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Edgar Linton, como les ha pasado a tantos hombres y les seguirá pasando, no veía más que por sus ojos,
La verdad es que ellos vivían pendientes de darle gusto. No era el espino el que se inclinaba hacia las madreselvas, sino las madreselvas las que abrazaban al espino. No se trataba de mutuas concesiones: el uno se mantenía erguido, las otras cedían. ¿Y quién puede ser un malnacido o torcer el gesto cuando no encuentra a su alrededor ni oposición ni indiferencia?