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Conforme los niños se desarrollan, sus cerebros «reflejan» el cerebro de sus padres. Dicho de otro modo, el propio crecimiento y desarrollo de sus padres, o su ausencia, inciden en el cerebro del niño. A medida que los padres adquieren mayor conciencia y son cada vez más sanos emocionalmente, sus hijos cosechan los frutos y también ellos avanzan hacia la salud. Eso significa que integrar y cultivar tu propio cerebro es uno de los regalos más afectuosos y generosos que puedes ofrecer a tus hijos.
una de las sorpresas que ha sacudido los cimientos mismos de la neurociencia es el descubrimiento de que el cerebro en realidad es «dúctil», o moldeable. Eso significa que el cerebro cambia físicamente a lo largo de toda nuestra vida, y no sólo en la infancia, como antes suponíamos.
¿Qué moldea nuestro cerebro? La experiencia. Incluso en la vejez, nuestras experiencias cambian la propia estructura física del cerebro.
Pero los hallazgos en distintas áreas de la psicología del desarrollo sugieren que todo lo que nos sucede –la música que oímos, las personas a las que queremos, los libros que leemos, la clase de disciplina que recibimos, las emociones que sentimos– tiene una gran influencia en el desarrollo de nuestro cerebro.
los padres pueden moldear directamente el crecimiento continuo del cerebro de su hijo según las experiencias que le ofrezcan. Por ejemplo, pasar horas delante de una pantalla –jugando a videojuegos, viendo la televisión, mandando mensajes de texto– configurará el cerebro de cierta manera. Las actividades educativas, los deportes y la música lo configurarán de otra manera. Compartir un tiempo con la familia y los amigos y aprender a relacionarse, sobre todo en las interacciones cara a cara, lo configurarán de manera aún más distinta. Todo lo que nos sucede incide en el desarrollo del cerebro.
La integración consiste en este proceso de configuración y reconfiguración: en facilitar a nuestros hijos experiencias para crear conexiones entre las distintas partes del cerebro. Cuando estas distintas partes colaboran, se crean y se refuerzan las fibras integradoras que unen las distintas partes del cerebro. Por consiguiente, están conectadas de manera más poderosa y pueden trabajar conjuntamente de un modo aún más armonioso.
un cerebro integrado es capaz de llevar a cabo mucho más de lo que conseguirían sus partes individuales cada una por su cuenta.
Un cerebro integrado da lugar a una mejor toma de decisiones, un mayor control del cuerpo y las emociones, una comprensión de uno mismo más plena, unas relaciones más sólidas y un buen rendimiento escolar.
Gran parte de nuestra vida de adultos puede verse como el avance por estos caminos: a veces en la armonía de la corriente del bienestar, pero a veces en el caos, en la rigidez, o yendo en zigzag de lo uno a lo otro. La armonía surge de la integración. El caos y la rigidez aparecen cuando se bloquea la integración.
Cuando estamos disgustados, puede parecernos más seguro apartarnos de esa conciencia impredecible del lado derecho y retirarnos a la tierra lógica más predecible y controlada del izquierdo.
Al ayudar a nuestros hijos a conectar el lado izquierdo y el derecho, les damos una mayor posibilidad de evitar las orillas del caos y la rigidez, y de vivir en la corriente flexible de la salud mental y la felicidad.
cuando un niño está alterado, la lógica no suele surtir efecto hasta que hayamos respondido a las necesidades emocionales del cerebro derecho.
Durante la conversación de Tina con su hijo, al reconocer sus sentimientos, apeló al cerebro derecho de él. También usó señales no verbales como el contacto físico, las expresiones faciales empáticas, un tono maternal, y lo escuchó sin juzgarlo. En otras palabras, empleó su cerebro derecho para conectarse y comunicarse con el cerebro derecho de él.
Una de las mejores maneras de promover esta clase de integración es ayudando a contar otra vez la experiencia que ha causado dolor o miedo.
Los padres experimentados y los terapeutas infantiles dirán asimismo que algunas de las mejores conversaciones con los niños tienen lugar mientras está sucediendo otra cosa. Los niños se sienten mucho más predispuestos a compartir y conversar mientras construyen algo, juegan a las cartas o van en coche que cuando nos sentamos con ellos y los miramos directamente a la cara
Eso es lo que se consigue contando historias: nos ayuda a entendernos a nosotros mismos y a entender el mundo usando los hemisferios derecho e izquierdo simultáneamente.
A veces los padres evitan mencionar experiencias perturbadoras, pensando que hablar de ellas reforzará el dolor de sus hijos o empeorará las cosas. De hecho, a menudo lo que necesitan los niños es precisamente contar la historia, tanto para dar sentido a lo que pasó como para avanzar hacia un lugar donde puedan sentirse mejor con respecto a lo ocurrido.
No subestimes el poder de una historia para captar la atención de un niño. Pruébalo si tienes un hijo pequeño: te sorprenderá lo útil que puede ser,
los niños simplemente no disponen del conjunto biológico de aptitudes para hacerlo todo el tiempo. A veces pueden usar el cerebro superior, a veces no. Si sabemos esto y ajustamos nuestras expectativas, nos daremos cuenta de que a menudo nuestros hijos sacan el máximo provecho posible al cerebro que tienen.
Un padre o una madre que reconoce una rabieta del cerebro superior dispone de una única respuesta inequívoca: no se negocia con un terrorista. Una rabieta del cerebro superior exige límites estrictos y una conversación en términos muy claros sobre cuál es una conducta adecuada
Una buena respuesta en esta situación sería explicar con toda tranquilidad: «Entiendo que las zapatillas te hagan ilusión, pero no me gusta cómo te comportas. Si no paras ya mismo, no tendrás las zapatillas, y esta tarde te quedarás sin ir a casa de tu amiga a jugar, porque estás demostrándome que no eres capaz de controlarte». Después es importante llegar a las últimas consecuencias si la conducta no se interrumpe.
Una rabieta del cerebro inferior es muy distinta. En este caso, el niño está tan alterado que no tiene la capacidad de usar el cerebro superior.
Pero siempre que podamos, debemos darles ocasión de practicar la toma de decisiones por su cuenta. La toma de decisiones requiere lo que se llama «funcionamiento ejecutivo», que se produce cuando el cerebro superior sopesa distintas opciones. Analizar distintas alternativas rivales, así como el resultado de esas elecciones, permite que el cerebro superior de un niño se ejercite, fortaleciéndolo y ayudándolo a mejorar su rendimiento.
En niños muy pequeños, esto puede ser tan sencillo como preguntar: «¿Hoy quieres ponerte los zapatos azules o los blancos?». Después, cuando se hacen mayores, podemos darles más responsabilidad a la hora de tomar decisiones y permitirles enfrentarse a dilemas que pueden suponer un auténtico reto para ellos.
Una paga es otra manera magnífica de permitir que los niños mayores se ejerciten a la hora de enfrentarse a dilemas difíciles. La experiencia de decidir entre comprar un juego de ordenador ahora o seguir ahorrando para la nueva bicicleta es una manera excelente de ejercitar el cerebro superior.
Lo que se pretende es permitir que los niños se debatan antes de tomar la decisión y asuman las consecuencias. Siempre que podamos hacerlo de una manera responsable, debemos evitar resolver sus problemas y resistir la tentación de acudir en su ayuda, incluso cuando cometan pequeños errores o sus elecciones no sean del todo acertadas. Al fin y al cabo, nuestro objetivo en este caso no es alcanzar la perfección en cada decisión ahora mismo, sino lograr en el futuro un desarrollo óptimo del cerebro.
Usa las técnicas que probablemente ya conoces: enséñales a respirar hondo, o a contar hasta diez. Ayúdalos a expresar lo que sienten. Déjalos patalear o dar puñetazos a una almohada. También puedes explicarles qué pasa en su cerebro cuando notan que pierden el control, y cómo pueden evitar «perder los papeles».
Una de las mejores maneras de ayudar a tu hijo a entenderse a sí mismo es plantearle preguntas que lo ayuden a mirar más allá de la superficie de lo que comprende: ¿Por qué crees que elegiste eso? ¿Qué te llevó a sentirte así? ¿Por qué crees que no te fue bien en el examen? ¿Fue porque lo hiciste deprisa o es que simplemente el contenido era difícil?
Cuando un niño tiene edad suficiente para escribir –o incluso simplemente para dibujar–, se le puede dar un cuaderno y animarlo a escribir un diario o dibujar cada día. Este ritual puede aumentar su capacidad de prestar atención a su paisaje interno y entenderlo. O en el caso de un niño más pequeño, se le puede pedir que haga dibujos que cuenten una historia. Cuanto más piensen nuestros hijos en lo que está pasando en su interior, más desarrollarán la capacidad de entender y responder a lo que sucede en su mundo interior y en el mundo que lo rodea.
Empatía La empatía es otra función importante del cerebro superior. Cuando planteamos preguntas sencillas que inducen a pensar en los sentimientos ajenos, estamos desarrollando la capacidad de nuestros hijos de sentir empatía. Por ejemplo, en un restaurante: «¿Por qué crees que llora ese bebé?». O mientras leemos con ellos: «¿Cómo crees que se siente Melinda ahora que su amiga se ha ido a vivir a otro sitio?». O al salir de una tienda: «Esa mujer no estuvo muy amable con nosotros, ¿no te parece? ¿Crees que hoy puede haberle sucedido algo que la ha puesto triste?».
Cuantas más ocasiones demos al cerebro superior de nuestros hijos para ejercitarse en el acto de pensar en los demás, más capaces serán de sentir compasión.
Otra manera de ejercitar esta parte del cerebro es ofreciendo situaciones hipotéticas, que suelen divertir mucho a los niños: ¿Estaría bien saltarse un semáforo si hay una emergencia? Si un matón se metiera con alguien en el colegio y no hubiera ningún adulto cerca, ¿tú qué harías? Lo que se pretende con ello es desafiar al niño para que reflexione sobre cómo actúa y para que se plantee las consecuencias de sus decisiones. Con ello, le damos ocasión de ejercitar el pensamiento desde una perspectiva de principios morales y éticos, que, con nuestra orientación, se convertirá en los cimientos de
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ten en cuenta, naturalmente, el modelo que ofreces con tu propia conducta. Al enseñarle honestidad, generosidad, bondad y respeto, asegúrate de que te ve llevar una vida que también encarna esos valores. Los ejemplos que des, tanto para lo bueno como para lo malo, tendrán un impacto significativo en la manera en que se desarrolle el cerebro superior de tu hijo.
Aunque Liam no lo sabía, cuando salió de su casa y se echó a correr, estaba ejerciendo la integración. Su cerebro inferior se había adueñado de su cerebro superior, y por eso se sintió desbordado e impotente. Se había dejado arrastrar hacia la orilla del caos en el río. Los intentos de su madre para ayudarlo a recurrir a su cerebro superior fueron inútiles, pero cuando Liam hizo intervenir a su cuerpo, algo cambió en su cerebro. Tras unos minutos de ejercicio físico, pudo apaciguar a su amígdala y devolver el mando a su cerebro superior.
A veces también se puede sencillamente explicar el concepto: Ya sé que estás enfadado porque no has podido ir a la fiesta con tu hermana. No parece justo, ¿verdad? Vamos a dar una vuelta en bici y hablar de ello. A veces mover el cuerpo puede ayudar a tu cerebro a sentir que todo se arreglará. Hagamos lo que hagamos, la cuestión es ayudar al niño a recuperar algún tipo de equilibrio y control moviendo el cuerpo, lo que puede eliminar bloqueos y allanar el camino para recuperar la integración.
Cuando no concedemos a los niños la oportunidad de expresar sus sentimientos y recordar lo sucedido después de un hecho impactante, sus recuerdos exclusivamente implícitos permanecen de forma desintegrada, impidiéndoles dar sentido a su experiencia. Pero cuando ayudamos a nuestros hijos a integrar el pasado en el presente, pueden dar sentido a lo que ocurre dentro de ellos y controlar cómo piensan y se comportan. Cuanto más promovamos esta clase de integración de la memoria en nuestros hijos, menos respuestas irracionales veremos ante lo que ocurre ahora, las cuales en realidad son reacciones
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Acuéstalo más temprano para que recupere el sueño perdido y se porte mejor al día siguiente.
Recuerda que tu objetivo es ayudar a tus hijos a tomar las experiencias perturbadoras que ejercen un impacto sobre ellos sin que sean conscientes –las piezas del rompecabezas desperdigadas en su mente– y conseguir que esas experiencias se vuelvan explícitas para que puedan ver con claridad y plena significación la imagen entera del rompecabezas. Al darles a conocer el mando a distancia de la mente, que controla su reproductor de DVD interno, consigues que el proceso de la narración de la historia les provoque menos miedo, porque les ofreces la posibilidad de controlar lo que deben afrontar,
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cuando damos a nuestros hijos muchas ocasiones para recordar –animándolos a contar una y otra vez sus propias historias–, mejoramos su capacidad de integrar los recuerdos implícitos y explícitos.
Los estudios han demostrado claramente que el simple hecho de recordar y explicar un acontecimiento escribiéndolo en un diario puede ayudar a mejorar las funciones cardiaca e inmunológica, así como el bienestar general. Pero lo que aquí nos atañe es que da a los niños una oportunidad de contar sus historias, lo que los ayuda en el proceso de darles sentido, y eso mejora su capacidad de comprender sus experiencias pasadas y presentes.
Un truco para los niños más pequeños es jugar a las adivinanzas cuando los recoges del colegio. Di: «Cuéntame dos cosas que hayan sucedido de verdad hoy y otra que no. Y yo adivinaré cuáles han ocurrido de verdad».
pero puede llegar a ser un juego divertido que los niños esperan con ilusión. No sólo te da ocasión de conocer su vida, ya que te permite enterarte de dos de sus recuerdos del colegio a diario, sino que también los ayuda a adquirir la costumbre de recordar y reflexionar acerca de los acontecimientos del día.
Otra madre, recién divorciada, quería asegurarse de que no perdía el contacto emocional con sus hijas mientras pasaban por ese difícil trance. Para ello, inició un ritual de preguntas cada noche en la cena: «Habladme de cómo os ha ido el día. Contadme un momento bueno, un momento malo y un acto bondadoso que hayáis hecho por alguien».
Si queremos que un niño piense más en sucesos concretos, podemos mirar con él álbumes de fotos y vídeos antiguos. Una manera excelente de ayudarlos a centrarse con mayor profundidad es crear e ilustrar un «libro de recuerdos» con ellos.
Sólo mediante preguntas y animando a recordar, podemos ayudar a nuestros hijos a conservar en la memoria y entender acontecimientos importantes del pasado, lo que los ayudará a comprender mejor lo que les está ocurriendo en el presente.
ánimo y cómo se sienten nuestros hijos. Cuando nos sentimos ineptos, frustrados o excesivamente reactivos, podemos intentar ver qué hay detrás de esos sentimientos y explorar si guardan relación con algún hecho de nuestro pasado.
En lugar de decir «estoy nervioso» o «ahora mismo estoy triste», dicen «soy nervioso» o «soy triste». El peligro reside en que pueden percibir ese estado de ánimo pasajero como una parte de su yo permanente. El estado acaba viéndose como un rasgo que define quiénes son.
Imaginemos, por ejemplo, a una niña de nueve años que encuentra dificultades con los deberes, a pesar de que no tiene grandes problemas en la escuela. A menos que integre sus sentimientos de frustración e incompetencia con las demás partes de sí misma –comprendiendo que una emoción sólo es un aspecto del todo más amplio que la conforma a ella como persona–, es posible que empiece a ver ese estado momentáneo como un rasgo o una característica de su personalidad más permanente. Puede que diga algo como «Soy muy tonta. Los deberes son demasiado difíciles para mí. Nunca los haré bien». Pero si sus
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Incluso podría recurrir a la sana técnica de hablarse a sí misma, diciéndose: «¡Odio estos deberes! ¡Me están volviendo loca! Pero sé que soy lista. Lo que pasa es que este ejercicio es muy difícil». El simple hecho de reconocer la existencia de distintos aspectos en el aro puede ser una gran ayuda para aprender a controlar y desplazar sus sentimientos negativos. Es posible que siga sintiéndose tonta, pero con la ayuda de sus padres y con un poco de práctica, podrá evitar ver ese estado provisional como un rasgo permanente que la define.
Los animales que reciben una recompensa por prestar atención a los ruidos (cuando cazan o evitan que los cacen a ellos, por ejemplo) tienen centros auditivos de gran tamaño en el cerebro. Asimismo, los animales que reciben una recompensa por una vista aguda poseen una extensa área visual. Los escáneres cerebrales de los violinistas también ofrecen pruebas de esto mismo, mostrando un crecimiento y una expansión espectaculares en las regiones de la corteza que representan la mano izquierda, cuyos dedos deben tocar las cuerdas con gran precisión y a menudo a una gran velocidad. Otros estudios han
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