dios que ama, es insalvable solamente mientras se atribuye un significado trivial a la palabra “amor”, y mientras las cosas se ven como si el hombre fuera el centro de ellas.
Lo que aquí y ahora llamaríamos nuestra “felicidad” no es el fin que Dios tiene principalmente en vista; pero, cuando seamos de una manera tal, que Él pueda amarnos sin impedimento, seremos en verdad felices.
Si Dios nos necesita, es porque ha elegido tal necesidad;
El lugar que Él les tiene destinado dentro de su esquema de las cosas, es el lugar para el cual están hechas.
Cuando queremos ser algo diferente a aquello que Dios quiere de nosotros, estamos deseando algo que, de hecho, no nos hará felices.
Un hombre no puede disminuir la gloria de Dios, así como tampoco un loco puede apagar el sol escribiendo la palabra “oscuridad” en las paredes de su celda. Pero Dios desea nuestro bien, y nuestro bien es amarlo (con ese amor sensible, propio de las creaturas), y para amarle debemos conocerle; y si le conocemos, de hecho caeremos postrados.
Es decir, nos guste o no, Dios se propone otorgarnos aquello que necesitamos, no aquello que creemos necesitar.
Cristo da por un hecho el que los hombres sean malos.
Tenemos la curiosa ilusión de que el tiempo de por sí elimina el pecado.
El pecado no se borra con el tiempo sino que con el arrepentimiento y la sangre de Cristo: si nos hemos arrepentido de esos pecados pasados, deberíamos recordar el precio de nuestro perdón y ser humildes.
Todo tiempo es eternamente presente para Dios.
Todo vicio lleva a la crueldad.
La ley moral puede existir para que se la trascienda; pero no pueden trascenderla quienes no hayan primero aceptado las exigencias de ésta, luego tratado con todas sus fuerzas de cumplirlas, y hayan enfrentado objetivamente y con toda equidad el hecho de su fracaso.
Creo que éste es un hecho, y me doy cuenta de que cuanto más santo es un hombre, tanto más consciente está de ello.
Desde el momento en que una creatura se da cuenta de Dios como Dios, y de ella como un yo, se le presenta la terrible alternativa de elegir a Dios o a sí misma como centro.
Es un pecado posible incluso para el hombre del Paraíso, porque la sola existencia de un propio yo —el mero hecho de que lo llamemos “yo”— incluye, desde el principio, el peligro de la idolatría de uno mismo.
Habiéndose separado tanto como pudo de la fuente de su ser, se había separado de la fuente de poder;
No somos solamente creaturas imperfectas que deben ser mejoradas; somos, como dijera Newman, rebeldes que deben deponer sus armas.
Ahora bien, el error y el pecado tienen esta característica: cuanto más profundos sean, menos sospecha la víctima su existencia; son un mal enmascarado.
Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo.
No hay duda de que el dolor, como megáfono de Dios, es un instrumento terrible; puede conducir a la rebelión final y sin arrepentimiento, pero otorga al hombre malvado la única posibilidad que puede tener para enmendarse.
Todos hemos notado qué difícil es volver nuestros pensamientos a Dios cuando todo está bien.
“Dios quiere darnos algo, pero no puede, porque nuestras manos están llenas —no hay donde Él pueda ponerlo”.
La voluntad de Dios está determinada por su sabiduría, que siempre percibe lo intrínsecamente bueno, y por su bondad, que siempre lo abraza.
Decir que Dios “no necesitaba haber probado el experimento”, es decir, que porque Dios sabe, aquello que es sabido por Dios no necesita existir.
el problema real no es el porqué algunas personas humildes, piadosas y creyentes sufren, sino por qué algunas no lo hacen.
Todos han experimentado el efecto de la compasión, que nos hace más fácil amar a quien es desagradable —es decir, amar a los hombres no porque sean de alguna manera naturalmente agradables para nosotros, sino porque son nuestros hermanos.
Me recuerdo a mí mismo que todos estos juguetes jamás estuvieron destinados a poseer mi corazón, que mi verdadero bien se encuentra en otro mundo, y que mi único real tesoro es Cristo. Y
De ahí que la terrible necesidad de tribulación sea de sobra clara.
He visto una gran belleza de espíritu en algunos que han sufrido mucho.
He visto a hombres volverse, por lo general, mejores y no peores con el correr de los años, y he visto a la enfermedad final producir tesoros de fortaleza y mansedumbre, en los sujetos menos prometedores.
Si el mundo en verdad es un “valle de formación de almas”, pareciera en general estar cumpliendo con su labor.