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Me levanto porque se supone que tengo que hacerlo, aunque, de ser por mí, me habría quedado sentada el resto del día.
—En algunas partes del mundo antiguo, el halcón era el símbolo del sol. Cuando me hice esto supuse que, si llevaba el sol siempre conmigo, nunca temería la oscuridad.
Oler el miedo los impulsa a atacar.
esto no es más que una prueba, no es real.
Mi madre me dijo una vez que no podemos sobrevivir solos, pero que, aunque pudiéramos, no querríamos hacerlo.
cuando intento vivirla yo misma, tengo problemas, como si no lo hiciera con sinceridad.
Si tenemos poco, deseamos poco y todos somos iguales, no envidiaremos a nadie.
Tobias, nos dejó para irse a Osadía, y Marcus se quedó deshecho. Tobias era su único
ojalá pudiera hablar con él como quiero, en vez de como se supone que debo.
Mañana, las dos cualidades lucharán dentro de mí y solo ganará una.
—Te quiero. Pase lo que pase.
todos tenemos derecho a elegir lo que queremos ser en la vida.
se debe culpar de las guerras del mundo a la ideología política, ni a las creencias religiosas, ni a la raza, ni al nacionalismo. Decidieron que era un problema de la personalidad humana, de la inclinación de la humanidad
En nuestras facciones encontramos significado, un objetivo, la misma vida.
Los humanos no somos capaces de tolerar el vacío durante mucho tiempo.
Cuatro me pone una mano en la espalda y dice: —Bienvenida a Osadía.
—Sí —contesto, poniendo los ojos en blanco—, ha sido por la comida. A Cuatro le tiembla un poquito la comisura de los labios.
los que desean el poder y lo consiguen viven aterrados con la idea de perderlo.
me observa de pies a cabeza sin detenerse en ninguna parte: una mirada práctica y científica.
Sin embargo, encontraré hábitos nuevos, ideas nuevas, reglas nuevas. Me convertiré en otra cosa.
Cuesta creer lo mucho que se puede odiar a alguien que parece tan amable;
—Me sorprende que lo sepas —comento en voz baja—, teniendo en cuenta que te largaste a la mitad de mi única pelea.
Entonces me doy cuenta de lo que es: es él. Algo en él me hace sentir a punto de caer. O de derretirme. O de arder.
Soy consciente del poco espacio que hay entre nosotros, unos quince centímetros, como mucho. Ese espacio parece cargado de electricidad, y siento la necesidad de que sea más pequeño.
Yo no llego, de modo que me quedo a un lado, sonriendo. Una mano me toca en el hombro. —Bien hecho —me dice Cuatro en voz baja.
Si toda mi vida es así, risotadas, acción y el cansancio que se siente después de un día duro, aunque satisfactorio, me daré por satisfecha.
—Hoy está de mal humor —masculla Christina. —¿Y cuándo está de buen humor? —respondo, también murmurando.
—Si quisiera hacerte daño, ¿no crees que lo habría hecho ya?
—Ya has ganado —masculla Cuatro—. Para.
Nadie con deseos de castigar a Peter tiene la autoridad para hacerlo, y nadie con la autoridad para hacerlo quiere castigarlo.
«Creo en los actos cotidianos de valentía, en el coraje que impulsa a una persona a defender a otra».
—Sé quién eres, eres la estirada. Cuatro me ha hablado de ti.
Me pone las manos a ambos lados de la cabeza y se inclina sobre mí. —Sé valiente, Tris —susurra—.
—Este es tu sitio, espero que lo sepas —me dice—. Tu sitio está con nosotros. Todo terminará pronto, así que aguanta, ¿vale?
la culpabilidad como instrumento, en vez de como arma contra uno mismo.
Nunca había entendido por qué la gente caminaba de la mano, pero, entonces, él me acaricia la palma con las puntas de los dedos, me estremezco y lo entiendo perfectamente.
—De acuerdo —responde, acercándose a mi cara, centrando la vista en mi barbilla, en mis labios, en mi nariz—. Te observaba porque me gustas —dice tranquilamente, con valentía, y me mira a los ojos—. Y no me llames Cuatro, ¿vale? Me gusta volver a oír mi nombre.
—A lo mejor ya no vuelves a aparecer en mi paisaje del miedo —murmuro. Él se inclina un poco y me besa muy despacio. —Entonces todos podrán llamarte Seis. —Cuatro y Seis —respondo. Nos besamos de nuevo y, esta vez, me resulta familiar. Sé exactamente cómo encajamos juntos, con su brazo alrededor de mi cintura, mis manos en su pecho, la presión de sus labios en los míos. Nos conocemos de memoria.
—¿Crees que abrazarte sería arriesgarse demasiado? —pregunta. —La verdad es que me da lo mismo. Me pongo de puntillas y le beso en los labios. Es el mejor momento de mi vida.
Entonces sucede algo peculiar, unos dedos se entrelazan con los míos y una palma se pega a mi palma: Tobias me da la mano.
a veces, lo valiente no es luchar, sino enfrentarse a la muerte segura.
Soy divergente.
Supongo que soy lo que siempre he sido, ni osada, ni abnegada, ni abandonada: divergente.
No soy capaz de matarlo. No sé si lo que siento es amor, no sé si es por eso, pero estoy segura de lo que haría él si estuviera en mi lugar y yo en el suyo. Y estoy segura de que no hay nada en el mundo que sea más importante que su vida.
—Puede que ya esté seguro, pero no quiera asustarte —concluye. —Entonces deberías conocerme mejor —respondo, riéndome. —Vale, pues te quiero.