Si una noche de invierno un viajero
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Read between September 6 - September 15, 2022
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Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado.
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Regula la luz de modo que no te fatigue la vista. Hazlo ahora, porque en cuanto te hayas sumido en la lectura ya no habrá forma de moverte. Haz de modo que la página no quede en sombra, un adensarse de letras negras sobre un fondo gris, uniformes como un tropel de ratones; pero ten cuidado de que no le caiga encima una luz demasiado fuerte que se refleje sobre la cruda blancura del papel royendo las sombras de los caracteres como en un mediodía del sur. Trata de prever ahora todo lo que pueda evitarte interrumpir la lectura. Los cigarrillos al alcance de la mano, si fumas, el cenicero. ¿Qué ...more
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Hay muchos, más jóvenes que tú o menos jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; en los libros, las personas, los viajes, los acontecimientos, en lo que el mañana te reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que cabe esperar es evitar lo peor.
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Pero tú sabes que no debes dejarte acoquinar, que entre ellos se despliegan hectáreas y hectáreas de los Libros Que Puedes Prescindir de Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría De Lo Ya Leído Antes Aun De Haber Sido Escrito.
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Todo esto para decir que, recorridos rápidamente con la mirada los títulos de los volúmenes expuestos en la librería, has encaminado tus pasos hacia una pila de Si una noche de invierno un viajero con la tinta aún fresca, has agarrado un ejemplar y lo has llevado a la caja para que se estableciera tu derecho de propiedad sobre él.
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Quizá ya en la librería has empezado a hojear el libro. ¿O no has podido, porque estaba envuelto en su capullo de celofán? Ahora estás en el autobús, de pie, entre la gente, colgado por un brazo de una anilla, y empiezas a abrir el paquete con la mano libre, con gestos un poco de mono, un mono que quiere pelar un plátano y al mismo tiempo mantenerse aferrado a la rama.
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Estás en tu mesa de trabajo, tienes el libro colocado como al azar entre los papeles, en cierto momento apartas un dossier y encuentras el libro bajo los ojos, lo abres con aire distraído, apoyas los codos en la mesa, apoyas las sienes en las manos cerradas en puño, pareces concentrado en el examen de un expediente y en cambio estás explorando las primeras páginas de la novela.
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Pero ¿no te parece una falta de respeto? De respeto, por supuesto, no a tu trabajo (nadie pretende juzgar tu rendimiento profesional; admitamos que tus tareas se inserten regularmente en el sistema de actividades improductivas que ocupa tanta parte de la economía nacional y mundial), sino al libro.
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De nada vale que me diga que no existen ya ciudades de provincias y que acaso nunca han existido: todos los lugares comunican con todos los lugares instantáneamente, la sensación de aislamiento se experimenta sólo durante el trayecto de un lugar a otro, o sea cuando no se está en ningún lugar.
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Cuando llegué aquí, mi primera idea fue: quizá he hecho tal esfuerzo con el pensamiento que el tiempo ha dado un giro completo; aquí estoy en la estación de la que me marché la primera vez, que ha permanecido igual que entonces, sin ningún cambio. Todas las vidas que podría haber tenido comienzan aquí: está la chica que habría podido ser mi chica y no lo fue, con los mismos ojos, el mismo pelo...
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Prefiero las novelas –agrega ella– que me hacen entrar en seguida en un mundo donde todo es preciso, concreto, bien especificado. Me proporciona una especial satisfacción saber que las cosas están hechas de ese determinado modo y no de otro, incluso las cosas cualesquiera que en la vida me parecen indiferentes.
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Lo malo es que ella ha leído muchas más novelas que tú, especialmente extranjeras, y tiene una memoria minuciosa, alude a episodios concretos, te pregunta: «¿Se acuerda de lo que dice la tía de Henry cuando...» y tú, que habías sacado a colación aquel título porque conoces el título y nada más, y te gustaba dejar creer que lo habías leído, ahora tienes que ingeniártelas con comentarios genéricos, aventuras, algún juicio poco comprometedor como: «Para mí es un poco lento», o bien: «Me gusta porque es irónico», y ella replica: «¿De verdad? ¿Le parece? Yo no diría...» y tú te quedas incómodo.
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tú que sostenías preferir un libro, cosa sólida, que está ahí, perfectamente definida, disfrutable sin riesgos, en comparación con la experiencia vivida, siempre huidiza, discontinua, controvertida.
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Agréguese a ello el hecho de que la aplicación con que esta muchacha se dedica a dibujar conchas indica en ella una búsqueda de la perfección como forma que el mundo puede y por ende debe alcanzar; yo, al contrario, estoy convencido hace tiempo de que la perfección sólo se produce accesoriamente y por azar; por tanto no merece el menor interés, pues la verdadera naturaleza de las cosas sólo se revela en la destrucción;
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Me he dado cuenta de que hace mucho tiempo que tiendo a reducir la presencia de la oscuridad en mi vida. La prohibición de los médicos de salir después del ocaso me ha constreñido hace meses a los confines del mundo diurno. Pero no es sólo esto: es que encuentro en la luz del día, en esta luminosidad difusa, pálida, casi sin sombras, una oscuridad más espesa que la de la noche.
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–Si supiera dibujar, me aplicaría solamente a estudiar la forma de los objetos inanimados –dije con cierta perentoriedad, porque quería cambiar de conversación y también porque de veras una inclinación natural me lleva a reconocer mis estados de ánimo en el inmóvil sufrimiento de las cosas.
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–Leer –dice– es siempre esto: hay una cosa que está ahí, una cosa hecha de escritura, un objeto sólido, material, que no se puede cambiar, y a través de esta cosa nos enfrentamos con alguna otra que no está presente, alguna otra que forma parte del mundo inmaterial, invisible, porque es sólo pensable, imaginable, o porque ha existido y ya no existe, ha pasado, perdida, inalcanzable, al país de los muertos...
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Con la revolución hay personas que cambian tanto que se vuelven irreconocibles y personas que se sienten más iguales a sí mismas que antes. Debería ser la señal de que estaban ya preparadas para los tiempos nuevos. ¿Es así?
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Historias por el estilo en mi pasado había hasta demasiadas y ni una se había cerrado nunca en el activo; por eso me había retirado de los negocios y no quería volver a meterme en ellos.
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Vivimos en una civilización uniforme, dentro de modelos culturales perfectamente definidos: el mobiliario, los elementos decorativos, las colchas, los tocadiscos están elegidos entre cierto número de posibilidades dadas. ¿Qué
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En el resto de la pared no cuelga nada ni se apoya ningún mueble. Así es un poco toda la casa: paredes aquí desnudas y allá recargadas, como por una necesidad de concentrar los signos en una especie de apretada escritura y a su alrededor el vacío donde hallar reposo y respiro.
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No es sólo envidia la suya, es también admiración, sí, admiración sincera: en el modo en que aquel hombre pone todas sus energías en escribir hay ciertamente una generosidad, una confianza en la comunicación, al dar a los demás lo que los demás esperan de él sin plantearse problemas introvertidos.
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En cuanto a Makiko, tenía siempre el aire jovial y distraído que ciertos niños crecidos entre ásperas pugnas familiares oponen al ambiente como una defensa, y que ella había conservado al crecer y ahora oponía al mundo de los ajenos como protegiéndose tras el escudo de una alegría acerba y huidiza.
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Te das cuenta de que se necesita una buena dosis de inconsciencia para confiarse a máquinas inseguras, guiadas imprecisamente; o quizá esto prueba una imparable tendencia a la pasividad, a la regresión, a la dependencia infantil. (Pero ¿estás reflexionando sobre el viaje en avión o sobre la lectura?)
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Alguien hace muchos siglos debe de haber creído que ésta era la tierra del oro; y cuando advirtió su error, para el palacio recién construido se iniciaba el lento destino de las ruinas.
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También la represión debe dejar momentos de respiro, eso sí, cerrar un ojo de vez en cuando, alternar abusos con indulgencia, con cierta imprevisibilidad en sus arbitrariedades, pues, de no ser así, si no existe ya nada que reprimir, todo el sistema se enmohece y deteriora. Digámoslo francamente: todo régimen, incluso el más autoritario, sobrevive en una situación de equilibrio inestable, por lo que necesita justificar continuamente la existencia del propio aparato represivo, y por lo tanto de algo que reprimir.
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Nuestra fuerza ya no hace mella en él. Por suerte... –¿Por suerte? –Algo que se nos escape debe haber siempre... Para que el poder tenga un objeto sobre el cual ejercerse, un espacio en el cual alargar sus brazos...