Trilogía de la fundación
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Era dueño de la situación con una facilidad nacida de la costumbre.
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Crecí al azar, herido y torturado en mi mente, lleno de autocompasión y odio hacia los demás. Entonces se me conocía como a un niño extraño. Todos me evitaban, la mayoría, por repugnancia, algunos, por miedo.
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Para mí, las mentes de los hombres eran esferas, con indicadores que señalaban la emoción del momento.
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Tal vez intenten comprenderlo. No es fácil ser un monstruo, poseer una mente y una comprensión y ser un monstruo. ¡Risas y crueldad! ¡Ser diferente! ¡Ser un intruso! ¡Ustedes nunca han pasado por eso!
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Pero yo tenía una debilidad: por mí mismo no era nada. Necesitaba a los demás para obtener el poder; el éxito sólo podía llegarme a través de intermediarios.
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Después de todo, el hecho de que un hombre fuerte pueda levantar doscientos kilos no significa que le entusiasme hacerlo continuamente.
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Le temían y le obedecían, y, tal vez, incluso le respetaban... desde una prudente distancia. Pero ¿quién podía mirarle sin desprecio? Sólo aquellos a quienes había convertido. ¿Y qué valor tenía su lealtad artificial? Le faltaba sabor.
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Sólo el secreto puede transformar su debilidad en fuerza.
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Cuando perdió sus motivaciones originales perdió algo: un ímpetu sutil que ya no puedo reemplazar.
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La mente humana odia el control.
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El lenguaje, tal como nosotros lo conocemos, era innecesario. Un fragmento de una frase equivalía casi a una larga explicación. Un gesto, un gruñido, la curva de una línea facial, incluso una pausa oportuna, comunicaba la información requerida.
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Hari Seldon fundó sus dos unidades de manera tan diferente... La Primera Fundación fue un estallido que tan sólo en dos siglos deslumbró a media Galaxia. La Segunda fue un abismo de oscuridad.
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Él nunca creó productos acabados. Los productos acabados son para las mentes en decadencia.
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No es suficiente. No ha pasado la prueba, después de todo. Su desesperación es fingida. Su miedo no es el que lleva implícito la destrucción de un ideal, sino el insignificante miedo de la destrucción personal.
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—Naturalmente —replicó el Primer Orador—, sus emociones son fruto de su pasado y no deben ser condenadas..., solamente transformadas.
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Sólo la inferioridad patente podía obligarle a la persecución.
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Los recuerdos de su vida, los conocimientos de su mente... todo daba vueltas a su alrededor, en medio de una gran confusión.
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sólo una mentira que no estuviera avergonzada de sí misma podía tener éxito.
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Considérese una habitación. Su localización no tiene importancia por el momento. Será suficiente decir que en dicha habitación, más que en ninguna otra parte, existía la Segunda Fundación.
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Originalmente, el lenguaje fue el medio por el cual el hombre aprendió, de forma imperfecta, a transmitir las ideas y emociones de su mente.
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Paso a paso pueden seguirse los resultados; y todos los sufrimientos de la humanidad pueden atribuirse al solo hecho de que ningún hombre en la historia de la Galaxia, hasta Hari Seldon, y muy pocos hombres después de él, pudieron entenderse mutuamente.
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Todos los seres humanos vivían tras un muro impenetrable de espesa niebla dentro del cual existían aisladamente.
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Pero como no se conocían y no podían comprenderse, ni se atrevían a confiar el uno en el otro, y habían sentido desde la infancia los terrores y la inseguridad de aquel aislamiento total, existía el profundo temor del hombre hacía el hombre, la salvaje rapacidad del hombre hacia el hombre.
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Todas las reacciones a un estímulo, por pequeño que fuese, eran suficientemente indicativas de todos los cambios insignificantes, de todas las corrientes fugaces que pasaban por la mente del otro.
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El hombre más irreversiblemente estúpido es aquel que ignora su sabiduría.
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Recuerde que para ser realmente eficaz no es necesario sujetar la mente bajo una barrera de control, pues ello la convierte casi en una mentalidad desnuda. Es más conveniente cultivar cierta inocencia, cierta conciencia de sí mismo, y una ingenuidad que no oculte nada.
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—Bien —aprobó el Primer Orador—. Ahora dígame qué piensa de todo esto. Una completa obra de arte, ¿verdad? —¡Definitivamente! —¡Se equivoca! No lo es —dijo con brusquedad—. Es la primera lección que debe aprender. El Plan Seldon no está completo ni es correcto. Es, simplemente, lo mejor que se podía hacer en aquel tiempo.
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Ha ocurrido más de una vez que un trabajo perfecto en apariencia no ha revelado sus errores hasta pasado un período inductivo de meses o años.
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No debe usted decir «nunca»; es una perezosa consideración de los hechos. En realidad, la psicohistoria sólo predice probabilidades. Un suceso determinado puede ser infinitesimalmente probable, pero la probabilidad es siempre mayor que cero.
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El control de sí mismo y de la sociedad ha sido abandonado a la casualidad o a los vagos esfuerzos de sistemas éticos intuitivos basados en la inspiración y la emoción. Como resultado, jamás ha existido una cultura cuya estabilidad sobrepasara el cincuenta y cinco por ciento, y ello a costa de grandes sufrimientos humanos.
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Conocía su propia pauta de ondas cerebrales tanto como un artista podía ser perfectamente consciente del color de sus ojos.
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—Se siente humillado, mi joven amigo, porque, creyendo que comprendía tan bien tantas cosas, descubre de improviso que otras muchas, muy evidentes, le eran desconocidas.
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siempre quedaba una clase privilegiada; y la característica de una clase privilegiada es siempre la misma: la posesión del ocio, como única gran recompensa de su condición.
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Para él sólo existía un enemigo, y siempre había sido el mismo.
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y después comprendió que sólo podría vivir luchando contra aquel vago y temible enemigo que le privaba de su dignidad de hombre al controlar su destino, que convertía la vida en una triste lucha contra un fin predestinado, que hacía de todo el universo un juego de ajedrez odioso y mortal.
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Aquello era lo más temible: no parecía haber una razón.
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No podía luchar contra ellos. Hiciera lo que hiciese, siempre sería lo que aquellos terribles y omnipotentes seres planeaban para ella. No obstante, era preciso engañarles. ¡Era preciso!
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¿Por qué 299.776, 86.400 o 365? La tradición, decía el historiador sancionando la cuestión.
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Pero sus ojos no veían menos porque estaban gastados, y su mente no era menos experimentada y sabia porque ya no era ágil.
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Para nosotros, la vida es una serie de accidentes que hemos de afrontar con improvisaciones. Para ellos, toda la vida tiene un objetivo y tiene que ser precalculada.
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Siempre resulta fácil explicar lo desconocido por medio de una voluntad sobrehumana y arbitraria. Se trata de un fenómeno muy humano.
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¿Y dónde estarían más seguros? ¿Quién les buscaría aquí? Se trata del viejo principio de que el lugar más obvio es el menos sospechoso.
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¿Cuándo puede saber un hombre que no es un títere? ¿Cómo puede saber un hombre que no es un títere?
»Y todos estos fallos en nuestro secreto, estos grandes fallos, pasaron inadvertidos porque Seldon había hablado “del otro extremo” a su manera, y ellos lo habían interpretado a la suya.»
«Todos los caminos llevan a Trántor —reza el viejo proverbio—, y aquí es donde terminan todas las estrellas.»
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