La generación ansiosa: Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes (Deusto) (Spanish Edition)

by Jonathan Haidt

Mientras que las regiones cerebrales ávidas de recompensas maduran antes, la corteza frontal —esencial para el autocontrol, el aplazamiento de la gratificación y la resistencia a las tentaciones— no alcanza su plena capacidad hasta alrededor de los 25 años, y los preadolescentes están en un momento especialmente vulnerable de su desarrollo. Al comenzar la pubertad, suelen sentirse inseguros en el ámbito social, y se dejan influir fácilmente por la presión de los pares y seducir por cualquier actividad que parezca brindarles validación social.

A lo largo de muchas décadas, hemos encontrado formas de proteger a los niños y, al mismo tiempo, permitir que los adultos hagan lo que quieran. Y después, casi de repente, hemos creado un mundo virtual donde los adultos podían satisfacer cualquier capricho momentáneo, pero que dejaba a los niños prácticamente indefensos. Ahora que se acumulan las pruebas de que la infancia basada en el teléfono está perjudicando la salud de nuestros hijos, provocando su aislamiento social y su profunda infelicidad, ¿aceptamos esa relación entre costes y beneficios? ¿O acabaremos por darnos cuenta, como hicimos en el siglo XX, de que a veces es necesario proteger a los niños del daño, aunque sea una molestia para los adultos?

Nada de smartphones antes del instituto. Los padres deberían retrasar el acceso de los niños a internet en cualquier momento del día y darles sólo teléfonos básicos (con las mínimas aplicaciones y sin navegador de internet) antes del noveno curso (aproximadamente a los 14 años). Nada de redes sociales antes de los 16 años. Dejemos que los niños atraviesen el período más vulnerable del desarrollo cerebral antes de enchufarles una manguera de comparaciones sociales e influencers elegidos por algoritmos. Colegios e institutos sin teléfonos móviles. En todos los centros escolares, desde primaria hasta secundaria, los estudiantes deberían guardar sus teléfonos, relojes inteligentes y cualquier otro dispositivo personal que pueda enviar o recibir mensajes de texto en estuches bloqueables durante la jornada escolar. Es la única manera de liberar su atención para los demás y para sus profesores. Mucho más juego sin supervisión e independencia infantil. Así es como los niños desarrollan naturalmente las habilidades sociales, superan la ansiedad y se convierten en jóvenes adultos autónomos.

La gente no se deprime cuando se enfrenta a amenazas; se deprime cuando se siente aislada, sola o inútil.

El tsunami de ansiedad, depresión y autolesiones afectó más a las chicas que a los chicos, y sobre todo a las preadolescentes.

«Las empresas tecnológicas informan del auge en internet de fotos y vídeos de niños sometidos a abusos sexuales —sólo el año pasado se detectó la cifra récord de 45 millones de imágenes ilegales—, lo que revela que el sistema ha llegado a su punto de ruptura y es incapaz de seguir el ritmo de los agresores».

Los niños son intrínsecamente antifrágiles, y por eso los que están sobreprotegidos son más propensos a que de adolescentes se atasquen en el modo defensa. En el modo defensa, tienden a aprender menos, a tener menos amigos íntimos, a tener más ansiedad y a experimentar más dolor por las conversaciones y conflictos ordinarios.

En primer lugar, dijo que el «estrés crónico», es decir, el que dura días, semanas o incluso años, es mucho peor que el «estrés agudo», que se refiere al que aparece rápidamente pero no dura mucho,

8 años: la edad de la libertad en los alrededores Los niños adquieren libertad para jugar y pasar el rato en grupo sin la supervisión adulta. Deben demostrar que saben cuidarse unos a otros, y empezar a hacer recados en el barrio, si hay tiendas a poca distancia que se puedan recorrer a pie o en bicicleta. No se les deben dar teléfonos móviles para adultos, pero se les podría dar un teléfono o reloj diseñado para niños que les permita llamar o enviar mensajes de texto a un número reducido de personas (como sus padres y hermanos).

Si se suma todo esto, el número medio de notificaciones que aparecen en los teléfonos de los jóvenes procedentes de las principales aplicaciones sociales y de comunicación asciende a las 192 alertas diarias, según un estudio.

Pero debido a que a las chicas las mueve más la comunión, la manera de hacer más daño a otra chica es atacar sus relaciones.

Un grupo de psiquiatras alemanes dirigido por Kirsten Müller-Vahl 62 observó un repentino aumento en el número de jóvenes que acudía a las clínicas afirmando padecer el síndrome de Tourette, un trastorno motor que provoca tics muy pronunciados en los pacientes, como parpadear o girar la cabeza y el cuello con fuerza, y que les hace emitir palabras o sonidos de forma involuntaria. Se cree que la enfermedad está relacionada con alguna alteración en una parte del cerebro llamada ganglios basales, muy ligada al movimiento físico. Suele aparecer entre los 5 y los 10 años, y el 80 por ciento de quienes la padecen son niños. Pero los psiquiatras alemanes podían ver que casi ninguno de estos pacientes tenía el síndrome de Tourette. Los tics no eran los habituales, no habían mostrado síntomas cuando eran pequeños y, lo más sospechoso, sus tics eran asombrosamente parecidos. En realidad, estos pacientes —la mayoría hombres jóvenes en la primera ola— estaban remedando a un mismo influencer alemán que sí tenía el síndrome de Tourette y que mostraba sus tics en sus vídeos de YouTube, muy populares. Por ejemplo, gritaba: «¡Tiburones voladores!» y «¡Heil Hitler!».

¿Cuál es el porcentaje de chicas que mandan fotos desnudas?, pregunté. «Veinte... ¿Quizá treinta?», calcularon.

La segunda razón es que la agresividad de las chicas se suele manifestar en el intento de dañar las relaciones y la reputación de otras chicas, mientras que la agresividad de los niños tiende a expresarse de formas físicas. Las redes sociales les han procurado a las chicas infinitas maneras de dañar las relaciones y la reputación de otras.

Nos animan a emitir rápidos juicios públicos, con pocos miramientos con la humanidad de las personas a las que criticamos, sin conocer el contexto en que actuaron y sin darnos cuenta de que a menudo hemos hecho lo mismo por lo que estamos avergonzándolos en público.

Se trata de una tarea para casa en la que se pide a los niños que hagan «algo que nunca hayan hecho ellos solos antes», después de ponerse de acuerdo con sus padres en cuanto a qué.

Confía también en el profundo deseo que sienten los niños pequeños de ayudar. Incluso a los 2 o 3 años, los niños pueden poner la mesa o ayudar a llenar la lavadora. Darles responsabilidades domésticas los hace sentirse parte esencial de la familia, y darles más a medida que crecen puede protegerlos de la sensación de inutilidad. De hecho, cada vez más adolescentes están de acuerdo con la afirmación «Mi vida no es muy útil».