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4. De mi bisabuelo, el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme proveído de buenos maestros en casa, bien persuadido que en este particular es menester gastar asiduamente.
8. Debo a Apolonio la independencia de espíritu; la decisión sin perplejidades; el no dejarme regir, ni aun en las cosas mínimas, por otros principios que por la razón; permanecer siempre igual, en los dolores más agudos,
5. Afánate fijamente, a cada hora, como romano y como varón, en hacer lo que tuvieres entre manos, con precisa y sincera gravedad, con amor, libertad y justicia, procurando desasirte de cualquier otra preocupación. Lo conseguirás si ejecutas cada acción de tu vida como si fuere la última, despojada de toda irreflexión y de toda apasionada repugnancia al señorío de la razón, sin falsedad, ni egoísmo, ni displicencia ante las disposiciones del destino.
14. Aunque debieras vivir tres mil años y aun diez veces otros tantos, acuérdate siempre que no se pierde otra vida que la que se vive y que sólo se vive la que se pierde. Así, la más larga vida y la más corta vienen a reducirse a lo mismo. El momento presente que se vive es igual para todos; el que se pierde, lo es también, y este que se pierde llega a parecemos indivisible. Y es que no se pierde el pasado ni el futuro; pues lo que no poseemos, ¿cómo podría arrebatársenos?
17. El tiempo de la vida humana es un punto: la sustancia, fluente; la sensación, oscurecida; toda la constitución del cuerpo, corruptible; el alma, inquieta; el destino, enigmático; la fama, indefinible; en resumen, todas las cosas propias del cuerpo son a manera de un río; las del alma, sueño y vaho; la vida, una lucha, un destierro; la fama de la posteridad, olvido. ¿Qué hay, pues, que nos pueda llevar a salvamento? Una sola y única cosa: la filosofía. Y ésta consiste en conservar el dios interior sin ultraje ni daño, para que triunfe de placeres y dolores, para que no obre al acaso, y se
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3. Hipócrates, después de curar muchas enfermedades, al cabo cayó enfermo él mismo y murió. A muchos habían pre-dicho los caldeos la muerte, y no por esto dejó de llegarles también su día y destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, después de haber tantas veces destruido hasta los cimientos ciudades enteras y haber triturado en campo de batalla millaradas de elefantes y jinetes, también ellos, al fin, perdieron la vida. Heráclito, luego de tan prolijos estudios sobre el último incendio del mundo, enfermo de hidropesía y recubierta de inmundicias la piel, murió. Murió Demócrito comido de
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Pues el destino otorgado a cada uno está involucrado en el conjunto de las cosas, al mismo tiempo que las involucra él mismo.
Además, que el dios que mora en ti, sea guía de un varón grave, respetable, consagrado al estado, que sea un romano y un príncipe, capaz de perfeccionarse a sí mismo, como sería el hombre que aguardara la señal de retirada de la vida, expedito para obedecer, sin necesidad de juramento o de testigo alguno. A más de esto, mantiene un semblante placentero, desembarazado de todo ministerio externo y de toda tranquilidad procurada por los otros. Conviene, pues, mantenerse recto sobre sí, sin necesidad de ser enderezado.
8. En la inteligencia del hombre que se ha corregido y acrisolado, nada podría encontrarse infeccioso, manchado ni purulento. Su vida no está por llegar al término de la perfección, cuando se la arrebata el destino, como se diría del actor trágico que se retirara sin haber terminado el papel hasta el desenlace. Además, nada hay servil en él, ni afectado, ni excesivamente postizo o disociado, nada sujeto a cuentas, ni encubierto.
14. No vagabundees más. Que no has de tener tiempo para releer tus notas, ni las antiguas historias de los romanos y los griegos, ni extractos de tratados que habías reservado para tu vejez. Apresúrate, pues, en llegar al fin; despídete de las vanas esperanzas y mira por tu bien, si tienes cuenta contigo mismo, hasta que sea posible.
16. Tenemos cuerpo, alma, inteligencia. Del cuerpo son las sensaciones; del alma, los instintos; de la inteligencia, los principios. De recibir impresiones por medio de las ideas de los objetos, los mismos brutos son capaces. De ser impetuosamente agitado, como títeres, por los instintos, también las fieras, los andróginos, los Falarios, los Nerones son capaces. De tomar la inteligencia por guía de lo que parecen deberes, también son capaces los que no veneran a los dioses, los que traicionan a su patria y cometen toda clase de infamias a puertas cerradas. Si, pues, todo esto es común a los
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Sé libre y examina todas las cosas como varón fuerte, como hombre racional, como ciudadano, como quien vive para morir. Entre las máximas de que debes echar mano, ante las cuales te inclinarás, figuran estas dos: la una, que las cosas mismas no llegan al alma, sino que permanecen en el exterior, inamovibles; las inquietudes provienen únicamente del modo que interiormente tienes de opinar. La otra, que todo cuanto divisas, en un abrir y cerrar de ojos, va a trasmutarse, cesará de existir. ¡De cuántas cosas has presenciado ya tú mismo las transformaciones! Piénsalo constantemente. «El mundo es
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4. Si la inteligencia es un bien común, la razón que nos hace seres razonables es común también; admitido esto, nos es también común esta razón práctica que prescribe lo que se debe o no se debe hacer. Si esto es cierto, a todos nos comprende una ley común; y si nos comprende, somos todos conciudadanos. Si ello es cierto, formamos todos parte de un mismo cuerpo político. Consecuentemente, el mundo viene a ser un estado universal. Y si no, ¿de qué otro cuerpo político se dirá que forma parte el linaje humano? De arriba, sin duda, de esta ciudad común, procede la inteligencia misma, la razón y
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22. No te dejes arrastrar por el torbellino de las pasiones; antes bien, a todo ímpetu del instinto, ofrece lo que de justicia le toca; ante toda aprensión de la fantasía, conserva la facultad de pensar.
41. «No eres más que una pobre alma, que arrastra un cadáver», como decía Epicteto.
46. Acuérdate de tener siempre presente este pasaje de Heráclito: «La muerte de la tierra es convertirse en agua; la muerte del agua, es trasmutarse en aire; la del aire, hacerse fuego, y al contrario». Acuérdate asimismo de aquel hombre que se olvidó del camino por donde debía ir. Y asimismo, de esto: «Por constantes que sean las relaciones con la razón que todo lo gobierna, no pueden los hombres entenderse con ella; y lo que presencian todos los días, se les antoja extraño».
«¡Infeliz de mí, dice uno, porque tal cosa me aconteció!». No, al contrario: «Dichoso yo, porque habiéndome ocurrido esto, continúo sin pena alguna, ni quebrantado por lo presente ni amedrentado por lo venidero. Una semejante desgracia hubiera podido ocurrir a cualquier otro; y éste no hubiera sabido continuar, como yo, sin apenarse». ¿Y por qué será la adversidad un infortunio más bien que una ventura? ¿Es que llamas infortunio del hombre lo que no se desvía de la intención de la naturaleza humana? ¿Y te parece por ventura desvío de la naturaleza humana lo que no se opone a los designios de
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1. Por la mañana, cuando sintieses pereza al levantarte, piensa: Yo me levanto para cumplir con los oficios propios de un hombre. ¿Me desazonaré, pues, si voy a ejecutar aquello para lo que nací, para lo que vine al mundo? ¿A esto fui formado, para arrellanarme en la cama, caliente entre mis cobertores? —Pero esto, dirás, es más agradable—. ¿Fuiste formado, entonces, para solazarte? Y, en suma, ¿naciste para la pasividad o para la actividad? ¿No ves cómo las plantas, los pájaros, las hormigas, las arañas, las abejas, tienen cada cual su tarea propia y contribuyen, a su vez, al buen orden del
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Abraza, por ello, todo lo que aconteciere, aun cuando parezca un tanto molesto, con la mira de que conduce a la salud del mundo, a la prosperidad y felicidad de Zeus.
Luego el bien propio de un viviente racional es la sociedad, puesto que está demostrado desde hace tiempo que para ella nacimos. ¿No es también evidente que los seres inferiores han sido creados por causa de los superiores, y los superiores con respecto entre sí? Luego, los seres animados son superiores a los inanimados, y los racionales a los simplemente animados.
17. El perseguir imposibles es locura. Y es imposible que los malvados no cometan tales acciones.
Mi ciudad y mi patria en cuanto Antonino es Roma; pero en cuanto hombre, el mundo.
Conviene, pues, que nos traslademos hacia donde llegaron tantos elocuentes oradores, tantos graves filósofos: un Heráclito, un Pitágoras, un Sócrates, tantos héroes primero, tantos generales y tiranos después. Añade a éstos un Eudoxo, un Hiparco, un Arquímedes, otros ingenios agudos, nobles espíritus, activos, industriosos, encarnizados motejadores de esta vida humana, caduca y efímera, como Menipo y otros semejantes. Acerca de éstos, considera que murieron hace tiempo. ¿Y qué hay ahí, para ellos, de extraordinario? ¿Y qué, para aquellos de quienes ni siquiera queda el nombre? En fin, de una
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55. Si los marineros maltratasen al piloto y los enfermos al médico, ¿se preocuparían ambos, sin embargo, de otra cosa que de los medios de acción para salvar a la tripulación, el uno, y para sanar a los enfermos, el otro?
22. Propio es del hombre el amar incluso a los que le ofenden. Esto es lo que tú harás si tienes presente que también ellos son tus allegados; que pecan por ignorancia o involuntariamente; que dentro de poco, tanto tú como ellos moriréis; y, sobre todo, que ellos no te causaron ningún daño, ya que no han hecho a tu facultad rectora peor de lo que antes era.
48. Es bello aquel pasaje de Platón: «Importa mucho a quien discurra sobre los hombres, que considere asimismo, como desde un lugar elevado, lo que pasa en la redondez de la tierra: las multitudes, los ejércitos, las labranzas, los matrimonios y divorcios, los nacimientos y muertes, el barullo de los tribunales, los países desiertos, las diversas poblaciones bárbaras, las fiestas y lutos, las ferias, toda la baraúnda y el armonioso conjunto de los contrastes».
55. No te afanes en escudriñar el alma ajena, antes bien mira de hito en hito hacia aquel término adonde te conduce la naturaleza, ya sea ésta la universal por medio de los sucesos que te acontezcan, ya la tuya propia por razón de los deberes que te impone. Cada uno tiene la obligación de hacer lo correspondiente a su estado. El resto de los seres fue dispuesto para servir a los racionales, y, en toda otra cosa, los inferiores se hacen por respecto de los superiores, pero los racionales han sido hechos para ayudarse mutuamente.
Además, en las mayores cuitas, válgate esta máxima de Epicuro: el dolor no es insufrible ni eterno, si te acuerdas de sus límites y no lo imaginas mayor de lo que es en realidad. Advierte asimismo que muchas cosas que nos molestan son, sin que lo echemos de ver, verdaderos dolores, como la somnolencia, el exceso de calor, la inapetencia. Cuando, pues, alguna de estas cosas te fastidia, di para contigo: sucumbo al dolor.
66. ¿De dónde nos consta que Teulages haya sido superior a Sócrates en disposiciones naturales? No basta saber que Sócrates haya tenido un fin glorioso, que haya disputado ingeniosamente con los sofistas, o haya resistido pacientemente una noche en vela sobre el hielo; que, al recibir la orden de prender a un ciudadano de Salamina, la haya rehusado con bizarría[10]; ni que se haya engallado por las calles públicas, si bien deberíamos, de ser cierto este extremo, subrayarlo atentamente. Mas he ahí lo que cumple examinar: en qué disposición Sócrates tenía el ánimo; si se podía limitar a
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72. Todo lo que la facultad intelectiva y sociable hallare despojado de inteligencia y sociabilidad, con mucha razón lo tendrá por cosa de menos valer.
3. ¿Qué tienen que ver Alejandro, César, Pompeyo, frente a Diógenes, Heráclito, Sócrates? Estos han penetrado las cosas, sus causas, sus efectos, y se guiaban por excelentes principios rectores. Aquéllos, en cambio, ¡cuántas cosas desconocían, a cuánta servidumbre se obligaban! 4. Entiende que los hombres cometerán siempre, aunque te exaspere, los mismos errores.
Al contrario, la naturaleza del hombre forma parte de una naturaleza libre, intelectiva y justa, pues distribuye equitativamente a cada uno de los seres, en proporción a su merecimiento, el tiempo, la sustancia, la causa, la energía, el accidente. Advierte empero que no encontrarás la equivalencia en todos los casos si comparas separadamente una unidad con otra unidad, pero sí cotejando globalmente el conjunto de una especie con el conjunto de otra.
16. Acuérdate que también es acto de libertad el mudar de parecer, según el aviso de quien te encamina; porque es tuya esta actividad, y procede conforme a tu voluntad y tu resolución, y, por ello, según tu propia inteligencia. 17. Si esto depende de tu arbitrio, ¿por qué lo haces? Y si de otro, ¿a quién censuras? ¿A los átomos o a los dioses? En ambos casos, es locura. No conviene habérselas contra nadie. Porque, si eres capaz, enmiéndale. Si eres incapaz, enmienda al menos su acción. Pero, si aun de esto eres incapaz, ¿qué utilidad sacas de irritarte? No hagas nada porque sí.
30. Habla, tanto en el Senado como ante cualquiera, con decencia y claridad: usa de un lenguaje sano.
41. Un obstáculo que dificulte la sensación es un mal para la naturaleza sensitiva; un obstáculo al apetito es asimismo un mal para la naturaleza sensitiva. Del mismo modo puede haber algún otro obstáculo y algún otro mal para la constitución vegetativa. Así pues, un estorbo a la inteligencia será un mal para la naturaleza intelectiva. Aplícate todo esto a ti mismo. ¿Te sobreviene un dolor, un placer? Añade esto a la sensibilidad. ¿Le sobrevino un embarazo al movimiento instintivo? Si te dejas llevar por este movimiento sin reserva, ya en esto mismo estaba el daño de tu naturaleza racional;
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47. Si alguna cosa exterior te contrista, no es ella la que te conturba, sino el juicio que te formas acerca de la misma; pero en tu mano tienes el abolir este juicio al instante. Mas si te da cuidado lo que se relaciona con la disposición de tu espíritu, ¿quién te impide rectificar tu opinión? De la misma manera, si te afliges a causa de no poner en ejecución lo que te parece recto, ¿por qué no redoblas los esfuerzos en ejecutarlo, antes que afligirte?
50. ¿Es amargo el pepino? Échalo. ¿Hay zarzas en el camino? Desvíate. Eso basta. No prosigas diciendo: ¿Por qué se hicieron estas cosas en el mundo? De otra manera, serías la burla del hombre que estudia la naturaleza, como se te reirían el carpintero o el zapatero si les reprocharas porque ves en sus talleres aserraduras y retazos de las materias que trabajan, aunque tienen adonde arrojarlos. Pero la naturaleza del universo de nada dispone fuera de sí; y lo más admirable de su arte consiste en que, no saliéndose de sus límites, resuelve en sí misma todo lo que en ella parece gastarse,
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Aunque te asesinen, te despedacen, te provoquen con maldiciones, ¿qué impide conservar tu inteligencia pura, sabia, prudente, justa? Es como si algún transeúnte, parándose cerca de una fuente cristalina y agradable, la injuriase; no por ello dejaría ella de manar su linfa saludable; aunque se le echase cieno y estiércol, al punto lo dispersaría, arrastrándolo, sin mancillarse. ¿Cómo, pues, poseer en ti un manantial inagotable? Crece a todas horas en independencia, pero acompañado de benevolencia, sinceridad y modestia.
55. El vicio, en general, no produce daño alguno al universo; en particular, no perjudica a nadie, siendo sólo nocivo al que tiene la facultad de poder eximirse de él, siempre que quiera decirlo así. 56. El libre albedrío de mi prójimo es igualmente indiferente a mi libre albedrío como su soplo y su carne. Puesto que, aunque en realidad los unos nacimos para los otros, la recta razón de cada uno posee su propia independencia; de no ser así, la maldad del prójimo vendría a ser un mal para mí. Pero Dios no lo ha decretado de este modo, porque, de lo contrario, estaría en manos de otro el que
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58. El que teme la muerte, teme o bien la insensibilidad o bien otro género de sentimiento. Si la sensibilidad quedare anulada, no percibirás el menor mal; y si adquieres otra especie de sensibilidad, serás un ser diferente; y con ello no habrás cesado de vivir.
Por esto, es propio del hombre dotado de razón no afligirse ante la muerte, ni apartarla rudamente, ni tratarla con altivez, sino esperarla como uno de los otros efectos naturales. Y a la manera que ahora aguardas el día en que el niño salga del seno de tu mujer, así se debe esperar la hora en que tu alma se escapará de la envoltura de su cuerpo.
21. La cesación de una actividad, la suspensión y, por así decirlo, la muerte de un impulso, de una opinión, no son mal alguno. Repasa ahora las edades de la vida, como la infancia, la adolescencia, la juventud, la vejez: también toda mutación es aquí una muerte. ¿Qué daño hay en ello? Da una mirada ahora a la vida que pasaste bajo el poder de tu abuelo, luego bajo el de tu madre, luego bajo el de tu padre adoptivo. Y a la vista de estas destrucciones, transformaciones e interrupciones, pregúntate: ¿Qué mal hubo en todas ellas? Y lo mismo acontece con el término, el reposo y la transformación
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29. La causa universal; como un torrente impetuoso, lo arrastra todo. ¡Cuán mezquinos son estos pigmeos que se dedican a los asuntos del Estado y pretenden obrar como filósofos! ¡Ruines despreciables! ¿Y entonces, amigo mío? Haz lo que exige de ti la naturaleza. Manos a la obra, mientras haya lugar, y no te preocupes por si te imitan. No sueñes en ver establecida la república de Platón, antes bien, conténtate con tal que progreses un poco, considerando que no es poco fruto este pequeño resultado.
40. O los dioses no pueden nada, o pueden algo. Pero si no pueden, ¿por qué les ruegas? Y si pueden, ¿por qué no les suplicas, más bien, que te concedan el no temer nada de esto, ni desear nada de aquello, el no afligirte por nada de esotro, antes que rogarles que no suceda o que suceda alguna de estas cosas? Pues, indudablemente, si pueden ayudar a los hombres, también en esto pueden ayudarnos. Pero acaso dirás: Los dioses pusieron esto en mis manos. —Entonces, ¿no será mejor usar de tu poder con plena libertad, antes que esforzarte, con servidumbre y vileza, en ir tras de lo que excede tu
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Conviene, pues, que en todo veas y obres de manera que lleves a feliz término los asuntos que las circunstancias originan, y simultáneamente lleves la teoría a la práctica, conservando sin ostentación, pero también sin disimulo, la propia satisfacción que da la ciencia en cada caso particular. ¿Cuándo, en efecto, hallarás gusto en la sinceridad? ¿Cuándo, en la gravedad? ¿Cuándo, en adquirir el conocimiento de cada objeto particular, entendiendo cuál es su esencia, qué lugar ocupa en el mundo, cuánto tiempo le otorgó la naturaleza, qué elementos lo integran, a quiénes puede caber en suerte,
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16. No discutas ya más en adelante lo que debe ser el hombre de bien, sino procura serlo realmente. 17. Represéntate sin cesar el todo de una eternidad y el todo de la sustancia, y que todos los seres particulares no son, por lo respectivo a la sustancia, más que un grano de mijo; por lo tocante a la duración, una vuelta de trépano.
28. Imagínate que todo aquel que se aflige por cualquier suceso o lo recibe de mal talante, se parece al cochinillo que, llevado al matadero, cocea y gruñe: lo mismo hace el hombre que, echado sobre un escaño, a solas y taciturno, llora estas cadenas que nos atan. Considera también que sólo al ser racional se le dio la facultad de acomodarse de buen grado a los acontecimientos; y que el seguirlos es de todo punto necesario a todos.
De esta suerte verás sin cesar que las cosas humanas no son más que humo y nada, particularmente si reflexionares al mismo tiempo que lo que una vez desaparece no volverá ya más por la eternidad. ¿A qué, pues, inquietarte? ¿Por qué no te contentas con terminar ese poco de tiempo decorosamente? ¡Qué materia tan fundamental te dejas perder! Pues ¿qué otra cosa es esto sino ejercicio de la razón, que ha visto exactamente, según la ciencia de la naturaleza, las vicisitudes de la vida? Según esto, persiste en estas consideraciones hasta que las hayas asimilado, así como un estómago robusto asimila
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Pues no se da al cilindro la propiedad de seguir en todas partes su propio impulso, ni al agua, ni al fuego ni a otra cosa alguna que sea regida por una naturaleza o un alma irracional: muchos, en realidad, son los obstáculos que las contienen y se les oponen. Pero el espíritu y la razón pueden pasar por sobre todo impedimento, conforme a sus aptitudes naturales y a su voluntad.
Así también una inteligencia sana debe estar dispuesta a recibir todo lo que le suceda. Pero la que dijere: «Yo quiero la salud de mis hijos» y «Alábenme todo cuanto haga», será muy parecida al ojo que exige sólo lo verde y al diente que quiere únicamente lo tierno.