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Nunca le declaré abiertamente mi amor, pero si las miradas hablan, el más tonto habría podido advertir que me tenía trastornado el juicio.
Sea cual fuere la sustancia de que están hechas las almas, la suya y la mía son idénticas,
perecieran todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si, en cambio, todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el mundo se me volvería totalmente extraño y no me parecería formar parte de él.
Aun cuando él llegara a quererla con todas las potencias de su alma mezquina, no sería capaz de amarla en ochenta años tanto como yo en un solo día.

