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Nos estábamos acomodando a un cristianismo que gira en torno al cuidado de nosotros mismos, siendo que el mensaje central del cristianismo es renunciar a nosotros mismos.
Jesús no utilizaba un truco para conseguir más seguidores. Solo dejaba en claro con osadía y desde el principio que, si lo sigues, abandonas todo: tus necesidades, tus deseos y hasta tu familia.
Sin embargo, la clase de entrega que Jesús le pidió al joven rico es la parte medular de la invitación que hace Jesús en todos los Evangelios. Hasta el sencillo llamado en Mateo 4 a sus discípulos, «Sígueme», contenía implicaciones radicales para sus vidas. Jesús los llamaba a abandonar la comodidad, todo lo que les era conocido y natural.
En definitiva, Jesús los llamaba a renunciar a sí mismos. Dejaban la seguridad por la inseguridad y el peligro, en lugar de protegerse, se entregaban por sí solos. En un mundo que premia al que se promociona a sí mismo, seguían a un maestro que les enseñaba a crucificarse a sí mismos. Y la historia nos cuenta el resultado. Casi todos perdieron sus vidas por haber respondido a su invitación.
Aquí es donde nos enfrentamos a una peligrosa realidad. Debemos renunciar a todo lo que tenemos para seguir a Jesús. Debemos amarlo de tal manera que nuestras relaciones más queridas en este mundo parezcan sin importancia. Y es absolutamente probable que nos diga que vendamos todo lo que tenemos y se lo demos a los pobres. Sin embargo, no queremos creerlo. Tenemos temor de lo que pudiera significar para nuestra vida. Entonces, pasamos estos pasajes por la razón. «Jesús no nos diría que no enterremos a nuestro padre o que no le digamos adiós a nuestra familia. Jesús no dijo literalmente que
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Despierta a las incontables multitudes que hoy están destinadas a una eternidad sin Cristo.
Por cierto, el costo de la falta del discipulado es grande. El costo de los creyentes que no se toman en serio a Jesús es vasto para quienes no conocen a Cristo y devastador para quienes mueren de hambre y sufren en el mundo. Sin embargo, no son solo ellos los que pagan el costo de la falta de discipulado. Nosotros también lo pagamos.
Esta es la imagen de Jesús en el evangelio. Él es algo, alguien, por quien vale la pena perderlo todo. Y si nos alejamos del Jesús del evangelio, nos alejamos de las riquezas eternas.
Esto nos lleva a la pregunta crucial que debe hacerse todo el que profesa seguir a Jesús o quien piensa seguirlo. ¿De verdad creemos que Él vale lo suficiente como para abandonarlo todo? ¿Tú y yo creemos de verdad que Jesús es tan bueno, tan satisfactorio y tan gratificante como para dejar todo lo que tenemos, todo lo que poseemos y todo lo que somos para encontrar la plenitud en Él? ¿Tú y yo le creemos lo suficiente como para obedecerlo y seguirlo a dondequiera que nos lleve, aun cuando las multitudes en nuestra cultura (y tal vez en nuestras iglesias) vayan en dirección opuesta?
Primero, desde el principio debes comprometerte a creer todo lo que dice Jesús. Como cristiano, sería un grave error venir a Jesús y decirle: «Quiero oír lo que dices y después decidiré si me gusta o no». Si te acercas a Jesús de esta manera, nunca oirás de verdad lo que tiene que decir. Debes decir sí a las palabras de Jesús antes de oírlas. Luego, en segundo lugar, debes comprometerte a obedecer lo que has oído. El evangelio no te incita a una simple reflexión, requiere una respuesta. En el proceso de oír a Jesús, te ves obligado a darle una mirada sincera a tu vida, a tu familia y a tu
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Le pusimos el nombre de Iglesia Secreta. Fijamos una fecha, un viernes por la noche; nos reuniríamos desde las seis de la tarde hasta la medianoche, y durante seis horas no haríamos otra cosa más que estudiar la Palabra y orar. Interrumpiríamos cada cierto tiempo el estudio bíblico de seis horas para orar por nuestros hermanos alrededor del mundo que se ven obligados a reunirse en secreto. También oraríamos por nosotros mismos, de modo que aprendiéramos a amar la Palabra como ellos.
Es verdad, Dios es un Padre amoroso, pero también es un Juez airado. En su ira, aborrece el pecado. Habacuc oró a Dios: «Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento»2. En algún sentido, Dios aborrece a los pecadores. Te preguntarás: «¿Qué sucede con lo de que “Dios aborrece el pecado pero ama al pecador”?». Bueno, lo que sucede es lo que dice la Biblia. Un salmista dijo de Dios: «No hay lugar en tu presencia para los altivos, pues aborreces a los malhechores»3. Catorce veces en los primeros cincuenta salmos vemos descripciones similares que
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Todo en la creación responde en obediencia al Creador... menos tú y yo. Tenemos la audacia de mirar a Dios en el rostro y decirle: «No». Jesús nos dijo que todo el que peca es esclavo del pecado y Pablo llegó a decir que somos cautivos del diablo mismo5.
El evangelio moderno dice: «Dios te ama y tiene un maravilloso plan para tu vida. Por lo tanto, sigue estos pasos y serás salvo». Mientras tanto, el evangelio bíblico dice: «Eres enemigo de Dios, estás muerto en tu pecado y en tu actual estado de rebelión, ni siquiera puedes ver que necesitas vida y mucho menos revivirte a ti mismo. Por lo tanto, dependes de manera radical de Dios para que haga algo en tu vida que nunca podrás hacer».
En el evangelio, Dios revela la profundidad de nuestra necesidad de Él. Nos muestra que no hay nada en lo absoluto que podamos hacer para llegar a Él. No podemos fabricar nuestra salvación. No la podemos programar. No la podemos producir. Ni siquiera la podemos iniciar. Dios tiene que abrir nuestros ojos, liberarnos, vencer nuestra maldad y apaciguar su ira. Él tiene que venir a nosotros.
Escucha estas palabras: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa». La «copa» no hace referencia a la cruz de madera, sino al juicio divino. Es la copa de la ira de Dios7.
Lo que sucedió en la cruz no tuvo que ver ante todo con los clavos que clavaron en las manos y en los pies de Jesús, sino en la ira que se derramó sobre su alma debido a tu pecado y al mío.
Dios apartó su rostro porque no pudo soportar ver tu pecado y el mío sobre su Hijo.
Entonces, ¿cómo respondemos a este evangelio? De repente, el cristianismo contemporáneo vende una cháchara que ya no parece adecuada. Pídele a Jesús que venga a tu corazón. Invítalo a que venga a tu vida.
El evangelio, en cambio, tiene prioridades diferentes. El evangelio nos llama a morir a nosotros mismos y a creer en Dios y a confiar en su poder. En el evangelio, Dios nos enfrenta con nuestra completa incapacidad para lograr cualquier cosa de valor separados de Él.
Esa es la manera en que obra Dios. Pone a sus hijos en posiciones donde necesiten con urgencia su poder y, luego, muestra su provisión de modo tal que despliega su grandeza.
Me aterra la realidad de que la iglesia que lidero pueda llevar adelante la mayoría de nuestras actividades de manera eficiente y hasta exitosa sin darse cuenta jamás de que el Espíritu Santo de Dios está prácticamente ausente del cuadro.

